Ocupa cerca de 500 kilómetros cuadrados de la provincia conquense, tiene una densidad de apenas 6 habitantes por kilómetro cuadrado y su denominación es un antiguo vocablo argentino que significa “pequeño campo abierto y cubierto de hierba”.
Me refiero a la comarca del Campichuelo, una tierra fértil, llena de bosques de encinas, robles pinares y extensas tierras de labor, que esconde increíbles secretos patrimoniales. Pequeños o grandes tesoros, según se mire, que deberían señalarse antes de que sea tarde.
Este espacio de terreno tiene su vértice en el municipio de Mariana y se extiende, abriéndose como una hoja a izquierda y derecha, con las sierras de Bascuñana y de Las Majadas como límites geográficos. En el otro vértice, la localidad de La Frontera que, como su nombre propio indica, abre sus puertas hacia la Alcarria profunda y a la no menos aguda Serranía Alta.
El Campichuelo es una comarca singular, aunque no tenga el reconocimiento como entidad autónoma y su título sea más histórico y honorífico que otra cosa. Y es que es de justicia recordar que estas tierras se repoblaron, tras la conquista de Cuenca por las tropas cristianas de Alfonso VIII en 1177, con soldados que habían participado en la batalla y que procedían de tierras de Castilla, León o del Señorío de Molina.
Es decir, no había mejor manera para reconocer la valentía de aquella tropa, que arrebató la Cuenca musulmana gobernada por el musulmán Abu Beka, que proporcionarles terrenos cercanos, a varias leguas de la ciudad reconquistada, para que se asentarán allí con sus familiares y se multiplicaran. En poco tiempo surgieron núcleos poblacionales, por aquello de que el ser humano necesita relacionarse con otros iguales, y las poblaciones de Mariana, Sotos, Collados, Pajares, Villaseca, Torralba, Zarzuela, Torrecilla, Ribatajada, Ribatajadilla, o Ribagorda, entre otras, comenzaron a tomar forma.
Imaginamos que a la fundación de aquellas colonias y prósperas localidades en siglos posteriores tuvo que seguirles la edificación de edificios eclesiásticos para perpetuar la fe y ahondar las creencias bien arraigadas del cristianismo. La primitiva Catedral de Cuenca ya dominaba el cielo de la Cuenca católica, y la Iglesia se extendía por el territorio con nuevos templos, en unos casos sencillos y en otros más osados o temerarios, que afianzaban el poder de Dios en esta tierra santa.
Son los albores del siglo XIII y la prosperidad es más que patente en una comarca que crece decididamente en población. Como en tantas localidades cercanas a la Cuenca pujante, se inician las edificaciones de templos concebidos sencillamente en origen con las corrientes arquitectónicas del momento. Es el conocido como románico tardío o protogótico, el paso previo o la transición entre aquel románico austero en el que domina el arco de medio punto y el novedoso y renovador gótico de arco ojival que avanza un cambio en los siglos posteriores.
En ese intermedio, en esa fase de experimentación, surgen numerosas parroquias eclesiásticas que perdurarán hasta nuestros días, precisamente por su excelente factura. Ábsides semicirculares, presbiterios, pórticos, españadas, retablos, artesonados, elementos decorativos vegetales y varios adicionales que dignifican el románico erigido en estas tierras. Un románico, sin duda, singular y único, que se construye de forma humilde pero orgullosa.
Como características generales y comunes, las diferentes iglesias que se jalonan en cada una de las poblaciones no son precisamente monumentales. Se edifican en una sola planta; trazan un eje este-oeste, estando el ábside en el este; la puerta principal suele estar situada en medio del muro lateral, y a ambos lados se flanquean columnas. Estas son algunas de las características, si bien la mayor es la falta de simetrías, el aprovechamiento de espacios y de pendientes, para construir un románico exclusivo de sello conquense. Eso sí, si hay un elemento arquitectónico típicamente característico del Campichuelo es el ‘tejaroz’. Se trata de un pequeño tejado que sobresale del muro y que se coloca entre los huecos de las edificaciones, encima de ventanas y sobre todo en las entradas principales.
