Poco lugar a la interpretación traen consigo algunos hechos. Por mucho que se quiera desvirtuar la historia, cambiarla según convenga, en lo más sano y humano en lo que uno puede concluir es en lamentar y avergonzarse de que algunos sucesos hayan tenido lugar y tratar de empatizar con quienes vivieron y/o sobrevivieron a unas circunstancias atroces.
En un rincón de La Manchuela una enmudece cuando se encuentra con cuatro cruces de piedra. La mayor, situada detrás, parece tratar de cobijar y proteger a las tres más pequeñas. Ya de primeras, sin conocer nada acerca de lo acontecido, un escalofrío nos estremece, imaginando qué acontecimientos pudieron suceder en este lugar y a quienes representa este monumento funerario.
Marcelino Valentín Gamazo fallecía, junto a sus tres hijos, en tierras conquenses, el 5 de agosto del año 1936. Fueron apresados y torturados hasta la muerte por un grupo de milicianos socialistas del Frente Popular quienes, haciendo gala de una crueldad inimaginable, acabaron con sus vidas, las de tres jóvenes de 17, 20 y 21 años y la de su padre, quien había sido hasta hacía unos meses, Fiscal General de la República, nombrado por el entonces presidente Niceto Alcalá-Zamora.
La barbarie no puede clasificarse por ideologías ni justificar el dolor de las víctimas según sus verdugos. Estas cuatro cruces nos relatan la historia de un prestigioso jurista que desde su cargo de Fiscal General desarrollaba su labor, entre la que figuró la de encausar al dirigente socialista Largo Caballero como cabecilla del golpe de Estado de 1934 contra la propia República. Una vez terminado el juicio y absuelto Largo Caballero, Gamazo presentaba su dimisión en diciembre de 1935.
En los momentos en los que fue asesinado, apenas unas semanas después del inicio de la Guerra Civil Española desencadenada tras el fracaso de otro intento de golpe de Estado, esta vez en 1936, Marcelino Valentín Gamazo sólo era un padre que se encontraba en una finca familiar con parte de sus hijos. Estas cruces son un llamamiento sereno, dentro del dolor y el estupor por estos crímenes, a abandonar el odio, a interiorizar y asumir una parte dura de la historia de nuestro país que no va a cambiar por muchas rencillas que casi 100 años después se intenten alimentar desde algunos sectores de la sociedad, incluso con leyes.
En La Manchuela poco se habla de esta trágica historia, aunque es conocida y contada de padres a hijos. El lugar en el que se encuentran las cruces pertenece a la familia de los fallecidos. Desde la discreción lo visitan y desde el sentimiento puro, nunca desde el rencor, cada cierto tiempo un ramo de flores combate las miserias a las que el ser humano es capaz de descender y mantiene vivo el recuerdo de Marcelino y los jóvenes José Antonio, Javier y Luis.
Texto: AGA
Foto: Cruces que recuerdan la muerte de Marcelino Valentín Gamazo y sus tres hijos ocurrida en 1936 en La Manchuela conquense.