Manuel Amores
Evocamos en este año 2021 el centenario de una de las mayores tragedias de nuestra historia moderna. España todavía trataba de olvidar, como si de una pesadilla se tratase, el desastre de 1898 con la pérdida de las últimas posesiones en América —Cuba y Filipinas—, cuando sufrió una de las mayores, más dolorosas y deshonrosas derrotas de lo que iba de siglo, que vistió a España de luto y la hizo estremecer. El 21 de julio de 1921 y días posteriores quedaron en los anales de nuestra, gloriosa y al mismo tiempo atormentada, Historia por las torpezas y errores cometidos en una guerra. Los españoles no comprendieron cómo pudo sacrificarse a una generación de jóvenes en defensa de una tierra ajena que nada en la práctica aportaba a la nación, aunque algunos sí obtuvieron beneficios mediante negocios bastante confusos, y que treinta y cinco años después sería entregada a sus naturales.
Para conocer lo ocurrido en aquellos días tan terribles es preciso acudir a las fuentes, y nada mejor que tomar como referencia fundamental el denominado “Informe Picasso”, documento redactado por el general de división don Juan Picasso González, que estaba destinado en el Consejo Supremo de Guerra y Marina, relativo a los sucesos que habían tenido lugar en la Comandancia Militar de Melilla durante los meses de julio y agosto de 1921, hechos conocidos como “El Desastre de Annual”, a través de las declaraciones de jefes, oficiales y soldados supervivientes de aquel infierno, y sobre el desastroso abandono de las posiciones.
Igueriben fue la punta de lanza del general Manuel Fernández Silvestre en su imprudente pretensión de llegar hasta Alhucemas para dominar y controlar todo el protectorado español de Marruecos. El caudillo moro Muhammad Ibn Abd el-Karim El-Jattabi, conocido como Abd el-Krim, había amenazado con iniciar un ataque sin precedentes si los españoles cruzaban el río Amekrán. A sus oídos llegó la noticia falsa de haberse producido tal circunstancia, pues se trató de un bulo, pero que dio origen a la preparación y más tarde al inicio del ataque.
El 16 de julio se reunió el harca de Amesauro con todos los contingentes de Beni Urriaguel, Bocoya y parte de Tensamán para planificar el ataque a las posiciones españolas de Buimeyán, Annual e Igueriben. El día siguiente, 17 de julio, las tropas moras ponían sitio a Igueriben, lo que supuso la imposibilidad de que los defensores españoles de la posición recibiesen suministros de víveres, munición y agua, cuyo pozo de abastecimiento se hallaba a una distancia de cuatro kilómetros. Uno de los convoyes que consiguió romper el cerco y entrar en Igueriben llegó bastante mermado tras un duro combate en el que, además de las bajas sufridas, varias cajas de comida y pertrechos para artillería y ametralladoras quedaron en poder de los moros. Por la noche, un férreo bloqueo había quedado establecido sin posibilidad alguna de desbaratarlo los trescientos cincuenta y cuatro soldados al mando del heroico comandante de infantería Julio Benítez. A partir de entonces, la guarnición careció de agua, y ya aquel día 17 no pudo hacerse el rancho por falta del líquido elemento. El ganado del convoy, que había quedado entre la alambrada y la posición, no pudo ser aprovechado porque fue muerto por el cruce de disparos entre defensores y atacantes. Desde aquel momento, todos supieron que la posición estaba perdida irremisiblemente y cuantos esfuerzos se hicieran por mantenerla y aprovisionarla resultarían inútiles. Por la noche, los moros dieron varios asaltos empleando granadas, aunque los españoles lograron rechazarlos. Tanto se acercaron, que podían entenderse los insultos de los atacantes a los oficiales españoles y cómo les ofrecían llegar indemnes a Annual si se rendían.
La situación de los sitiados se hacía infernal. No tenían agua ni comida, y el armamento se inutilizaba por el calentamiento que experimentaba al no cesar de disparar. Para apagar la sed que los consumía machacaban patatas y chupaban el poco jugo que de los tubérculos lograban exprimir. A los heridos, que no podían ser atendidos por no contar con sanitarios ni medicinas, les daban a beber el líquido de los botes de pimientos y de tomates, y cuando se agotaron, agua de colonia; más tarde se tomaban la tinta y en último término los orines propios con azúcar. Para el sofocante calor africano de pleno verano, cavaban agujeros y desnudos se metían en ellos para mitigar el tremendo calor. Las bajas no cesaban de aumentar y los socorros que el comandante Benítez había solicitado a la guarnición de la cercana Annual no llegaban. Se hallan concentradas en Annual numerosas fuerzas que han de convoyar los socorros de que tan necesitada está la posición. La Patria, atenta a vuestro gallardo esfuerzo, sabrá pronto recompensar vuestros sacrificios, respondió el general Silvestre al comandante Benítez, lo cual elevó algo la moral de los soldados junto con el ánimo que trataba de infundirles el teniente Luis Casado y Escudero, herido en el combate. El hedor de los cadáveres era insoportable y los combatientes caían agotados…
Continuará...