A escasas semanas (días) para la Navidad, a muchos españoles les empieza a doler el estómago del panorama que les espera estas fechas en los reencuentros familiares. Volver a ver al cuñado epidemiólogo, a la cuñada experta en farmacovigilancia, al sobrino que tiene un móvil por extremidad, a la sobrina macarra, a la suegra inquisidora, al suegro de ideas políticas contrarias a las tuyas, al primo borrachín... y así un montón de posibilidades dependiendo de cada una de las familias. Pero al final todos estos personajes lo que hacen es meter ruido y acallar lo que importa, empujando al protagonista a un mero ejercicio de supervivencia.
Luego están, los enfadados con el mundo durante estas fechas. No intentan sobrevivir a los reencuentros de estos días, sino que se erigen en inquisidores de todo lo que les rodea. Que si mira cuantas luces pone el vecino en el balcón, que si los cuñados han comprado un jamón por aparentar, que si han llegado los “tiraduros” que sólo beben en el pueblo, que si ninguno va a misa, que si ya no se cantan villancicos, que si en la Misa del Gallo van a ir chispaos, que si la Eufrasia y el Telesforo están arrejuntaos durante estas fechas, y así una retahíla de trajes cortados que dejan en niña inocente a la vieja del visillo.
Ese español que lo único que persigue es sobrevivir otro año más a la Navidad, soporta tanto ruido que cualquier medición del mismo le llevaría a pedir la baja. Pero no es un ruido que se mida en decibelios, es un ruido del alma, que empezando por la consumista publicidad y acabando por los caracteres de su propia familia le apartan de poder pararse un poco y darse cuenta que tiene una ayuda más grande de lo que piensa. Una ayuda gratuita, inagotable y que se da con sólo acogerla en tu corazón. La ayuda de ese niño nacido en Belén. Ese niño que hecho hombre entiende como tú lo difícil que es mantener la compostura en una cena de Navidad, lidiar con la competición de regalos de los cuñados y tantas otras cosas que te causan desasosiego. Sólo hay que acercarse a Él durante estas fechas, dirigirle unas palabras, como seguramente nos ensañaron nuestras abuelas y madres cuando éramos críos, y si puede ser participar con Él en su cumpleaños en la Misa del Gallo.
Los enfadados con el mundo, aunque se creen preparados para estos días, probablemente no lo estén tan bien. Les falta el amor, el amor en el corazón para darle la vuelta a las situaciones que se encuentran. Que el vecino compra un jamón, pues que bien, parece que han vuelto a trabajar. Que el cuñado hace el regalo más caro, pues mejor para los críos, lo que van a disfrutar. Que el borrachín va a misa, pues qué alegría, un alma más a resguardo del pecado y así con todo lo que les sucede. Pero es que sólo el amor, la caridad, es capaz de ablandar el corazón. Además, sólo Dios puede juzgar y a cada uno le reserva su propio camino hacia Él, que ninguno de los demás conocemos.
La Navidad, que por mucho que se la quiera ocultar, o insultar, resulta que siempre sorprende y hace cambiar aquellos que están dispuestos a escuchar a ese Niño que nació en Belén.
Recordaré aquí la tregua de Navidad en plena primera Guerra Mundial, donde los soldados pararon la guerra durante los días de Navidad, jugaron partidos de fútbol, intercambiaron dulces y cigarrillos, fotos de familias, y otros enseres personales. Fueron reprendidos por sus superiores, aquellos que ven las guerras a distancia, haciéndoles que se dispersaran por otros lugares del frente. Estos hechos están recreados en la película Joeux Noël(2005), Feliz Navidad.
El Niño de Belén nos ofrece fe, esperanza y caridad. Dicho así queda muy distante, pero para empezar basta con no perderse entre tanto ruido y ser capaces de dar la vuelta a las situaciones que se nos presenten desde la perspectiva del amor al prójimo.
Texto: José Carlos Martínez Ávila
Sección: El último mohicano
Imagen: “Dios ha nacido. Recuperemos la Navidad” es el lema de la Asociación Católica de Propagandistas para esta Navidad