La villa de Uclés padeció graves sucesos en los últimos años de la Baja Edad Media, durante los enfrentamientos habidos por la corona de Castilla entre Juana la Beltraneja, supuesta hija de Enrique IV, y la hermana de éste, Isabel.
Muertos don Juan Pacheco y el rey Enrique IV el Impotente en 1474, y asentada Isabel en el trono, aún reclamaba el marqués de Villena Diego López Pacheco, hijo de Juan Pacheco, sus derechos al maestrazgo de Santiago, que tras varios tira y afloja había recaído en Rodrigo Manrique, que se apresuró a viajar hasta Uclés para hacerse cargo de la fortaleza; pero el alcaide, Pedro de la Plazuela, no sólo no reconoció al nuevo maestre, sino que se negó a entregarle el castillo porque tan sólo aceptaría a Diego López Pacheco como legítimo heredero designado por su padre. Y tampoco admitía otra reina que no fuese doña Juana, a la que sus partidarios llamaban la Excelente Señora. Ante la levantisca actitud del alcaide, entró Manrique por la fuerza en la villa y sitió el castillo.
El prior de Uclés, don Juan de Velasco, se había alineado de forma inequívoca a favor de don Rodrigo Manrique desde los primeros momentos y puso a sus escuderos a disposición del maestre para engrosar y vigorizar la fuerza armada sitiadora. Y aquí comenzaba otra batalla que, si bien parece ser tuvo lugar por la posesión del maestrazgo, también es cierto que volvieron a enfrentarse los partidarios de la Beltraneja y los de Isabel la Católica.
Unos dos meses habrían transcurrido desde el comienzo del cerco a la fortaleza de Uclés, cuando su alcaide Pedro González de la Plazuela, debido a la absoluta falta de intendencia y a la desmoralización sufrida por sus hombres, no tuvo otro remedio que demandar ayuda al de Villena. Éste se encontraba en Alcalá de Henares y pidió la colaboración del arzobispo don Alonso Carrillo y de Lope Vázquez de Acuña, duque de Huete. En total, entre los tres reunieron una considerable fuerza compuesta por unos tres mil de a caballo y hasta cuatro mil peones, todos deseosos de acudir a enfrentarse con las tropas del maestre y aliviar así el cerco al castillo. Si el encuentro llegaba a producirse, era previsible que se organizase una auténtica carnicería.
Y ciertamente, el choque tuvo lugar. Cientos de atacantes, muy superiores en número a los defensores, en una primera embestida arrollaron las defensas, por Poniente se lanzaron en tromba hacia una de las puertas de acceso directo a la fortaleza. En tal escaramuza se produjeron bastantes muertos por ambos bandos, si cabe en mayor número los pertenecientes al bando del marqués de Villena. Al final lograron entrar y se dirigieron a toda prisa hacia el castillo. Sólo desde allí atacaron con ballestería y bombardas a los del maestre, que fortificó las posiciones de la villa, reforzó las puertas y respondió a los ataques con catapultas, ballestas, culebrinas, arcabuces y otros artilugios de guerra.
Los días pasaban y los de arriba no conseguían desalojar a don Rodrigo Manrique pese a los sangrientos embates recibidos desde las defensas. Los contraataques no resultaban menos duros y el número de bajas resultó bastante parejo. En vista de la imposibilidad de adueñarse de la villa, y también porque la capacidad de resistencia se iba agotando poco a poco, el triunvirato defensor de don Diego López Pacheco decidió paralizar la lucha y marchar a Alcalá con el propósito de volver pasados unos días con más artefactos y suministros.
Don Diego Hurtado de Mendoza, a la sazón duque del Infantado, no creyó oportuno abandonar al maestre a su suerte y dejarlo caer derrotado por los partidarios de doña Juana la Beltraneja. Él pensaba, con buena lógica y mejor criterio, que tal posibilidad era lo menos conveniente para doña Isabel. Y para ayudar a don Rodrigo Manrique envió a Uclés a su hermano don Hurtado de Mendoza con un contingente de tropa destacado en Madrid, formado por caballeros y gente de a pie. A Uclés llegaron antes que las tropas del marqués de Villena y de inmediato se unieron a la fuerza de don Rodrigo. Juntos salieron a las afueras de la villa con toda su gente a esperar al enemigo; sin embargo, don Diego López Pacheco, el arzobispo y Lope Vázquez de Acuña, enterados de los refuerzos llegados para socorrer a Manrique, cambiaron su rumbo y se retiraron al castillo de Acuña en Huelves. Desde allí pusieron pies en polvorosa y regresaron a Alcalá al día siguiente, acosados por las fuerzas de don Rodrigo, que estuvo acompañado durante todo el asedio por su hijo Jorge Manrique.
Ya no pudo retener ni un minuto más la fortaleza el alcaide Pedro de la Plazuela. Se rindió y entregó el codiciado castillo de Uclés a don Rodrigo Manrique, auténtico y legítimo maestre de la orden de Santiago tras la muerte de don Juan Pacheco.
El acto de entrega de la fortaleza revistió toda la solemnidad que el caso requería.
En la soleada y gélida mañana invernal de 1476, las tropas llenaban la plaza de armas engalanada con banderas, en cuyo centro se elevaban altivas las dos torres del homenaje, la Vieja, arruinada en la práctica, y la Nueva, ambas unidas mediante un recio muro de calicanto. Las vistosas puertas forradas de cuero de la Torre Nueva permanecían abiertas, y a través de ellas podía verse la escalera de caracol por donde se ascendía a lo alto.
