Cuando alguien no es habitual de los mercadillos que un determinado día de la semana campan por los diferentes pueblos de nuestra provincia no se puede hacer una idea de lo que ocurre en estos particulares centros comerciales, en toda regla, al aire libre. Poco reconocido y respetado, por ejemplo, es el trabajo de los vendedores, que haga frío o un sol de justicia montan y desmontan sus puestos, religiosamente y donde corresponda, colocando su mercancía a la vista de los posibles clientes y pregonando sus suculentas ofertas. Tampoco se valora lo suficiente a las abnegadas mujeres quienes, carritos atrás o delante, recorren el mercadillo buscando lo mejor y al precio más competitivo. También las hay fieles, aquellas que van a piñón fijo a su puesto de confianza. Un saludo a ese vendedor y algún comentario sobre la actualidad no se sustituye por nada, ni por supermercados ni, mucho menos, con las compras online. Retrocedemos. Hablamos de mujeres porque han sido y son las que principalmente acuden a los mercadillos. Es cierto que cada vez más, recurren a la compañía masculina. Y también, de vez en cuando, se ve a algún varón. Incluso con las tradicionales hojas de espinacas rebosando en sus carritos…
Estos últimos días, la ruidosa paz de los mercadillos se ha visto turbada. La tradición manda que, en campaña electoral, acudan a estas grandes y callejeras superficies los candidatos políticos. Pequeñas carpas de distintos colores resaltan entre las tradicionalmente blancas de los puestos de siempre. Los elegibles y los que aspiran a seguir se afanan en repartir entre quienes por allí compran, sus programas y algún regalito. Dada la gratuidad del asunto, son muy pocos los que evitan recoger el obsequio. Las promesas en papel, al ir en el mismo lote, también se aceptan, pero con algo más de reticencia.
El mercadillo por antonomasia de la provincia es el de la capital. Los martes, día en el que se instala, congrega decenas de puestos y compradores no sólo de Cuenca, sino de toda la provincia. Tipología diversa, las de siempre, las mujeres que compran principalmente alimentación y aquellas otras que se dan la vuelta a ver si algún artículo no comestible les merece la pena. Zapatos, bolsos, ropa, muebles, plantas, un buen chocolate con churros… todo se convierte en una tentación para gastarse algunos eurillos. Hay que aprovechar, que, hasta el martes siguiente, nada de nada.
Hasta aquí, el esquemático esbozo social de un mercadillo. Ahora vamos a referirnos a un aspecto que, puede, solo puede, pasa desapercibido a aquellos políticos que gobiernan y, precisamente, acuden a este lugar a pedir votos. El martes anterior al domingo de las últimas elecciones, el actual alcalde de Cuenca, Darío Dolz, cumplía con la tradición. Cerca de la carpa que daba cobijo a las siglas de su partido, el socialista por si alguien se despista, convocaba a los medios de comunicación para trasladarles el correspondiente mensaje electoral del día. De cara al futuro, claro, porque lo que es balance de su gestión en pocas palabras se resume. Poco se adentraba el, en ese momento candidato, por las callejuelas que forman los puestos de los vendedores ambulantes. Si lo hubiera hecho habría comprobado el pésimo estado de la superficie, baches por doquier y escuchado las quejas de quienes portan bolsas y carritos, tanto llenos de comida como con niños. Tampoco lo tienen fácil las personas que se desplazan en sillas de ruedas ni los mayores con bastones o andadores. Cualquier despiste, sin duda, les lleva al suelo.
¿Es normal y sobre todo lógico que el ciudadano que paga sus impuestos y los comerciantes que también abonan sus correspondientes tasas tengan que soportar estas deplorables condiciones? ¿No sería más lógico que el alcalde Dolz en vez de anunciar centros comerciales a las afueras de Cuenca arreglase la deterirada explanada que acoge el mercadillo de los martes? A veces, la mayoría, no se trata de que los políticos prometan y prometan para no cumplir sino de aplicar sentido común a su supuesta gestión, a algunos la palabra se les queda muy generosa, y de facilitar a las decenas y decenas de personas que se congregan en Cuenca en el mercadillo, por ejemplo, también a los vendedores, un entorno más adecuado y menos peligroso. Así de simple.
La vocación de servicio público es algo más que acercarse tímidamente a un lugar concurrido a contar milongas. También está por encima de trajes y corbatas, de coches oficiales y de despachos con vistas. Velar por los ciudadanos es buscar su bienestar en aquellos detalles que le parecen insignificantes a quienes, nunca se les ha visto por el mercadillo, más allá de las fechas electorales, empujando un carrito. ¿Qué apostamos a que, dados los últimos acontecimientos, el alcalde volverá a pedir el voto muy pronto al mercadillo? Y los socavones seguirán. Desgraciadamente.
Texto: AGA
Imagen: Estado de la explanada que acoge el mercadillo de Cuenca