El talante generoso de Paco Alarcón nos acerca a uno de los capítulos de la historia reciente de nuestra Semana Santa, del cual nos podemos sentir tremendamente orgullosos. Este capítulo no es otro más que su reconstrucción tras la Guerra Civil. Esta reconstrucción fue todo un ejemplo de CONCORDIA Y RECONCILIACIÓN. Después del desastre, a todos los niveles, que supone una guerra civil para un país, Cuenca dio una lección ejemplar de cómo se levanta una nación… una ciudad.
Gran parte de aquellos conquenses, de aquellos nazarenos, procesionan hoy en el cortejo de los más grandes, el que transcurre en lo más alto del firmamento. Para todos ellos, hoy, nuestra más profunda y sincera admiración, reconocimiento y agradecimiento. Sin su generosa, desinteresada y conciliadora dedicación, hoy no gozaríamos de la increíble Semana Santa que tenemos. Gracias a todos ellos y a todos los que supieron, saben y sabrán perpetuar ese legado que nos dejaron.
Texto: Ana Martínez
Foto: Raúl Contreras
SOBRE LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SEMANA SANTA TRAS LA CONTIENDA CIVIL ESPAÑOLA
Apenas había finalizado la Semana Santa de 1939, con la patética y única procesión penitencial o de desagravio en el atardecer del Miércoles Santo, cuando la sacristía de la Parroquia del Salvador empezaba a ser testigo del trabajo para conseguir la eminente reconstrucción de la Semana Mayor de Cuenca.
Su párroco, a la sazón Don Juan García-Plaza de San Luis, prestaba el recinto, todos los domingos, para que, una vez finalizada la misa de doce, pudieran reunirse en él, un entusiasta grupo de conquenses amantes de la Semana Santa, con el único fin de hacer todo aquello que fuese posible para que al siguiente año desfilaran de nuevo todas las procesiones de la Semana Santa que lo hicieran en 1936.
Allí se planificaba un exhaustivo trabajo a llevar a cabo a lo largo de la semana entrante, tras haberse dado cuenta de cuantas gestiones se habían realizado en la anterior, así como de los resultados de ellas.
En estas reuniones se planificaban las innumerables visitas a los despachos de las Autoridades e Instituciones para conseguir los medios tanto económicos como de toda índole, necesarios para hacer realidad los objetivos previstos.
En conclusión, allí se fraguó la nueva etapa de la Semana Santa de Cuenca, dando al mismo tiempo, los primeros pasos, para lo que en algunos años más tarde, concretamente en 1946, naciera oficialmente una nueva institución que agruparía a Hermandades y Cofradías, representando a estás de forma global, y atendiendo al desarrollo y a las necesidades de los desfiles procesionales: “La Junta de Cofradías”.
La labor desarrollada por este pequeño grupo de amantes de la Semana Santa, comenzó a tener su proyección en la misma al año siguiente, puesto que en 1940, volverían a desfilar en Cuenca las cinco procesiones que lo hicieran en 1936: La del "Silencio” en el Miércoles Santo, la de "Paz y Caridad” el Jueves Santo, más las tres del Viernes Santo: "Camino del Calvario", "En el Calvario" y "Santo Entierro". Si bien, la mayor parte de las imágenes que desfilaron ese año, pronto fueron sustituidas por otras de mayor calidad artística, fruto de la improvisación por la premura en el tiempo y con los escasos medios económicos con los que se contaba.
Dos obras nuevas fueron encargadas con urgencia al escultor Tomás Marqués Amat, la de Jesús Nazareno del Puente y la de San Juan Evangelista. A estas se unieron las que había tallado el imaginero conquense Luis Marco Pérez: El Jesús Amarrado a la Columna y la imagen del Jesús, de la Oración del Huerto de San Antón, que completó el grupo con la talla del ángel esculpida por el mismo autor en 1919, y que fue una de las escasas que se salvaron en la destrucción de 1936.
Luis Calvo, en su libro "50 años y un día", dice que desde la localidad de Parra de las Vegas, se trajeron dos imágenes, un "Cristo Yacente” y una "Dolorosa".
De las pertenecientes al antiguo grupo del "Descendimiento", se recuperaron dos tallas, salvadas también de la destrucción, la de la Virgen y la del apóstol Juan".
Del museo y tesoro catedralicio se sacaron, cedidas por el Cabildo el "Ecce-Homo" y el "Calvario Gótico" solicitados por las Hermandades del "Ecce-Homo" de San Andrés y del de San Miguel.
El hermano Félix Ruiz, aportó una Dolorosa para que desfilara con ella la Soledad de San Agustín.
La imagen de un Cristo que recibía culto en el convento de las Carmelitas, bajo la advocación de "La Expiación " desfiló con la Hermandad del "Cristo de la Luz o de los Espejos".
Una talla de la Virgen de las Angustias, obra de Enrique Cuartero, que se conservaba en la Iglesia de San Felipe Neri, más un trabajo artesanal y precipitado de una Cruz Desnuda, completarían el total de los "pasos" que desfilaron aquel año.
Dos de ellos habrían de repetir procesión, el de la Oración del Huerto de San Antón, que fue cedido a la Hermandad del de San Esteban para que desfilase el Miércoles Santo, y el del Jesús del Puente que prestó también su "paso" a la del Jesús del Salvador para que se uniese al cortejo de la madrugada del Viernes Santo.
Acompañaron a estos desfiles, la reorganizada Banda de Música de Cuenca, aunque de los cuarenta miembros que la componían en 1936, sólo pudieron reunirse veintiuno. Dirigiéndola en todos los desfiles, el maestro Nicolás Cabañas, el que, haciendo un verdadero alarde de generosidad física, a pesar de su avanzada edad, (contaba entonces con sesenta y nueve años) y aun así, aceptó la responsabilidad, al estar expedientado el director titular, por motivos políticos.
Todas las procesiones partieron de sus respectivas Iglesias de origen, excepto la de Paz y Caridad, que inició su recorrido a las cinco de la tarde desde la Casa de Beneficencia, ya que estaba cerrada al culto la Iglesia de San Antonio Abad, hecho este que se repetiría hasta 1943, hasta que se restableció una vez finalizadas las obras de su reconstrucción.
Texto: Paco Alarcón, “Hermano Mayor” de la Semana Santa de Cuenca.