Hace unas semanas, una cancioncilla pegadiza llegaba al ansiado olimpo de la viralización. La melodía acompañaba a una serie de vídeos que contaban con protagonistas femeninas en situaciones cómicas. Hasta hace algún tiempo, concretamente los años justos en los que el feminismo voraz ha destrozado hasta el sentido del humor, cualquier persona sensata se hubiera divertido, sin más, con estas imágenes. El debate no hubiera pasado de enviar y enseñar las hilarantes escenas a algún familiar o amigo y fin del asunto. Pero claro, ya no podemos. Los hombres ni por asomo, señalados y acomplejados como están ante la presión y ataques sin piedad de energúmenas que tendrían que hacerse mirar el origen del odio no solo al género masculino, sino al suyo propio (y a los que se sigan inventando…) Y las mujeres, sumidas en el desconcierto y adoctrinamiento constante, tampoco se atreven a sacar los pies del tiesto no vaya a caerles alguna lindeza, entre ellas la de machistas como poco.
Soy mujer. Nunca he necesitado aclarar este concepto y me duele y avergüenza tener que hacerlo a estas alturas. Tampoco a lo largo de mi vida personal y profesional he tenido que utilizar mi género para conseguir nada. Es cierto que se me ha cruzado más de un indeseable por medio, pero también, y casi en la misma proporción, féminas insufribles y descaradas que han utilizado su condición para alcanzar metas.
Las mujeres llevamos años sin avanzar en derechos y oportunidades, estancadas en la propaganda barata, en la reivindicación de boquilla y, es mi caso y entiendo que el de muchas, avergonzadas por la guerra de sexos que han emprendido unas provocadoras y mentirosas profesionales que, para desviar la atención sobre sus incompetencias y seguir amarradas a sus más que generosos sueldos públicos, alimentan cada día con carnaza una polémica absurda, que no conduce más que a un precipicio.
Algo falla cuando un simple vídeo cómico levanta la ira de las hienas, cuando una torpeza de naturaleza unisex hay que visionarla en la intimidad, mirando alrededor para no dejar testigos. Gracias, Ricardo Arjona, autor de Mujeres, por tu canción. “No sé quien las inventó, no sé quién nos hizo ese favor, tuvo que ser Dios”, finaliza la frase… Y gracias, sobre todo, a las verdaderas mujeres, a las que han trabajado y trabajan sin descanso, a las que construyen las familias y nuestra sociedad desde la paz, la armonía, la lucha sin tregua, sin estridencias, pero firmes en su empeño. Feminismo no es gritar, ni atacar y mucho menos avergonzar. Es luchar por la igualdad y por mejorar la convivencia entre los seres humanos. Y soltar violadores y abusadores a la calle, por ejemplo, no forma parte de estos logros. Y podemos seguir…