Dada la intensa semana que hemos llevado, con el eje central en el 8 de marzo, Día de la Mujer, era casi de obligado cumplimiento dedicar unas líneas a este más que amplio tema cuyo origen era, hasta hace unos años, simple y llanamente conseguir una sociedad más justa. Vaya por delante el agradecimiento a todos aquellos hombres y mujeres que han luchado a través de los tiempos por la igualdad y cuya labor ha quedado tristemente oculta por los nubarrones de un adoctrinamiento encaminado principalmente a erosionar una convivencia mejorable, pero sólida. La deriva de los acontecimientos nos ha condenado a repetir fases de una historia en teoría ya superadas, a una involución enfermiza y vergonzante que tapa, de nuevo bajo esos nubarrones, tanto el verdadero trabajo como los logros conseguidos para que el género no sea un impedimento para el desarrollo profesional o laboral de cualquier ser humano.
Consignas, manifestaciones, carteles violetas, mensajes incendiarios, sexualidad explícita en las escuelas, leyes que sacan a abusadores y violadores de la cárcel, que permiten a jóvenes y mayores cambiar su identidad sin traba alguna, cuotas supeditadas e impuestas a méritos, prostitución abolida pero rescatada para el disfrute de algunos de noche, a la sombra de la rosa, con mordidas y cocaína… La defensa de los derechos de las mujeres y de la igualdad ha entrado en una espiral desastrosa, en un declive opresor idéntico al de un patriarcado obsoleto y dañino, con la peligrosa diferencia de que, ahora, estamos a merced de unas cuantas advenedizas y malencaradas que, en el nombre de todas, imponen su ley. Porque ellas lo dicen. Y punto.
En realidad, ¿Qué han hecho la ministra Montero y su tropa por las mujeres españolas? ¿En qué han mejorado sus derechos reales? ¿Qué logros se pueden atribuir más allá del revolucionarismo barato e inútil de su palabrería? Vamos a centrarnos, por ejemplo, en el plano laboral. Una de las batallas más importantes libradas por las féminas desde hace décadas ha sido la de su incorporación al mercado de trabajo y, una vez en él, que sus retribuciones sean exactamente iguales a las de los hombres. El pasado mes de febrero, la provincia de Cuenca registraba un total de 11.024 parados. Una cifra notable que certifica, para empezar, el fracaso de las políticas de empleo llevadas a cabo por el Gobierno de España, con la inestimable colaboración de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Dividida esta estadística por géneros, los dos que de momento reconoce el Ministerio de Trabajo y el Instituto Nacional de Estadística del que proceden, los números femeninos superan ampliamente a los masculinos. Un total de 6.752 mujeres quieren trabajar en la provincia de Cuenca, frente a 4.272 hombres. Tristemente, parece un dato consolidado, cronificado y admitido, por las feministas las primeras, que, seguimos en Cuenca, sean 2.480 mujeres más que hombres las que busquen empleo. Esta cifra es la recogida oficialmente. ¿Cuántas mujeres habrán renunciado ya a la posibilidad de trabajar fuera de casa, de encontrar un puesto remunerado que le proporcione seguridad e independencia económica y que no figuren en las estadísticas?
Solventado el primer paso, complicado todavía para un gran número de mujeres, como es el encontrar un trabajo, se presenta el siguiente escollo, enfrentarse a la conocida como brecha salarial. Según Pacto Mundial, una iniciativa vinculada a la ONU relacionada con la sostenibilidad empresarial, en 2022, “la brecha salarial de género en España es del 28,21%. La desigualdad salarial española deja a nuestro país en la bancada, siguiendo el último informe Global Gender Gap 2022. Si la igualdad de hombres y mujeres continúa avanzando a la velocidad actual, tendrían que pasar 132 años para alcanzar la paridad total. España ocupa el puesto número 17 del mundo en cuanto a paridad de género (su puntuación es de 0,788 sobre 1, donde 1 es la paridad completa)”.
Sigue esta entidad analizando indicadores que llevan a otra conclusión nada alentadora, “en el caso de nuestro país el salario percibido por un trabajo similar se aleja mucho de este marcador. Una puntuación de 0,616 lleva a España hasta el 89 puesto mundial. Una situación parecida sucede con el ingreso estimado total que ocupa la posición 58 con un indicador de 0,674. Un contexto tan crítico que viene reforzado por otro dato: sólo una de cada tres personas de las juntas empresariales son mujeres (32,60%)”.
Respecto a la situación mundial, “La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que las mujeres cobran un 20% menos que los hombres en todo el mundo. La brecha salarial entre hombres y mujeres se ha reducido en algunos países, mientras que en otros apenas se han producido cambios. Según Eurostat, son 47 los días que las mujeres de la Unión Europea (UE) trabajan gratis al año con respecto a los hombres”.
Queda claro, pues, que cuando se trata de conseguir resultados, el nuevo feminismo deja bastante que desear. Pero, eso sí, que propósitos no falten, para seguir alimentando la esperanza y, con ella, la permanencia, pura y dura en el poder, y el control de las arcas públicas para decidir al antojo de algunas lo que se hace con el dinero de todos. En el ámbito internacional, los propósitos tampoco avanzan demasiado. La afamada Agenda 2030, si, el documento de intenciones del que, mayoritariamente, presume el autoproclamado progresismo, colorido pin en solapa, recoge en uno de sus objetivos, el lograr el empleo pleno y productivo y garantizar un trabajo decente para todos los hombres y mujeres, incluidos los jóvenes y las personas con discapacidad, y la igualdad de remuneración por trabajo de igual valor. Todo esto, reiteramos para 2030. Quedan siete años. ¿Alguien se cree que esta meta, como el resto, se va a lograr? Recordemos que esta declaración de intenciones, que es en lo que se va a quedar al final, se firmaba en 2015. ¿Y todo el dinero gastado en remunerar horas de trabajo, comisiones, dietas, viajes, publicidad, merchandising? ¿Algún responsable?
“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, escribía Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo. Nada más que añadir a este feminismo que simula avances mientras hace retroceder a la sociedad entera.
Texto: AGA
Imagen: Dependencias de empleo de la Junta de Comunidades en Cuenca