Y prosigue la orden de expulsión emitida por Felipe III:
Y, aunque pudiera justamente mandar confiscar y aplicar a mi hazienda todos los bienes muebles y rayzes de los dichos moriscos como bienes de proditores (traidores) de crimen de lesa magestad divina y humana, todavía, usando de clemencia con ellos, tengo por bien que puedan, durante el dicho término de sesenta días, disponer de sus bienes muebles y semovientes y llevarlos no en moneda, oro, plata, ni joyas ni letras de cambio, sino en mercadurías no prohibidas, compradas de los naturales destos reynos y no de otros, y en frutos dellos.
Y para que los dichos moriscos y moriscas puedan durante el dicho tiempo de sesenta días disponer de sí y de sus bienes muebles y semovientes y hazer empleo dellos en las dichas mercadurías y frutos de la tierra, y llevar los que así compraren, porque las rayzes han de quedar por hazienda mía para aplicarlos a la obra del servicio de Dios y bien público que más me pareciere convenir, declaro que los tomo y recibo debaxo de mi protección, amparo y seguro Real…
Pero bien permito que puedan llevar el dinero que hubieren menester, así para el tránsito que han de hazer por tierra como para su embarcación por mar.
Y declaro que, sin embargo de que les está prohibido por leyes destos reynos, si alguno o algunos de los dichos moriscos quisieren llevar los dichos sus bienes muebles en dinero, plata y joyas, lo puedan hazer con tal que ayan de registrar y dexar la mitad de todo ello para mi hazienda, en la parte donde se embarcaren en poder de la persona que estuviere nombrada para recebir semejantes cosas, como lo han hecho otros moriscos que han salido; pero en este caso no han de sacar mercadurías…
Dada en Aranda, a diez de julio de mil y seiscientos y diez años. - Yo el Rey.
Los moriscos tuvieron claro que deberían marcharse pronto y sin armar revuelos. Sin embargo, hubo algunos que pidieron auxilio a vecinos con quienes habían intimado a fin de que abonasen a su favor y evitaran la expulsión.
Aunque el mandato del rey prohibía atacar o molestar a los que debían salir de España, hubo malhechores y gente del hampa que no dudaron en despojarlos de forma violenta de cuantos bienes llevaban, y así sucedió que los primeros a quienes les correspondió salir sufrieron toda clase de percances.
La peor suerte la corrieron los expulsados del reino de Valencia. Gaspar Escolano, cronista de la ciudad del Turia, escribió:
En la sierra de Pop se hallaron gran cantidad de cuerpos muertos. Los demás llegaron a tan increíble miseria, que no sólo los padres, por hambre, daban a sus hijos a los cristianos que conocían; más aún: los vendían a los soldados extranjeros por una cuaderna de pan y por un puñado de higos. Por los caminos los llevaban medio arrastrando a la embarcación y les quitaban a los hijos y a las mujeres, y aun la ropa que traían vestida. Y llegaban tan desvalijados, que unos, medio desnudos y otros desnudos del todo, se arrojaban al mar por llegar a embarcarse. Y se entiende que la mayor parte de ellos murieron en el pasaje y antes de la embarcación.
También hubo cristianos que se apiadaron de tan dura determinación del rey. Rojas Casanate escribió:
Todos lloraban y no hubiera corazón que no enterneciera en ver arrancar tantas casas y desterrar tantos cuitados, con la consideración de que iban muchos inocentes, como el tiempo ha mostrado.
La expulsión en el reino de Castilla no fue tan sangrienta, pero, como escribió Domínguez Ortiz, se obligó a que los padres abandonaran a los niños menores de siete años a menos que fuesen a tierra de cristianos, lo que determinó que muchos dieran un largo rodeo por Francia o por Italia antes de llegar al norte de África. Sin embargo, muchos niños tuvieron que ser abandonados por los padres por no poder costear tan largo viaje.
Los moriscos expulsados de Castilla, una vez fuera de España, corrieron igual suerte, apilados en los puertos franceses y con duras condiciones que les impedían el movimiento, a la espera de sus embarques para el norte de África. Tan apiñados iban en las naves, que en Francia se empezó a denominar a las sardinas, con humor negro, "granadinas". Y aunque las autoridades francesas castigaban duramente a los que abusaron de los bienes de los moriscos, los abusos se produjeron.
Y peor todavía era cuando llegaban a tierra africana. A su llegada a Orán, que no contaba con espacio suficiente para acoger a tantos miles de personas, eran atacados y aniquilados por las tribus beduinas. Y muchos no llegaban a desembarcar, pues eran arrojados de las galeras cuando se hallaban cerca de las playas de Arzew, Cabo Falcón o Cabo Carbón.
El ambiente fuera de Orán, para el que lograba llegar vivo, resultaba sumamente desagradable. El trato sólo se daba con los alárabes con los cuales no tenían ninguna afinidad cultural, social o política.
Damián Fonseca, escribió en su obra “Justa expulsión de los moriscos de España”:
Desembarcados, daban luego en manos de los alárabes, los cuales ya tenían noticia de su ida y, sabiendo que iban desarmados, que llegaban mareados y no poco impedidos con el peso de sus mujeres, hijos e hijas, y algunas de ellas muy hermosas; y que todos iban cargados de oro y plata, acudían ejércitos enteros de alárabes como lobos a la presa; señoreábanse de las mujeres, de las joyas y del dinero, y con poca resistencia los mataban.
En las costas, los moriscos lamentaban su suerte y allí rumiaban la posibilidad de regresar a España de forma clandestina, aunque estaban casi seguros de que tal cosa era imposible. No obstante, mediante las recientes investigaciones llevadas a cabo por Enrique Soria se ha llegado a la conclusión de que fueron miles los que lograron introducirse de nuevo en España.
En cambio, otros se escondieron y fueron perseguidos sañudamente, de acuerdo con el bando emitido por el marqués de Caracena en 1611. Esa orden contemplaba la esclavitud, pasando a pertenecer a quienes los capturasen.
Los moriscos marcharon principalmente a las ciudades de Marruecos y también, aunque en menor medida, a Túnez y Argelia.
BIBLIOGRAFÍA
- “Los moriscos del Reino de Granada” (Ensayo de historia social). Madrid, 1957.
J. Caro Baroja,
-“Los moriscos fuera de España”. – A. Domínguez Ortiz y B. Vincent.
-“Justa expulsión de los moriscos de España”. – Damián Fonseca.
-“Moriscos de Granada en la diócesis de Cuenca. Año 1589”. S. Cirac Estopañán.
Imagen: Desembarco de los moriscos en el Puerto de Orán. (Pintura de Vicente Mestre, año 1612)