La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Miguel de Molina y López (y II)

Historia


El 1 de agosto le era comunicada la sentencia a Miguel de Molina a través del escribano Juan González Truxeque, y el día 3 sería ejecutada en la Plaza Mayor de Madrid, a la que concurrió el gentío para presenciar la ejecución:

En la villa de Madrid, a 31 días del mes de julio de 1641 años, los señores del Consejo de S. M. que, por particular orden, conocen la causa y querella dada por el señor don Marcelino Faria de Guzmán, alcalde de cuadra de Sevilla y fiscal nombrado por S. M. contra Miguel de Molina, vecino de la ciudad de Cuenca, preso en la cárcel de esta corte, en razón de los delitos y excesos y crímenes “laesae majestatis” (lesa majestad) por él cometidos y de que ha sido acusado, dijeron que debían condenar y condenaron al dicho Miguel de Molina en muerte de horca que en él se ejecute en forma ordinaria, y en confiscación de todos sus bienes para la cámara de S. M., cuya ejecución y forma remitieron al señor alcalde don Juan de Quiñones.

Y así lo proveyeron y mandaron. 

DECLARACIÓN QUE HIZO MIGUEL DE MOLINA EL DÍA DEL SUPLICIO

Vasallos fieles del rey nuestro señor: yo soy Miguel de Molina, natural de Cuenca, y la gravedad de mis delitos es tal, que, si conforme a ellos me hubieran de dar la pena, no pudiera haber castigo igual a mis culpas, que, siendo las mayores contra Dios, contra el rey nuestro señor, contra el señor emperador, contra la Patria, contra el señor conde-duque de Sanlúcar y contra los más graves, más fieles y más leales ministros de esta monarquía, a quien he desacreditado con mis embustes y enredos.

Ha sido tan grande la piedad del rey nuestro señor, la del señor conde-duque y de los ministros que me han condenado tan piadosamente como veis. Ruego a Dios, a quien voy a dar extrema cuenta, tenga misericordia de mí en la vida eterna y que no pague en ella la piedad con que en ésta me castigan los ministros del rey nuestro señor, cuyo vasallo nací y cuyos vasallos sois todos los que me oís y veis, para cuyo ejemplo; y para que de todo corazón améis al rey nuestro señor y defendáis sus acciones, las del señor conde-duque, las del Consejo de Estado y ministros.

Declaro y confieso de mi libre y espontánea voluntad, para el paso en que estoy y por la cuenta que voy a dar a Dios, que, como pecador, no acordándome de la ley divina ni temiendo la majestad humana, he sido causa, si no absoluta, inmediata de la mayor parte de los males y daños que ha padecido y padece esta Monarquía, y de los trabajos, calamidades y miserias que padecéis como vasallos fieles, de que os pido perdón a todos los presentes y ausentes. Porque yo soy quien fingió que el rey nuestro señor y el señor emperador, motivados por el señor conde-duque de Sanlúcar, y fomentados por él, maquinaban la muerte de nuestro muy santo padre Urbano VIII, pontífice de la Iglesia y vicario de Cristo nuestro Redentor, para cuyo intento maquiné, fingí e inventé decretos del rey nuestro señor y del señor emperador, cédulas reales, cartas del señor conde-duque, órdenes, instrucciones y pareceres de consejeros de Estado, así como cartas de los virreyes y embajadores, de todo lo cual supuse falsa, aleve y engañosamente, con ánimo de engañar con este enredo y embuste al nuncio y a los embajadores de los príncipes y sacarles dinero, sin reparar en el daño que de ello resultaba y podía resultar al mundo y a esta Monarquía. Y no contento con esto, inventé que, en caso que no se pudiese disponer la dicha muerte, se le trataba de intimar un concilio al papa para deponerlo y causar un cisma en la Iglesia. Inventé, fingí y maquiné falsamente que el señor conde-duque trataba de matar, de orden del rey nuestro señor y del señor emperador, con resolución del Consejo de Estado, al cardenal Richelieu, privado del rey cristianísimo de Francia, para lo cual y para la muerte del papa fingí personas que habían de ser instrumento de ellas. Di noticia a los embajadores y les mostré cartas, cédula, decretos y pareceres, que yo fingía como me parecía. Dábales a entender que yo era oficial del Consejo de Estado y que de allí sacaba la noticia de estos enredos y embustes con que he turbado al mundo y causado los celos, sospechas y sentimientos de todos los príncipes de Europa, y los males y daños que padece esta Monarquía.

