En las películas del lejano oeste, Western, como dicen los modernos, no son raras las cuitas y conflictos que suceden entre habitantes de aquellas tierras, sean colonos ó indios. La película normalmente pinta mal para los protagonistas hasta que aparece el séptimo de caballería, para poner orden a base de plomo para los indios díscolos, soga de esparto para cuatreros o grilletes para magnates ganaderos que se pasan las lindes por el arco del triunfo. Mira que eran eficientes esos del séptimo de caballería, que tras cabalgadas de 20-30 millas, llegaban a la escena sin una mota de polvo, los uniformes planchaditos y los caballos sin una gota de sudor
El séptimo de caballería aparece como elemento pacificador y ejecutor de las leyes, para evitar que nadie se tome la justifica por su mano, y que el estado de la Unión estuviera presente en aquellos recónditos lugares donde 200 años antes ya estuvieron los españoles.
La provincia de Cuenca no es el lejano oeste, pero se le empieza a parecer, y no lo digo por los numerosos montes de esparteras que tenemos, sino porque cuando se presenta alguna amenaza, el séptimo de caballería no aparece poniendo orden.
Una de esas amenazas son las macrogranjas porcinas, que poco a poco, al merme, y sin que nadie se entere empiezan a proliferar y proyectarse en toda la provincia. En principio una macrogranja no es ni más ni menos que un negocio legítimo que se pone para ganar dinero. Como todo negocio tiene que pasar unos trámites y unas autorizaciones que deben recibir el visto bueno de la administración, que es ni más ni menos el “séptimo de caballería” que debe hacer cumplir la ley y estar al servicio de los ciudadanos garantizando el interés legítimo del dueño del negocio.
El problema está cuando ese séptimo de caballería no aparece. Por ejemplo, en el caso de Almendros la macrogranja que todavía a día de hoy está proyectada, se situa justo encima de un manantial que ha surtido de agua al pueblo desde tiempos inmemoriales, sobre un cerro de roca caliza. El funcionario de carrera de la delegación de agricultura de Cuenca, que miró ese expediente, seguramente, ingeniero agrónomo, debió de faltar a clase el día que se explicaba geomorfología, movimiento del agua en el suelo, explotaciones porcinas y tratamiento de purines. De otra forma no me explico que diera el visto bueno a esa macrogranja en tal lugar. Pero es que además en una “pequeña” modificación parcial de ese proyecto se quería poner una incineradora de cadáveres, como si fuera un puesto de pipas, en medio de una zona ZEPA y de alto valor ecológico y patrimonial.
Esto debe ser como una enfermedad contagiosa entre funcionarios, porque hay otra macrogranja proyectada entre Almonacid del Marquesado y Puebla de Almenara, justo en la orilla del Arroyo de la Vega, afluente del Cigüela, que como sabemos todos los que paramos por estos lares y no hemos cursado la LOGSE es uno de los aportes de agua principales a las Tablas de Daimiel. ¿Qué puede salir mal poniendo la macrogranja al lado del río de la Vega?, habrá pensado el funcionario correspondiente, que como el anterior debía estar en el bar de la escuela de ingenieros en vez de en clase cuando le explicaban la contaminación por nitratos. El arroyo de la Vega recoge las aguas de la ladera Este de la Sierra Jarameña, nace en el extremo sureste del término municipal de Puebla de Almenara, ya recibe bastante castigo con las aguas residuales de la Puebla sin tratar para que ahora como guinda tenga un posible vertido o filtración de purines, que los lleve directamente al Cigüela.
La verdad es que no me extraña, ya que esos mismos funcionarios dieron su visto bueno al vertedero que a escasos dos kilómetros de esa proyectada macrogranja está ya en funcionamiento. Vertedero metido con calzador en una zona de alto valor ecológico de monte Mediterráneo, sobre un suelo calizo, en plena zona ZEPA. ¿Qué es una ZEPA?, pues un área de especial protección por las aves que la habitan. Es decir que el búho real debe estar encantado de vivir junto al vertedero, lo mismo el águila perdicera y real. Se da el caso de que los paisanos no pueden ni cortar una raíz de una encina, que este en su tierra, que les engancha los arados, sin que eses mismos funcionarios se les echen encima, pero al vertedero si le dejan arrasar encinas como si nada.
Como ven el séptimo de caballería está ausente, y ante esta tesitura, no queda más remedio que como en las películas del oeste, los paisanos se organicen y planten cara a tanto despropósito. Tal vez seamos muy duros con toda la delegación de Agricultura y Medio Ambiente, y ellos sólo obedecen ordenes de un superior.
Por otro lado, como he dicho al principio las macrogranjas son un negocio tan legítimo como otro cualquiera, pero tal vez si los proyectos se explicaran de manera transparente a los pueblos donde se van a instalar se evitarían muchos problemas.
Las empresas alimentarias se podían plantear también a parte de instalar macrogranjas en Cuenca, el traer a estos pueblos los centros de investigación en genética porcina y tecnología de la producción, que atraerían a la Cuenca despoblada a investigadores, técnicos y demás personal especializado. Pero me temo que traen los cerdos y nos quedamos con la mierda, con perdón, como diría mi abuela, “ser trabajadora de los bares de las luces de colores y poner la cama.
Texto: Jose Carlos Martínez Ávila (Doctor Ingeniero Agrónomo por la UPM, profesor en el departamento de matemática aplicada y estadística de la Universidad San Pablo CEU)
Sección: El último mohicano