En medio de un sepulcral silencio sonó una chirimía para anunciar la llegada del maestre don Rodrigo Manrique acompañado por los comendadores. Todos lucían el blanco manto de la orden con una gran cruz roja en el pecho. El prior don Juan de Velasco marchaba a la par del maestre con mitra y báculo en su mano derecha, y ambos entre pendones que tremolaban al viento. El derrotado alcaide Pedro González de la Plazuela, al frente de la tropa derrotada, hacía tiempo que esperaba el comienzo de la ceremonia de entrega. Llegado el cortejo, cada uno se situó en el lugar adecuado.
Justamente debajo de la torre, al lado del pendón de la orden con la gran cruz roja, se colocó el maestre; a su izquierda el comendador mayor y a su derecha el prior.
Nuevamente volvió a sonar la chirimía y el alcaide dio unos pasos hacia delante, hasta situarse frente al maestre. Ante él hincó en el suelo la rodilla derecha, destocado y desarmado. Y en alta, varonil e inteligible voz, exclamó:
—Señor, me declaro vasallo de vuesa merced. En adelante os prometo obediencia ciega como maestre de la orden militar de Santiago de la Espada. Aquí tenéis la llave de la fortaleza, de la cual os hago entrega. Y aquí tenéis también, señor, a las tropas que la han defendido. A partir de este momento, siempre acataré vuestras órdenes y las de su majestad la reina nuestra señora doña Isabel I de Castilla.
Don Rodrigo Manrique dio un paso al frente, y tomando la llave de la fortaleza le asió las manos al alcaide, lo levantó y lo besó, exclamando también en alta y clara voz:
—Pedro González de la Plazuela, hasta hoy alcaide de la fortaleza de Uclés: yo, don Rodrigo Manrique, maestre de la orden militar de Santiago de la Espada, os acepto por vasallo. Continuaréis perteneciendo a dicha orden en idéntica calidad y grado a los que tuvieseis antes de que os nombrasen alcaide.
Pasaron unos diez meses, y el 12 de noviembre de 1476 varios heraldos se encargaron de difundir por los contornos la muerte del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, acaecida el día anterior en Ocaña. El cáncer le había comido prácticamente el rostro hasta quedar a la vista el hueso de la mandíbula. El cadáver estaba acompañado por su tercera y última esposa, doña Elvira de Castañeda, y familiares más cercanos, entre ellos Jorge Manrique y su esposa Guiomar, al mismo tiempo hermana de su madrastra. Éstos acompañarían los restos mortales de don Rodrigo hasta la iglesia del convento de Santiago en Uclés, donde recibiría sepultura.
A través de la declaración de una procesada por la Inquisición, vecina de Uclés, sabemos que el maestre Rodrigo Manrique, acaso como castigo por el apoyo prestado a la Beltraneja por la mayoría de los vecinos de Uclés, pocos días antes de su muerte ordenó el saqueo de la villa.
En cuanto se enteró don Alonso de Cárdenas de la muerte del maestre, desde León donde se encontraba, al frente de sus tropas se puso en camino hacia Uclés. Así se verían forzados los treces de Santiago y otras personas de la orden a elegirlo sucesor.
Informada la reina Isabel de las intenciones de don Alonso, abandonó Valladolid para ir hasta Ocaña, y desde esta villa a Uclés, montada en una mula, bajo la fenomenal tromba de agua de un fuerte temporal. Nada le importó llegar empapada y aterida a su destino aquel 7 de diciembre de 1476 con tal de impedir cualquier actuación violenta del entonces irascible don Alonso de Cárdenas, además de abortar un nombramiento que iba contra los intereses de los monarcas.
En el convento, y desde la silla prioral cedida por el siempre fiel prior don Juan de Velasco, doña Isabel clavó sus grandes ojos azules en los treces y otros comendadores que allí se encontraban, y con la firmeza y energía que solía emplear para dar mayor fuerza y convicción a sus palabras, de forma solemne les dijo:
—Bien sabéis que este maestrazgo de Santiago es una de las mayores dignidades de toda España. Y además de ser grande en rentas y vasallos, tiene muchas fortalezas derramadas frontera de los moros y de los otros reinos comarcanos. Y por esta causa, los reyes, mis progenitores, muchas veces tomaron el maestrazgo en administración y lo dieron a hijos suyos o a otras personas fieles a la casa real. Y aunque don Alonso de Cárdenas, comendador mayor de León que pretende ser maestre, es persona leal al rey mi señor y a mí, por ahora tenemos deliberado que el rey tenga esta dignidad en administración, y se ha suplicado a su santidad que así lo conceda. Por ende, os mando suspendáis la elección que queréis hacer, porque no cumple al servicio del rey ni mío. Otrosí os ruego supliquéis al Papa que os dé por administrador al rey mi señor, porque cumple a la buena gobernación de la orden y de sus bienes.
Mientras esto sucedía en Uclés, don Alonso de Cárdenas se hallaba en Corral de Almaguer con su gente de armas. La reina le envió al comendador Diego de Horozco con un mensaje, ordenándole cesar en su empeño de poseer el maestrazgo ya que éste era el deseo del rey y suyo propio. Al tiempo le prometía a don Alonso que, si el derecho aducido por él a poseer tal dignidad era cierto, ella se lo otorgaría sin ningún obstáculo.
Todos, y también don Alonso, obedecieron a la reina. El malogrado maestre marchó a León a proseguir su lucha victoriosa contra el rey de Portugal. Los Reyes Católicos, pasado un tiempo, consideraron sus leales servicios y al final, en 1477, obtendría el tan ansiado nombramiento de maestre, que sería el último de la orden de Santiago.
Imagen: Monasterio y fortaleza de Uclés. (Grabado de Fco. Javier Parcerisa. Año 1853)