Y no contento con esto y con haber hecho y supuesto por hechores y perpetradores de tan grandes y atroces delitos y tan contra la honra y reputación de España a los mayores ministros en detrimento de cuyo crédito cedía todo, di aviso a los embajadores y a los enemigos de todos los designios que yo oía o entendía podía tener el rey nuestro señor y su Consejo de Estado, suponiendo, fingiendo y falsamente fabricando cartas del señor conde-duque, de los ministros y consejeros cédulas reales, consultas, decretos y pareceres en orden a echar a los franceses del Piamonte. 

A las inteligencias del señor cardenal de Saboya con los vasallos de aquel Estado sobre ello, a la venida del señor príncipe Tomás, de Flandes a Saboya para el mismo fin.

A poner sitio al Casal del Monferrato. 

Al ejército que se había de levantar y sustentar en la Alsacia a cargo de don Francisco Melo. 

El intento de matar violentamente al duque Bernardo de Weimar, general de los suecos, el del rey nuestro señor y de las repúblicas de Venecia y Génova. 

Sobre los celos y sospechas de lo que se intentaba en Piamonte y Casal del Monferrato.

El de los socorros que ambas repúblicas hacían a Francia y Holanda.

El de los que administraba el papa para ayudar la guerra de Francia contra el rey nuestro señor. 

El de la unión de Inglaterra y España. 

El de la junta de armadas que hacían los franceses y holandeses para impedir socorros de Flandes, oponerse a las flotas y armadas de Indias e infestar las costas de España. 

El que tuvieron los holandeses sobre Amberes el año 1638. 

El suceso de Fuenterrabía, sobre que fingí e inventé falsamente las cartas del príncipe de Condé y de la duquesa de Chevreuse. 

El de la prisión de don Gualterio Peni, secretario y residente en la embajada de Francia en esta corte, con quien tuve estrecha amistad, la cual fue causa de todas estas desdichas. 

El de las confianzas del señor infante-cardenal y el príncipe de Orange y el debérsele el acierto que se tuvo en los del dique de Caloo. 

El de tratar el príncipe de Orange la muerte del cardenal Richelieu. 

El de la máxima de Holanda, de que los estados de Flandes se desmembrasen de España y el rey de España los renunciase en el señor infante-cardenal para que los holandeses se le sujetasen y recibiesen. 

El de lo asentado y capitulado entre el rey nuestro señor y el duque de Módena, para lo cual inventé falsamente que el dicho duque había de asistir con seis mil soldados a su costa para la guerra de Francia. Que el rey nuestro señor le daba el virreinato de Cataluña y veinte mil soldados para que entrase en Francia por los confines de Cataluña, de que se originó la guerra de Salsas. 

El de las resoluciones generales del pasado año 1639, en orden a las cosas de Alemania, Flandes e Italia.

El de quitar la judicatura del nuncio en estos reinos por los desórdenes y excesos de su curia.

El de los resentimientos que el rey nuestro señor tenía del rey de Francia por la unión de Suecia, confederación del turco y de los príncipes protestantes de Alemania; protección y liga de Holanda y tratos que había introducido en Venecia y Génova para las desconveniencias de España, y por la desunión que pretendía hacer de las paces de Inglaterra.

El de los resentimientos que asimismo el rey nuestro señor tenía del papa sobre la amistas y socorros de Francia y no acudir como padre común con todas las fuerzas de la Iglesia a la pacificación de la guerra.

El de mudar los cabos de los ejércitos Imperial y Católico para desesperar las naciones con la falta de fe y crédito.

El de reforzar y armar las galeras de España, Sicilia y Nápoles para la ejecución de tratos, inteligencias secretas en Tolón y Marsella.

