La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

6 de agosto de 1706: Cuenca, atacada por los austracistas en la Guerra de Sucesión (I)

Historia


No abundan, precisamente, los documentos referentes a los sucesos acaecidos en Cuenca durante la Guerra de Sucesión, cuya causa fue la carencia de herederos a la muerte del rey Carlos II, disputándose la corona española dos parientes lejanos extranjeros de la familia real española: el francés Felipe de Anjou y el austríaco archiduque  Carlos Francisco de Habsburgo y Neoburgo. El enfrentamiento dio comienzo en el año 1700 y acabó en 1713 con la firma del nefasto Tratado de Utrecht por el cual perdíamos Gibraltar y Menorca en favor de Inglaterra.

En la Biblioteca Nacional hallé un documento escrito por un impresor llamado Antonio Bizarrón, que lo imprimió en Madrid en 1706 y que a mí me resulta inédito. La transcripción la presentaré en castellano actual para facilitar su lectura. La acción transcurre en Cuenca durante los primeros días de agosto de 1706 y que supuso el ataque a la ciudad de las tropas del archiduque Carlos de Austria:

“Gozaba la nobilísima ciudad de Cuenca de las delicias de la paz cuando padecía Castilla los indispensables fracasos de la guerra, imaginándose ésta más permanente cuanto los pendones lusitanos servían de velo a las pasiones. Todo eran sombras hasta que, rayando la flamante estrella del mayor Guzmán, de los Buenos, Santo Domingo, vio Madrid en las gloriosas huestes vibrar la fiel espada del castigo para el rebelde y poner el escudo de la piedad para el amante. Quedó libre la corte, y viéndose los enemigos despojados de la rica joya, determinaron apoderarse de la mejor piedra. Fugitivos los escuadrones de Braganza, dieron vista algunas tropas a la muy noble y leal ciudad de Cuenca cuya antigüedad blasona de ser fundada de celtíberos, años del mundo 3031, antes de la humana Redención 930. Pero estando a lo más cierto se fundó por los lesvios (sic) 687 años antes del nacimiento de Cristo. Llamose Concava o Concana, que equivale a concha retorcida, aludiendo a su forma, hoy Cuenca. Es muy fuerte, puesta sobre un collado alto y áspero que la hace más inaccesible, ceñida de fuertes muros, bañada por una parte del famoso Xúcar y por otra de Güecar (sic); amena y fértil, cuya antigua nobleza, ilustre catedral, defensa de La Mancha y resguardo de Valencia.

Fue restaurada de la opresión de los moros el año 1177, a 21 de septiembre, por el rey don Alfonso Octavo, siendo sus auxiliares el rey de Aragón don Alonso el Batallador, con otros innumerables hombres y caballeros castellanos, navarros, gallegos y vizcaínos; y prelados de ambas Castillas, durante un sitio de nueve meses. Llevaba el rey también otra más valiente Auxiliadora, que fue la Diosa de las Batallas, una imagen de Nuestra Señora del Sagrario, que en el arzón del caballo le era escudo en sus lides, cuya escultura permanece en esta ciudad. Diola el rey por armas, en campo de gules, un cáliz de oro y sobre él una estrella de plata por causa de haber sido su restauración el día de San Mateo, y el de la bendición de las banderas el día de los Reyes. Pero se tiene por más cierto que fueron por lo mucho que San Julián introdujo el culto y sacrificio de la misa y devoción a la sacratísima Señora Nuestra. El cáliz, que representa a Cristo y a su preciosísima Sangre, y la estrella que simboliza a la Reina del Cielo.

A esta ciudad, pues, llegaron el día 6 de agosto a dar vista una destacamento de los enemigos e hicieron alto a dos leguas cortas. Y con la noticia, amparados de la noche, salieron doce paisanos de la ciudad a observar los movimientos enemigos; y dando sobre una partida avanzada, pelearon tan valerosamente que se trajeron treinta prisioneros y algunas armas, y una presea de su recámara que, a satisfacción suya, era de importe de dos mil pesos. Y hubiera sido sido la facción mayor de haber sido más crecido el número de los nuestros, pues gozando de la quietud de la noche, se hallaban poseídos del sueño.

El día 8 por la mañana se acamparon a tiro de mosquete, y sentidos de la burla que se les había hecho, con mucha arrogancia escribió una carta en castellano el jefe que los mandaba, llamado Brindam, protestando que si no se le entregaba la ciudad experimentaría todo el rigor de la guerra.

Congregando el señor obispo al cabildo y llamando a los gremios, se confirió en lo que deberían responder a las amenazas de los enemigos; y todos, de común acuerdo, dijeron que querían morir antes que entregar la ciudad; que no estaba tan indefensa como juzgaba y que tal fuese la respuesta que se le enviase.

Vuelto el mensajero y vista la resolución de defenderse, empezaron a jugar su artillería con cinco piezas de campaña y dos morteros de granadas reales. Batieron todo el día incesantemente, y en particular los días nueve y diez; pero con la fortuna o Providencia divina de no haber arruinado parte alguna de la ciudad. Sólo hubo la desgracia de haber muerto dos mozos que estaban en una ventana del Fuerte de Santiago, que defendían con otros por ser sitio importante para defender y ofender la población. Y también murió una doncella, que al pasar una calle la alcanzó un fusilazo. Éstas fueron las únicas desgracias que hubo durante el fuego de los sitiadores que, continuando sin cesar, causaba gran terror. Pero nuestros defensores, que eran cinco compañías de a cuarenta hombres milicianos, obraron con tal denuedo que, desmintiendo, los bisoños se acreditaron veteranos haciendo no sólo resistencia a los avances del enemigo sino haciendo salidas a su arrogancia los obligaron a retirar varias veces, matándoles más de cien hombres y algunos de cuenta; y con estar el Arrabal abierto no se atrevieron a entrarlo.

(Continuará...)

 
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