Monte Arruit. Era una posición importante porque era el punto principal de la línea general de comunicaciones. En el momento de los sucesos que nos ocupan, su guarnición se componía de treinta fusiles del Regimiento de Ceriñola. Allí se encontraba el coronel Jiménez Arroyo, que, aunque era el jefe de la circunscripción de Telatza, estaba en la plaza; aunque tenía órdenes de desplazarse a Batel a esperar la llegada del general Navarro, pidió órdenes por vía telefónica y quedó en Monte Arruit donde detuvo a los fugitivos y pudo reunir a unos doscientos hombres que sumar a la escuálida guarnición. Este coronel mandó quedarse allí a los del grupo de ganado que él llevaba, pero le expusieron una serie de dificultades y estorbo de tantas cabezas de animales, que finalmente optó por que se quedasen cien artilleros con carabinas al mando de un capitán y dos oficiales, siguiendo el resto de reses a Melilla. Iban prácticamente indefensos, pues tan sólo llevaban quince carabinas, y aun cuando el coronel Jiménez Arroyo dijo que se quedaría en Monte Arruit, lo cierto fue que al llegar a Zeluán los adelantó dicho jefe, que marchaba en un automóvil con el capitán Carrasco.
Quedó, por lo tanto, como jefe de la posición el capitán de Artillería Manuel Bandín Delgado con la guarnición ya reseñada, a la que se unió la tropa que por la noche se acogió a la posición, formando un total de mil quinientos hombres.
La sexta mía de policía, cuando vio marchar al capitán Carrasco para la plaza con el coronel Jiménez Arroyo, se sublevó y sus componentes comenzaron a disparar contra el campamento.
La mayor dificultad que tenían en Monte Arruit era el surtido de agua, que siempre se hacía a costa de muchas bajas. El día 26 faltaba el pan y dos sargentos se ofrecieron junto con treinta y tantos individuos, todos ellos voluntarios, para hacer un registro en las casa del poblado en busca de víveres. Llevaron algunos artículos a costa de desalojar a los moros apostados en las casas. La aguada se regularizó y la tropa experimentó una ligera reacción, que, junto con la expectativa de un próximo auxilio y los heliogramas de felicitación enviados por el alto comisario, contribuyeron a infundir algo de moral en los defensores. Sin embargo, la carencia absoluta de elementos curativos conllevó una alta mortandad entre los heridos.
La entrada en Monte Arruit de la columna del general Navarro resultó muy complicada y en ella se perdió la última artillería disponible, tanto por la deserción de los policías como por la aglomeración de la gente que huía del enemigo, que muy pronto empleó la artillería que le habían tomado a la columna de Navarro para disparar contra la posición, algo que podría haberse evitado si se hubiera autorizado a varios oficiales de Artillería y fuerzas de San Fernando , que se habían ofrecido a ir a rescatar las piezas cuando estaban cerca y en poder de pocos moros; pero la operación para la que se ofrecieron les fue denegada.
Con las piezas que les quitaron hizo el enemigo ese día y en los sucesivos numerosos disparos, cambiando los asentamientos y produciendo muchas y sensibles bajas, entre ellas las del capitán Blanco, de la misma batería, la del teniente coronel Fernando Primo de Rivera, hermano de José Antonio, del capitán Sánchez Monje y el mismo general Navarro, que resultó herido. Fue el 5 de agosto de 1921.
Reunidas todas las tropas, que en total sumarían entre dos mil quinientos tres mil hombres, se repartieron los sectores defensivos, quedando colocadas, a partir de la derecha de la entrada, de la manera siguiente: Melilla, África, Ingenieros, Ceriñola, San Fernando, Caballería y Artillería, que cerraba la parte izquierda.
El teniente médico Felipe Peña Martín enalteció el comportamiento de las tropas pertenecientes a San Fernando, Artillería e Ingenieros durante la defensa. En la enfermería, que estaba enfilada por la puerta y muy combatida, resultaron muertos casi todos los sanitarios y la situación se complicó con los cerca de quinientos heridos que había, de los que muchos acabaron muriendo por la falta absoluta de medios.
Las tropas se comportaron con el mejor espíritu a pesar de las penalidades del asedio, las dificultades para el abastecimiento de agua, del continuo cañoneo del enemigo, el constante aumento de heridos y sabiendo en el fondo que los auxilios no les llegarían.
Los defensores sufrían un fuego intenso por parte de los rifeños un día, y al siguiente se acercaban moros al parapeto para venderles agua y tabaco. Los días 3 y 5 de agosto intentaron hacer la aguada con casi doscientos hombres desarmados, protegidos desde la posición, pero fueron atacados y todos hechos prisioneros.