El de lo capitulado entre los venecianos, el gran turco y medios que tuvieron en asentar con él sus paces y poca seguridad que hay que tener de la república. Todo lo cual inventé, fingí, maquiné y fabriqué falsamente; y asimismo todas las cartas, cédulas, decretos, consultas, pareceres, cifras y demás papeles que de mi mano y de mi letra se hallaron en mi poder y en el del secretario del nuncio, por los ministros del rey nuestro señor, sin que en ello ni en cosa alguna ni parte de ello tuviese noticia, inteligencia, amistad ni correspondencia con ningún ministro, secretario, consejero ni oficial de cuantos el rey nuestro señor tiene ni ha tenido, sino que yo solo, sin intervención de otra persona, maquiné, fingí, supuse y fabriqué todo lo susodicho, y me correspondí sobre ello con el nuncio y con Monsieur de Peni, con quien me he correspondido en Francia después de rota la guerra. 

Lo cual, porque es así verdad, lo juro a Dios y lo declaro para descargo de mi conciencia, por el paso en que estoy. Y pido a Dios nuestro Señor perdón y al rey nuestro señor, al señor emperador y al señor conde-duque, contra quien más dirigí estos intentos; al señor duque de Medina las Torres, al señor marqués de Leganés, al señor duque de Villahermosa, al señor conde de Oñate, al señor marqués de Villafranca, al señor marqués de Mirabel y al ilustrísimo señor inquisidor general el padre confesor; a los eminentísimos cardenales Borja, Espínola y al cardenal de Sandoval; al señor don Jerónimo de Villanueva, protonotario de Aragón y secretario de Estado; al señor don Andrés de Rozas, secretario de Estado, al señor don Francisco Melo, al señor marqués de Valparaíso, al señor marqués de Castañeda y al señor conde de la Roca; al embajador de Génova, al veedor general Jerónimo de la Torre y a todos los demás a quienes falsamente mezclé en estos embustes y enredos.

Y asimismo pido perdón a todos los vasallos fieles y leales de estos reinos, a los cuales encargo tomen ejemplo en mí para ser leales y fieles al rey nuestro señor, que por mis detracciones, infidelidad y falsedad padece tantos trabajos y me dio tan piadoso castigo.

Y para que conste en todo tiempo, lo declaro así para que Dios me perdone, para satisfacción de estos reinos, de todas las naciones, a quienes he turbado con la malignidad de mis intentos, del rey nuestro señor, del señor emperador, del señor conde-duque y demás ministros. Y lo he firmado de mi nombre. Y pido se ponga en el proceso y dé cuenta a su majestad para que no sólo me perdone, sino que me haga encomendar a Dios.

Fecha en la Plaza Mayor y lugar del suplicio. De Madrid, a 3 de agosto de este año de 1641.

Y porque temo que leyendo este papel no se perturbe mi alma, quiero y es mi voluntad que, después de muerto yo, al padre Andrés Manuel, de la Compañía de Jesús, mi confesor, con quien tengo comunicada mi conciencia, lo lea y haga notorio al pueblo y a todo el mundo para que conozcan que ésta es la verdad y que en este negocio y delitos no hay otro culpado sino yo. Y toda la sustancia de lo contenido en este papel, el mismo día que me prendieron, espontánea y extrajudicialmente, lo dije y confesé al señor alcalde don Juan de Quiñones, presidente de la Sala del crimen, llevándome preso en su coche.

Y asimismo, en aquel mismo instante, le dije dónde estaban los papeles originales de mi letra, y fue y los halló.

Y yo mismo, sin tormento ni amenaza, hice de mi mano y letra las declaraciones de todo lo contenido y las entregué al dicho señor alcalde don Juan de Quiñones.

En fe de lo cual doy ésta, firmada de mi nombre, estando en la capilla y el mismo día que me sacan de ella al suplicio para que, como dicho es, el dicho padre Andrés Manuel lo haga notorio.

Miguel de Molina.

Imagen: Goya. Grabado


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