Paseando por las hemerotecas he encontrado lo que sucedía en las administraciones municipales y sus defectos de aquellos primeros años del siglo XX. Los males de las administraciones públicas es algo endémico que difícilmente se llega a corregir con el tiempo, porque después de algunas generaciones nos olvidamos de lo ocurrido cayendo en los mismos males. Para muestra un botón: “Profundo pesar causa el estado anormal por el que atraviesan los Municipios de España en general, y los de esta provincia en particular; a diario se presentan casos de una enfermedad harto generalizado para que se presten a discusión sus caracteres terminantes, sin que los doctores de nuestra política pongan remedio a tan funestos males.
Creer que a esos caos se va a poner remedio con recortes más o memos habilidosos o con una de cal y otra de arena, dejando subsistente el mal, transigiendo con el foco infeccioso, conservando cuidadosamente a esas Corporaciones el ambiente corrompido en que se mueven, es hipotecar de propósito a la relativa comodidad del presente, toda tranquilidad para el futuro.
El mal es más hondo. Está en lo que es causa de la precaria situación política de nuestro país, en la torpe urdimbre de procedimientos electorales con que los antojos de los acuerdos entre distintos partidos minoritarios se sobreponen a la voluntad del pueblo, escarneciéndola abiertamente en unas partes, ya encadenándola en otras, ya mancillando en todas la legitimidad de los poderes electivos.
Del mal que nos ocupa y que se manifiesta en esos casos escandalosos de inmoralidad administrativa por dos caminos diferentes, no hay que culpar ciertamente, a las Corporaciones municipales que, después de todo viven con vilipendio secuestradas al capricho del poder central que absorbe hasta sus más propias funciones en el orden administrativo. Por otra parte, la Diputación provincial y el Gobernador, tampoco se cuidan de que los Municipios rindan con regularidad sus cuentas, ejerciendo la acción fiscalizadora que les confiere la Ley para que los intereses de los pueblos no están de continuo a la merced de detentadores más o menos escrupulosos, esto unido a que el fisco con su desmedida avaricia recaudatoria absorbe lo más granado de sus recursos haciendo imposible por tales procedimientos la vida municipal.
Hágase más administración y menos política y restringido por ese medio el poder del cacique, habremos conseguido que los Municipios vuelvan a la vida legal y así emancipados en ese por misteriosos que los envilece y degrada, recobrarán la libertad de acción que necesitan para el buen desempeño de sus funciones.
Estas Corporaciones no tienen por regla general raíz alguna en la opinión montadas al aire por las necesidades del caciquismo; viven en un divorcio absoluto; ni tiene la opinión ni siquiera les preocupa la falta de ella ¿Para qué, mientras tengan al Cacique y por el Cacique al Gobierno? ¿Quién va a depurar sus responsabilidades? ¿Sus convecinos? No; ¿Las autoridades gubernativas que al Cacique piden las mayorías parlamentarias? Tampoco.
Grave injusticia sería atribuir estas deficiencias en algunos casos, por lo menos a propósito inmorales en los que las amparan, los que no las reprimen, acaso en el fondo de su conciencia las reprueban; los que ni las reprueban ni las reprimen, tampoco las aprovechan para su lucro personal; pero sin ese desorden administrativo ¿cómo se iban hacer las elecciones? ¿Cómo se podría manejar desde el Ministerio de la Gobernación la cadena con que se tiene esclavizada la voluntad nacional y muerta con mano certera la opinión electoral?
Ese es el secreto –secreto a voces- de esa calamidad pública que se llama administración, que arruina a unos pueblos, que subleva a otros y que los ahoga a todos bajo la pesadumbre y los maleficios de la Administración provincial y de la general del Estrado.
Personajes y Ministros que no darían la mano a algunos individuos y que si los hallara en despoblado se llevarían instintivamente las manos en el bolsillo, no tienen inconveniente en poner a su disposición Diputaciones provinciales y Ayuntamientos, a cambio de una acta en blanco, de una enmienda en el escrutinio o de un censo entero desde donde lo pusieron los electores hasta donde lo quieren los caciques, de ahí que los vivan a la merced de gentes indocumentadas que todo lo prefieren a la obscuridad modesta o al hambre.
Mientras padezcamos esos viejos partidos políticos que estiman cuestión de vida o muerte para ellos la corrupción electoral, ¿cómo va a remediarse la inmoralidad administrativa que padecemos? Pues, si ahí está el mal; ahí hay que buscar el remedo en el saneamiento del origen de todas las funciones de la administración”. (Periódico independiente de Administración y Noticias: “El Avisador Municipal”- Cuenca 19 de febrero de 1901).
Después de leer esto, es para pensar y tomarse en serio lo que estamos viviendo en nuestros días con este Gobierno Nacional…
Texto: José María Rodríguez González. (Profesor e investigador histórico)