Justo es reconocer que en Monte Arruit, desde el general Navarro hasta el último combatiente, se condujeron con un valor, un esfuerzo y un sacrificio dignos de encomio, aunque ello no fuera bastante para sostener una resistencia imposible, cada vez con menos medios y abandonados a esos solos medios que disminuían cada día que pasaba.
El alto comisario comunicaba al ministerio: Monte Arruit sigue resistiendo con grandes penalidades. Se defiende heroicamente sin que sea posible prestarle auxilio por hallarse cortadas las comunicaciones y no contar aún con fuerzas organizadas para un avance que encontraría resistencia. Esto decía el 27 de julio. El 29 comunicaba la llegada del general Navarro a Monte Arruit, que se vio en la necesidad de abandonar la artillería con la que el enemigo les hizo fuego, que se encontraba muy escaso de municiones, con la tropa extenuada y desmoralizada, y que no podía replegarse más. Agregaba que intentar llegar a Zeluán y Monte Arruit con las fuerzas que disponía sería exponerse a un fracaso y dejar descubierta la plaza, amenazada por casi todo su frente. Que iba a decir que siguiese a Zeluán el general Navarro, y que si no podía llegar allí ni resistirse en Arruit unos días, considerando por su parte imposible ir en su socorro, le autorizaría para cesar las hostilidades. El 31 de julio refiere que en su conferencia con el ministro, que, en vista del telegrama, el general Navarro le ha acusado el “enterado” de la autorización anterior y que confiaba en poder extremar la defensa, “caso de que los refuerzos no tardasen en llegar”, y que luego se había perdido la comunicación; pero que por los aviadores tenía noticias de que parecía el enemigo adueñado de la posición, ignorando si por asalto o capitulación, para la cual estaba autorizado el general Navarro.
El 4 de agosto, sigue diciendo el alto comisario, que, restablecida la comunicación heliográfica desde el Atalayón, pudo entenderse con Navarro el cual le transmitía que continuaba con su heroica defensa y le preguntó si le iba a mandar columna de socorro.
Según declaraciones de testigos presenciales y participantes en la defensa de Monte Arruit, dedujeron que, atendiendo el general Navarro a la situación, agotadas las fuerzas y los recursos, falta de agua y munición escasa, aumentando los heridos y los muertos, y perdida toda esperanza de socorro, aunque hasta entonces había rechazado siempre las propuestas de capitulación, acabó por avenirse y tratar de ella. Para el día 7 de agosto dispuso que el comandante Villar saliera con bandera blanca a parlamentar, siendo recibido a tiros por el enemigo. El día 8 salió con igual objeto el teniente Suárez, que fue muerto a balazos. Los rifeños enviaron un emisario al que se le había dicho que el general entraría en negociaciones, pero con los jefes indígenas principales, acudiendo entonces Ben-Chelal, Burrahag y Abib-Sellach, que no confiaron en entrar en la posición y conferenciaron con el general en la puerta, pactándose la entrega de la posición y el armamento, conservando el suyo los oficiales; y que los moros dejasen salir libres a las fuerzas y escoltándolas hasta Melilla, además de anticipar la evacuación de los heridos graves.
Las negociaciones duraron dos días, en los cuales no hubo fuego, pero tampoco se les permitió surtirse de agua. El 11 de agosto, cuando se transmitía la orden para el desarme y evacuación de las tropas, a la una de la tarde, el general, acompañado de algunos oficiales, buscaban un lugar a la sombra para protegerse del calor infernal. Salieron de la posición acompañados de unos jefes moros los cuales, poco a poco, fueron alejándolos hasta la estación del tren. Entraron en ella y en ese instante irrumpieron los moros abriendo, a traición, fuego sobre las tropas, agotadas e indefensas en su mayoría, dedicándose acto seguido los enemigos pillaje.
Entretanto, los jefes moros sacaron al general y a los oficiales de la estación y, montado el general en un caballo y los oficiales a la grupa de los demás, los llevaron a la casa de Ben-Chelal donde quedaron prisioneros. A la elaboración del “Informe Picasso” ignoraban la suerte que pudieron correr, si lograron escapar o fueron asesinados.
Entre once mil y trece mil muertos españoles quedaban regados, en su mayor parte, por las abrasadas tierras marroquíes en aquel verano de 1921, producto de una guerra inútil que nunca tuvo que haberse producido.
FIN