Todas y cada uno de ellas tienen sus propias características y particularidades que darían para una tesis pormenorizada, pero cabe señalar, por no hacer muy extenso este artículo, que muchas de las edificaciones eclesiásticas se construirán a lo largo de los siglos posteriores, gracias a la incipiente industria lanar y al dinero que genera. Se erige la Iglesia de San Pedro de Mariana –construida en el siglo XIII y reformada en años posteriores– como una de las joyas de este románico propio, si bien destacan entre otras la Ermita de la Virgen de Horcajada en Ribagorda; las iglesias dedicadas a la Virgen de la Asunción de Arcos de la Sierra, Castillejo de la Sierra y Ribatajadilla, o la imponente parroquia de Sotos; la iglesia de Santo Domingo de Silos de Pajares; la iglesia de San Juan Bautista de Ribatajada; o la iglesia de San Andrés de La Frontera (s. XVI).
Hace unos años, al menos dos décadas, se pensó que una buena manera para atraer turismo a esta zona era crear una ruta del románico y abrir convenientemente en fines de semana y fiestas de guardar, para que el visitante no solo disfrutará con este patrimonio particular. De paso, los bares y restaurantes de los pueblos podrían “hacer caja” y aliviar su economía en ciertas épocas del año, más allá de los veranos superpoblados por las fiestas o las campañas de caza del otoño.
Creo recordar que hubo algún que otro proyecto auspiciado por la propia Diputación Provincial, que tenía por objeto añadir otros lugares de interés como la Iglesia románica de Arcas –de Nuestra Señora de la Natividad–, unir al recorrido otras iglesias de la capital –caso de San Nicolás– y, tras pasar por las poblaciones del Campichuelo mencionadas anteriormente, llegar a uno de los lugares más increíbles y menos conocidos.
La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Valdeolivas es el paradigma del románico conquense. Su exterior –la planta o la torre que se eleva a poca altura– ya recuerda que nos encontramos ante un edificio románico erigido en el siglo XIII, pero en su interior existe una auténtico tesoro que debería estar presente en todas las guías y trípticos turísticos de la provincia conquense que se precien. Es la pintura mural en una de las bóvedas del Cristo en Majestad o Pantocrator, al que rodean el Tetramorfos –los símbolos de los cuatro evangelistas– y los 12 apóstoles a izquierda y derecha. ¡Un verdadero placer para los sentidos!
Observo con sana envidia las rutas del románico que se realizan en tierras gerundenses, en Navarra, León, Burgos o Palencia y me pregunto si no podríamos importar el modelo, teniendo en cuenta que al viajero y visitante le podríamos ofrecer, además, un número considerable de recursos turísticos en forma de yacimientos históricos de épocas anteriores y parajes naturales.
Nos cansamos de oír aquello de que el turismo de cultura y naturaleza debe ser una herramienta para generar empleo y frenar la despoblación, pero para esta comarca, para el Campichuelo, no hay siquiera un plan que dignifique el territorio tal y como merece.
La sangría poblacional se agranda como una herida que ya no cicatriza y los recursos de los ayuntamientos son tan ínfimos que no se pueden permitir grandes actuaciones para recuperar o al menos preservar el patrimonio que ya tienen. Ciertamente existen instituciones que mantienen acuerdos y presupuestos para ello, caso del programa que efectúa anualmente la Diputación Provincial y la Diócesis de Cuenca conjuntamente, pero ¿es suficiente? No nos gustaría ser testigos del derrumbe y posterior desaparición de alguno de estos tesoros. Veremos.
Texto: José Julián VIllalbilla
Imágenes: Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Sotos y Pantocrator de la iglesia de Valdeolivas. Wikimedia Commons. Autores: Rodelar y AdriPozuelo respectivamente.