Cinco años y tres directores artísticos han costado reconducir la Semana de Música Religiosa de Cuenca a lo que era su esencia, a lo que la hizo ser considerada durante más de medio siglo un festival prestigioso y de referencia en la música española. Ya fuera por los despropósitos, por el desconocimiento, por la incompetencia, por la dejadez o por la falta de un compromiso institucional, o por todo junto, pero el hecho era que el festival estaba al borde del precipicio, a punto de pertenecer al pasado. En la edición de este año, por fin se ha visto un cambio de rumbo, de levantar el vuelo y alejarse del barranco. Cierto es que queda mucho por recuperar, empezando por el público, por San Miguel, por una imagen de contemporaneidad, por un verdadero compromiso institucional …. por muchas pequeñas cosas. Pero en lo que respecta a la vertiente musical del festival durante la Semana Santa (dejo al margen el ciclo de adviento y la SMR social que merecen otra reflexión) el camino está marcado.
No voy a entretenerme, y de paso aburrirle, con un detalle pormenorizado de los conciertos ofrecidos en la sexagésima edición. Que si el piano de Eduardo Fernández apunta a un Messiaen extraordinario, que si Lina Tur hizo historia con sus violines, que si la Pasión de Penderecki nos dejó sin aliento, que si la afinación de Stile Antico era pura emoción, que si el coro de la RTVE gritaba más que cantaba, que si la directora Marzena Diakun estuvo mucho mejor que el director Christophe König, que al precioso estreno de Nuria Núñez no le hicieron justicia, que si, que si… son todo apreciaciones que a los músicos nos gusta hacer, son comentarios de frikis, pero al lector menos iniciado le pueden resultar ajenos. Por eso le voy hacer un resumen escueto y sincero de lo que he sentido estos diez días de conciertos: la Semana ha marcado un punto de inflexión en su historia. Creo que se va a construir algo nuevo a partir de las ideas del pasado, actualizando el mensaje que fue el germen de la creación del festival.
Esto lo afirmo porque pudimos de nuevo sentir la relación música-tiempo-espacio en los conciertos celebrados en la Fundación Antonio Pérez y el Espacio Torner. Además, en este último, la perspectiva mística toma el impulso que, si se alimenta, será una seña de esa nueva Semana. La recuperación histórica, y por tanto del archivo de la Catedral, va a tener una repercusión internacional gracias al trabajo de investigación de José Luis de la Fuente Charfolé. La espléndida interpretación muestra que la comunión entre el musicólogo, el intérprete y el programador es imprescindible para obtener el mejor resultado. En el mismo sentido se puede trabajar con la obra de encargo, otro de los pilares sobre los que la Semana ha hecho historia. El cuidado estético, la puesta en escena de cada uno de los conciertos, contribuyen a una mejor escucha. La penumbra ha sido este año un acierto tanto en los conciertos más íntimos como en los del Auditorio. La comunión con el calendario cristiano es inherente al festival, que se ha vuelto a recuperar. Finalmente, para los más frikis, el poder departir con amigos y compañeros de Cuenca y venidos de Madrid, es algo necesario; se había perdido y ha vuelto. Porque a los músicos solo hay una cosa que nos gusta más que escuchar música que es hablar de ella.
Cuenta que ha surgido una nueva Semana para que el año que viene se llenen todos los conciertos.
Texto: Pedro Mombiedro Sandoval (Musicólogo)
Imagen: Serigrafía de Beethoven firmada por Andy Warhol