Ayer, 27 de noviembre, tuve el honor de compartir mesa y mantel con un nutrido grupo de maestros jubilados que en su asamblea anual evocaban la festividad de quien siguen considerando su patrono, San José de Calasanz. Meritoria celebración -con Eucaristía previa incluida- promovida por unos laicos que no se resignan al laicismo imperante en nuestra sociedad actual, con especial militancia en el ámbito educativo, como en los viejos tiempos.
Como la memoria es frágil y los más jóvenes acaso no lo sepan, quiero recordarles que por Breve Apostólico del Papa Pío XII fechado en 1948 San José de Calasanz fue declarado patrono de las escuelas cristianas de todo el mundo. Se alegaba como mérito de este aragonés universal el hecho de haber creado en Roma, allá por 1597, la primera escuela gratuita de Europa para atender de manera especial a los niños pobres; pocos años después, en 1617, esa creación inicial daría origen a las Escuelas Pías que se extenderían rápidamente por todo el Continente con la denominación popular de Escolapios. En ese mismo año de 1948 el Servicio Español del Magisterio lo asume como su patrono y el Ministerio de Educación Nacional instaura en el calendario escolar la fecha el 27 de noviembre como “Día del Maestro”, en consonancia lógica con los ideales del nacional catolicismo imperante en el Régimen. Así vino celebrándose desde entonces y era un día especial del calendario escolar español que comportaba incluso algún regalo para los maestros por parte de las familias. Por su parte, en 1994 la ONU instituyó el 5 de octubre como “Día mundial de los docentes”, con lo cual quedaba diluida la propia celebración del magisterio como se venía haciendo y, por supuesto, empezaba a ser más imprecisa la propia denominación de estos profesionales que ya habían pasado a ser conocidos como “Profesores de E.G.B”, sin que todavía hubiera especial empeño en desdoblar el género gramatical de las personas de ambos sexos que a tal misión se dedicaran. No hará falta recordar que maestro, de magister, es “el más mejor”, si se me permite la aberración, “el que más sabe en lo suyo”; de ahí la veneración que algunos tenemos por quienes por tales los tuvimos y tenemos, y de ahí también el orgullo con el que cada vez más estos profesionales demandan para sí la consideración de maestros antes que docentes, profesores o graduados; porque es una profesión pero también hay algo de vocación, especialmente en aquellos momentos de la España en blanco y negro en la que tenían que ejercer como apóstoles de la alfabetización, pero también de las más elementales normas de urbanidad. (Me permito recomendar la lectura o relectura de Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa, para acercarse a aquel mundo en cuya transformación tanto colaboraron los cientos de maestros que tuvieron sus destinos en pueblos sin los más mínimos servicios de higiene y comodidad). Y a propósito, quiero también trasladar mi felicitación a la Escuela de Magisterio de Cuenca, bajo la denominación ahora de Facultad de Educación, que celebra este año su centésimo septuagésimo quinto año desde su fundación, y por donde han pasado miles de jóvenes que encontraron aquí una oportunidad de promoción personal, a la vez que pudieron devolverle a la sociedad española en sus diversos territorios el servicio público que aquí recibieron. A todos ellos, mi más sincera felicitación con un recuerdo personal muy agradecido para quien fue mi verdadera maestra en ayudarme a dar los primeros pasos en la lectura de El Quijote, doña Julia.
Y como en la sección se recupera siempre la mirada de un clásico, permítanme reproducir este poema que Machado dedicó a quien consideraba su hermano y maestro, don Francisco Giner de los Ríos, que tan fructífera huella dejaría en el magisterio español del S. XX. El poema fue incluido por don Antonio en la versión ampliada de Campos de Castilla que aparecería en sus Poesías completas de 1917 pues en 1914, fecha de la primera edición, Giner estaba vivo:
“Cuando se fue el maestro”
A Don Francisco Giner de los Ríos
Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja
¿Murió?... Solo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
… Oh, sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas.
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
Texto: Martín Muelas
Sección: Mirando a los clásicos