La Opinión de Cuenca

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Domingo de Quasimodo. Día de la Madre María de Manjavacas

Cultura


Quasimodo geniti infantes, casi como niños recién nacidos, así comienza la antífona de entrada del Domingo de Quasimodo, el Domingo de la Octava de Pascua, siguiente domingo al de Resurrección o también llamado Domingo in albis, porque los recién bautizados en la noche de la santa vigilia entraban con las vestiduras blancas que les habían impuesto tras recibir el bautismo.

Ese día tan especial lo era aún más para los habitantes de La Mota, que desde el siglo XVI celebraban la función de la Virgen, Ntra. Sra. de la Antigua de Manjavacas. El Domingo de Quasimodo se reunían todos los fieles en la iglesia parroquial de San Miguel Arcángel a hora de las seis o siete de la mañana; desde allí iban en procesión por la calle Manjavacas hasta dejar atrás las últimas casas del pueblo, donde el camino se tornaba tortuoso y polvoriento; en ese punto la procesión se deshacía y se formaban grupos de romeros que andaban el camino hasta la ermita, marchando a diferentes pasos que recorrían la legua larga que la separaba del pueblo de La Mota. Una vez en Manjavavas se volvía a reunir la procesión y los feligreses entraban en la ermita, donde se celebraba misa cantada con sermón. Terminados los actos litúrgicos se sacaba a la Virgen en procesión por los alrededores de la ermita; se hacían actos en su honor, quizás danzas y cánticos, ofrecimiento y distintas celebraciones. A eso de las dos de la tarde se guardaba la santa imagen y de vuelta al pueblo, donde, una vez llegados todos los grupos, se formaba de nuevo la procesión hasta la parroquia. Un solo día para la Función y feria, consistente en una romería hacia la ermita.   

Desde 1663, año de renovación de las constituciones de la Cofradía, hasta 1759, primera fecha que conocemos de cuentas y cargos de la misma, han cambiado algunas cosas en ese hacer de la Función. 

Primeramente, se organizó una Feria en La Mota a comienzos de septiembre y con tres días de duración, mediante una Real Cédula firmada el año de 1750 por el rey Fernando VI, por la que se concedía licencia con una duración establecida por ocho años, iniciándose a partir del año 1751, para: Celebrar en Mota del Cuervo una Feria franca, sin impuestos, durante los tres primeros días del mes de septiembre, donde se comercie con ropas de seda, paños, lienzos, platerías y otros productos, así como tratos de ganado mular. El dinero que se obtuvo en dicha Feria, por las licencias y aportaciones voluntarias que pagaron los comerciantes, fue de 1.000 maravedís. Este dinero, junto con el que se obtendría en los ocho años sucesivos de la licencia concedida, se decidió emplear en la construcción y reparación de la nueva ermita de Ntra. Señora de Manjavacas. Este año de 1751 es pues el primer atisbo de celebración de la festividad y función en honor de nuestra querida Virgen, la feria de los primeros días de septiembre tal como se celebraba en el pasado, y el empleo del dinero en la construcción de su ermita, para dejarla tan bella y recoleta como está en la actualidad. Supuso además el cambio de patrona de la villa, pues en ese momento estaba bajo la advocación de Ntra. Señora de la Concepción. 

Pero a pesar de la Feria, en 1759 todavía no se había cambiado la celebración de la Función el día de la Octava de Pascua de Resurrección. Sí se había producido un cambio muy sustancial: la procesión que se formaba para ir a la ermita, y vuelta el mismo día, ya no se celebraba de la misma manera. Ahora los romeros y procesión iban a la ermita la víspera de la Función y traían a la santa imagen al pueblo, para depositarla en la iglesia parroquial, comenzando así la tradición de la Traída de la Virgen. Al día siguiente se celebraba la Función, con misa cantada, sermón y procesión. La Virgen iba en sus andas llevada a hombros de cofrades, acompañada de todos los cargos de la Cofradía, mayordomos, alcaldes, capellán, secretario, ejecutores y protegida por un cuerpo de guardia, la soldadesca, formada por su capitán, alférez abanderado, uno o dos tamborileros que no paraban de tocar los días de la fiesta, pues era tanto el soniquete que muchos años necesitaba repararse la caja, y el conjunto del cuerpo de la soldadesca; el alférez hacía blandir la bandera de un lado a otro, de arriba abajo, haciéndola danzar para contento de niños y mayores, así ocurría que cada año también se tenía que reparar. Delante de la Virgen, en la procesión y actos de las fiestas, aparecía la importante figura del portaestandarte que conducía el hermoso estandarte por el que se pujaba dinero durante los ofrecimientos para que fuera llevado por la persona que más reales entregaba. Por la tarde el ofrecimiento a la Virgen donde los devotos y cofrades donaban algunos celemines o fanegas de trigo, o unos pocos maravedís; donde se rifaba lo que se ofrecía, corderos, cabras, conejos, melones, pichones y, sobre todo, unas tortas por las que se pagaba una buena cantidad de dinero; las había de tres tipos: fideos, alajú y mazapán. Terminada la Función, al día siguiente, se devolvía a Ntra. Señora a la ermita, mediante la Llevada de la Virgen. Como en la actualidad, se cubría con un paño de tafetán azul para evitar el polvo del camino. 

No es hasta el año de 1764 que cambia la celebración de la Octava de Pascua de Resurrección a los primeros días de septiembre, que tuvo lugar por un hecho bastante simple y singular, amén de otras razones que desconocemos entre las que puede estar la colocación de un retablo nuevo. El año de 1763 habían sido elegidas dos mayordomas para el gobierno de la Cofradía, doña Josefa Rosa Carrillo y doña Rosa Castaño del Vado, hasta la fecha habían sido hombres los nombrados para este oficio. Cuando el Prior de Uclés fue informado de este hecho lo prohibió tajantemente y las destituyó, de manera que encargó a don Tomás García Nieto que actuara como juez de comisión para el nombramiento de dos nuevos mayordomos; fueron elegidos don Manuel Antonio Palacios, abogado de los Reales Consejos, y Juan Fernández León, y como había transcurrido la mayor parte del gobierno de las mayordomas, solicitaron éstos una ampliación de su mayordomía, cosa que don Tomás autorizó, por lo que se celebró la Fiesta y Función durante el mes de septiembre del año 1764. 

En años sucesivos se continuó con la celebración de septiembre, teniendo constancia escrita de ello la que se produjo un 8 de septiembre de 1766. La pólvora, un acto tan importante en las fiestas en honor de Ntra. Señora de la Antigua de Manjavacas, comenzó a celebrarse ese mismo septiembre de 1764, debido a que se terminó de instalar el retablo nuevo de la ermita. Para celebrar esa importante inauguración, los mayordomos mandaron librar trescientos reales del arca de la Cofradía para la compra de fuegos de artificio que se prendieron la víspera de la Función. La música durante la Función, procesiones, etc., comenzó a usarse durante las fiestas del año 1802. Ese año se trajo una banda de música de fuera para el mayor lucimiento de la fiesta.

Hoy día se celebra la Función en agosto, pero aún queda, en los alrededores de la ermita, los ecos de esa celebración ancestral el Domingo de Quasimodo, donde los moteños acudíamos a nuestra Madre casi como niños recién nacidos.

Texto: Enrique Lillo Alarcón

 
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