La Opinión de Cuenca

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El Desastre de Annual (III)

Historia


Al caer Igueriben, la situación de Annual se hacía muy complicada. Los rifeños reforzaban tanto su moral de victoria como en número de combatientes, en igual medida que tales circunstancias disminuían en las tropas españolas. La policía y los regulares cada vez mostraban más su muy dudosa conducta. El mando también perdía las esperanzas y la confianza, trasluciendo involuntariamente este pesimismo a sus subordinados. Sólo un chispazo de espíritu militar podía salvar la angustiosa situación.

Como queda dicho, los exiguos restos de la guarnición llegada a Annual se integraron en ella y esta posición quedó sitiada por el enemigo, que incesantemente hostilizó a nuestras tropas durante toda la noche del día 21. La comunicación telefónica quedó cortada, impidiendo que el auxilio solicitado por otras posiciones no pudiera llevarse a cabo al tiempo que todas quedaron rodeadas por los rifeños. A lo anterior debía añadirse la falta de agua, víveres y municiones. Tras estudiar varias soluciones a la situación tan comprometida se optó por la más inadecuada, que no fue otra que la retirada por sorpresa, es decir, el abandono, con las peores consecuencias para nuestras fuerzas y todas las ventajas para los moros. Sin la confianza de los oficiales en la tropa, la evacuación ordenada se convirtió en desbandada al grito de ¡Sálvese quien pueda! Los que habían de dirigir la retirada se vieron sorprendidos y sin saber qué decisiones tomar, algo impensable y carente de precedentes en la historia militar. “Falta es ésta —según el Expediente Picasso— no sólo imputable al comandante general, sino a los jefes, que no supieron defender la dignidad de sus oficiales, haciendo que éstos, ya arrebatada esa dignidad por sus mismos jefes, no supiesen tampoco, en su mayoría, no ya sostenerla sino ni tan siquiera tratar de reemplazarla en la trágica retirada. Sin concepto de su misión el mando en momentos tan difíciles, sin energía los jefes, y habiéndose quitado la dignidad a los oficiales, ¿qué podía pedirse a la tropa ni cómo podía esperarse que las fuerzas indígenas nos acompañasen en una tan evidente derrota moral y material?”

Durante las primeras horas del día 22, de nuevo comenzó a ser hostigado el campamento originándose gran zozobra y turbación. Todo eran órdenes, contraórdenes y caos. En una nueva reunión, el comandante general cambió de opinión y ordenó a los jefes y oficiales mantenerse en la posición hasta que llegasen los refuerzos solicitados, además de, con la debida protección, acudir al pozo para el suministro de agua. Sin embargo, avisado el comandante general de la aproximación de un gran tropel de fuerzas rifeñas que se dirigían a Annual, creyó oportuno cambiar de opinión y efectuar una retirada inmediata.

Acordada la retirada, el general Silvestre, comandante general, previno al comandante de la cañonera “Laya” su retirada, encargándole proteger a la guarnición de Sidi-Dris y a la de Talilit. Ordenó también al general segundo jefe que el regimiento de Alcántara adelantase a Izumar para proteger la retirada y que las guarniciones de Talilit y Buimeyán  abandonasen las posiciones y se replegasen sobre Sidi-Dris o Afrau la primera, y la segunda sobre Annual; y que la policía protegiese la retirada y cerrase luego sobre la retaguardia.

Éstas fueron las últimas órdenes del general Silvestre. Desde aquel instante, perdió la idea de realidad y, presintiendo la inmensa catástrofe que se cernía sobre aquellos pobres soldados, ajeno al peligro y situado en una de las salidas del campamento general, permaneció incólume al intenso fuego enemigo, silencioso e insensible a cuanto le rodeaba. En aquellos momentos se produjo el mayor caos. Comenzó el abandono de la posición con todos sus elementos sin órdenes, in instrucción alguna, con precipitación, ignorando cualquier plan; las fuerzas iban revueltas, con una confusión generalizada, sin jefes que les mandasen y, lo peor, acosadas por el enemigo, sin más objetivo que salvar la vida de sí mismo cada uno. Huida vergonzante en unos, incomprensible en otros y horrible en todos. Esfuerzos inútiles de unos cuantos para sujetar la imparable oleada provocada por el pánico.

Excepto una, todas las demás posiciones: Izumar, Yebel Uddia y otras dos, habían sido abandonadas. Del Morabo ascendían grandes llamaradas tras haber sido masacrada su guarnición. La policía había desertado de Dar Mizián así como de otras dos posiciones, la oncena, en dirección a Buimeyán y la decimotercera. La columna huidiza dejaba como rastros de haber pasado por allí cadáveres y soldados heridos así como material destrozado y caballerías inútiles toda vez que las ilesas eran utilizadas para huir. Una multitud llegó a Izumar. Allí, recobradas algo las fuerzas, bajaron por el barranco a desorganizarse. Resultaron baldíos los esfuerzos individuales efectuados por algunos jefes y oficiales para contener la desmoralización en una situación de acoso por el enemigo, si bien éste avizoraba la posibilidad de hacerse con los botines dejados en Annual y en las demás posiciones abandonadas por los fugados.

Del cuartel general hay que hacer constar que los coroneles Morales y Manella murieron, éste  en las inmediaciones de Annual y el primero  después de Izumar. Del comandante general Silvestre no se supo si murió o desapareció. Años después se descubrió que se suicidó disparándose un tiro en la cabeza con su pistola. Silvestre había tenido sus momentos de gloria tanto en Cuba como en África los años anteriores, pero en esta ocasión cometió errores garrafales que pusieron a España de luto. 

Tal desorganización se produjo, que llevó a la pérdida de todas las posiciones del frente con una inusitada rapidez.

Unas cinco horas, desde las 10 de la mañana a las 3 de la tarde, duró la retirada desde Annual hasta Ben-Tieb. Murieron casi dos mil quinientos hombres del ejército español y mil quinientos de las posiciones cercanas, también perdidas. De los seis mil soldados que formaban las avanzadas del general Silvestre, perecieron más de cuatro mil.

Continuará...

 
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