Si algún ínclito personajillo del papel cuché o de la fanfarria televisiva, o de esos que están jodiendo o fastidiando a los españoles me preguntase que ¿qué es la resina?, yo les diría <resina eres tú, por tu amargo sabor, porque no hay nadie que este bien que sea capaz de tragarte.> Se supone que la resina es objeto de deseo para la industria y una de las riquezas de mi querida Cuenca. Se supone que nuestros políticos lo son por el deseo del pueblo español, el castellano (aunque no sea el de la Mancha), el de Cuenca y el de mi otro pueblo serrano, y que deberían ser nuestra riqueza. ¡Que se vota para llenar tantos cuchitriles y sindis de incapaces de llenar una cuba de resina entre tos! Pero a mí, que soy un pobre jornalero, me traen por el camino de la amargura, el de la resina, esa que destilan los pinos de nuestros innúmeros pinos. Yo recuerdo la primera vez que probé la resina siendo niño, esa que decía mi tía que era muy buena para el catarro y los dolores de garganta. Recuerdo muy bien ese día de merienda en la dehesa del pueblo, bajo el pino sestero, en la cerca Martín. Quise probarla, la curiosidad mata, y un hilillo casi transparente caía de una herida que el pino sestero tenía, y yo la arranqué y metí en mi boca, afanándome en masticarla y comerla a pesar de su amargo sabor. Ya desaparecida en mi intestino, el sabor amargo de la resina perduraba, y se intensificaba. Yo siempre he tenido buenas hambres, buen apetito, y de niño aún más. Sólo diré que la tortilla de patata probé y que su sabor amargo me la hizo inapetente, que preferí no comer casi nada más para no despertar el amargor de la resina. Y eso a pesar de los muchos tragos de agua fresca que eché en la canaleja de la fuente, tantos que mi tripa dijo, - ¡vale ya, que el odre está lleno! Y de los políticos resinosos que nos gobiernan diré que no hay quien se los trague, que cada vez que intento acercarme a ver que destilan solo percibo amargor. La “resina” que al pueblo de Cuenca debería enriquecer y traer prosperidad es reducto amargo del que no pinta ná en la comunidad regional. ¿Sin tren que resina vamos a exportar ahora que los borricanganos no van a la ciudad? ¿Sin la autovía que a mañicolandia nos llevaría, que hermandad de resineros prósperos vamos a construir?
En fin, no quiero empezar maldiciendo la ventura de mi Cuenca, que muchos malditos ¡eas! hemos dicho ya. Llega el verano y suerte tendremos ahora que los que nos amargan se van de vacaciones, y aunque no las merezcan que se vayan, a la Mareta o a donde les dé la ganeta, al menos nosotros descansaremos de ellos mientras la miera de nuestros inconmensurables pinos llena las cacharras que a algunos algo de provecho traerán. ¡No como otros!
Sección: El resinero