Si ha leído usted el título de mi columna, no hace falta que le pida que ponga la canción a la que hago referencia, porque ya la tendrá resonando en su cabeza. Le pido disculpas porque, si le pasa como a mí, sufrirá su soniquete todo el día.
Le reconozco, mi ávido lector, que éste no era el tema que quería trasladarle hoy, pero la irritación me ha superado, así que dejaré aquél para otra ocasión más amable.
Le pido que rememore la canción y que, si lo ha disfrutado, recuerde el gusto que da viajar cuando se va en exprés. Recuérdelo porque, si era usuario del tren convencional que pasaba por Cuenca, el recuerdo es lo único que le va a quedar.
Y es que esta semana hemos recibido con indignación la decisión del Gobierno de España, con el sorprendente aplauso de la Junta y de la Diputación que se supone que es de Cuenca, de suprimir definitivamente la línea de ferrocarril entre Cuenca y Valencia, con parada en pueblos como Víllora, Huete o Carboneras de Guadazaón. No es rentable, dicen, porque su mantenimiento les parece excesivo para la vertebración de una provincia inmensa y escasamente poblada como la nuestra. Lo importante es comunicar Madrid con Valencia, y para eso está la línea del AVE. Los pueblos de la provincia que se quedan tirados en el camino son meros daños colaterales.
Lo curioso es que la concepción de la rentabilidad de los servicios públicos, para estos señores, parece demasiado relativa. No cuestionan la superpoblación de Ministros del Gobierno de coalición que ha experimentado la fauna política española.
Intentan vendernos como una mejora de las comunicaciones la eliminación de un medio de transporte escasamente contaminante, y ya asentado. E intentan hacerlo afirmando que lo sustituirán por el famoso transporte a demanda de autobuses. Todo fetén, ¿no?
Pues no. No se engañe. Con el tiempo, impondrán lo mismo que en otras líneas de autobús de la provincia y las acabarán suprimiendo, o harán lo que ocurre en los pocos pueblos que aun disfrutan de ese lujo, y los viajeros tendrán que embarcar con las calles aun sin poner. ¡Viva la lucha contra la despoblación!
Lo venderán como quieran, pero lo único que han hecho es poner otro clavo en el ataúd de la provincia y de sus pueblos. Un féretro demasiado bien cerrado, pero todavía con suficientes aberturas como para poder escapar de él con vida.
No puedo evitar pensar que el silencio es cómplice y que quienes sufrimos decisiones manifiestamente injustas como éstas tenemos la obligación cívica de denunciarlas allá donde llegue nuestra sencilla voz; y nuestro voto.
Ahora, hágalo. Deje de canturrear y grite con enfado: Al compás del chacachá, del chacachá del tren,…
Texto: Alejandro Pernías
Sección: Tertium genus