Es mucho lo que se ha escrito sobre esta insignia histórica, bien y mal, atinado y desacertado pero hay que reconocer que Mangana ha representado al centinela eterno de los muros circundantes de la ciudad. Lleva impregnadas las huellas de siglos de grandeza, asomándose en los silencios de su marcha maquinal para oír coquetón y receloso la cantiga del río que se desliza, plácido y severo, a sus cimientos regando a su paso lo profundo de la Hoz que traza el devenir de la prosperidad de la ciudad que circunda.
En las noches del estío buscando el refugio de su altura para saborear la brisa fresca de los ríos que abrazan la ciudad, me trae al recuerdo al abuelo asomado al perfil de una vida, briosa y lozana, que empieza a remitir. Todo ello, no solo a mí, nos trae al recuerdo la historia de estas calles y plazas llenas de guijarros pulidos e impregnados de silencio orante, henchidos de historia y religiosidad.
Barrio del Alcázar conquense, fuerte en el arte y no menos firme en su naturaleza, cedió ante el ímpetu señorial y aristócrata de Marqueses indóciles. Y los elevados y robustos muros escondidos detrás de Zapaterías sirviendo de base con su pétrea basamenta al Seminario Conciliar, adherido al convento de la Merced y a la Parroquia de Santa María (antigua Sinagoga Judía), lugar hoy de expansión y recreo.
En su despertar del siglo XV, amanecer de oro español, año de 1400, don Álvaro Martínez, Maestro del Rey don Enrique y Obispo de Cuenca, piadoso y magnánimo, establece en ella las primeras escuelas de gramática para indigentes aspirantes al Sacerdocio. Y habilita para ello unas casas compradas a Juan de Albornoz, junto a la puerta del Postigo.
Finales del siglo XV. Alegría fecunda con albores de Imperio, Episcopado de D. Rafael Galeote Riario (1493-1521, y el Colegio de Santa Catalina surge a impulso de Juan Pérez de Cabrera, conquense, arcediano de Toledo, quien dota con prebendas los cargos de Rector y un maestro de Latinidad.
Llega el siglo XVI y don Gómez Zapata decreta en 1584, la fundación del Seminario Conciliar conforme a las normas promulgadas por el Concilio de Trento y anhela agregarle el Colegio de Santa Catalina.
Ante la oposición no ceja ni se rinde, estableciendo el Seminario en una casa particular donde permanecerá hasta que D. Enrique Pimentel pasa a los seminaristas a la “Casa Magistral” a espaldas de la parroquia de San Pedro, que para este objeto había comprado D. Andrés de Pacheco. Allí se hace patria y virtud enseñando gramática, canto llano y cómputo eclesiástico, hasta que D. José Flórez Osorio (1674-1759) construye de su peculio la sede del Seminario, refugio de ciencia y virtud. Le deja a su muerte como heredero, en virtud de la facultad que solicita y lo consigue del papa Clemente XII, en el año de 1740. El capital que entrega al Seminario entre la fábrica del edificio y la herencia sobrepasa el millón de ducados.
No acaba aquí su historia. Estrecho y pequeño se queda la sede para sus vastos proyectos, planta otra sede en un punto más céntrico. El Alcázar y casas del Marqués de Valverde le prestan su firme cimentación. Y surge sólido, espacioso y dieciochesco el Seminario, donde estudian los seminaristas el año de 1746. Le dota de beneficios, que obtiene del Papa en 1745, legados y becas que ofrecen los generosos, alcanzando algunas donaciones, la suma de cuatro mil ducados.
Sus tres sucesores en el Episcopado continúan la obra. D. Isidro Carbajal y Lancaster, amplía el edificio; D. Sebastián Flórez Pavón y D. Felipe Antonio Solano, aumentan las cátedras. Y en 1775 alcanza el Seminario la agregación e incorporación a la Universidad de Alcalá con la facultad de conceder grados académicos solo para los internos, quedando extendida esta facultad a los externos en el año de 1852, a raíz del Concordato con Isabel II.
Así hablando de su existencia “Mangana” hierática y altiva, se fue apagando su voz y el runruneo monótono y grave se llenó de bullicio y alegría de los seminaristas. El tiempo pasa, Mangana permanece callada, al abuelo se pierde en el tiempo, queda el silencio. Sentado en el altillo que lleva a su puerta, analizando la historia a la luz de la Luna, aparece en el cielo una estrella fugaz que aviva en mí el recuerdo de quienes habitaron por un tiempo tal simbólico lugar del faro del tiempo de mi ciudad.
Texto: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
Fuentes documentales:
- Episcopologio. 1860. Trifon Muñoz y Soliva.
- Ofensiva no 74.
- Legado de embrujo y leyenda. 2021. José María Rodríguez González.