Posteriormente, prestaba declaración como testigo el cerrajero Tomás Martínez, vecino de Cuenca:
Preguntado al tenor de la querella del licenciado Felipe de Villagómez, fiscal eclesiástico de este obispado, dijo que conoce al dicho licenciado, fiscal eclesiástico de este obispado, y asimismo conoce a Jerónimo de Liébana, que no sabe si es presbítero, aunque trae corona abierta como si fuera sacerdote, y con sotanilla y ferreruelo de color acanelado y con su cuello bajo de clérigo, al cual este testigo ha tratado y comunicado desde el mes de marzo próximo pasado de este presente año. Y teniendo noticia este testigo de que Jerónimo de Liébana sabía ciencia de nigromancia de alzar figura, este testigo llegó a su hermano el licenciado Diego de Liébana, presbítero de esta ciudad, y le dijo que le hiciésemos de decirle al dicho Jerónimo de Liébana, su hermano, que a un primo de este testigo que se llama Miguel López, vecino del lugar de Tondos, le habían hurtado unos carneros en la octava del Señor de este presente año; que sin perjuicio de nadie si pudiese cobrar los carneros, se lo dijese y alzase la dicha figura, y dijese quién se los había hurtado. Y Diego de Liébana se lo dijo a Jerónimo de Liébana, el cual le respondió a este testigo que no se atrevía a hacerlo y a alzar la dicha figura por ser sacerdote, y el señor gobernador tuviese noticia de ello y lo castigase. Y este testigo le replicó una y muchas veces que por amor de Dios lo hiciese; el cual le dijo bajo secreto que él le diría a este testigo quién tenía los carneros, dándole por ello la mitad de lo que montaban los carneros, los cuales eran diez. Y debajo de este concierto, el dicho Jerónimo de Liébana dijo a este testigo que ya sabía quién tenía los carneros, que era necesario traer alimañas para que Jerónimo de Liébana y este testigo fuesen por los carneros; dijo que de los diez se habían comido cuatro en una boda en el lugar de del Villar de Domingo García, y los seis carneros dijo que estaban vivos una legua más allá del dicho lugar, hacia poniente, hacia Torralba. Y viendo esto, este testigo avisó a su primo, el cual trajo dos cabalga-duras para el efecto. Y avisándole al dicho Jerónimo de Liébana que estaban en esta ciudad las cabalgaduras, mirase cuándo quería que fuesen por los car-neros, el cual a este testigo lo llevó a su casa. Su hermano y este testigo entra-ron en un corredor que caía fuera, y le dijeron a este testigo que le diese a Je-rónimo de Liébana un aposento de su casa para meter ciertas cargas de mer-caduría; y este testigo respondió: “No vengo a eso, sino cuando quiera vuestra merced vamos por los carneros; que están las cabalgaduras detenidas y hacen mucha costa”. El cual le dijo a este testigo que le dijese a su primo que él le pagaría lo que le tocaba de su parte de los carneros, porque le dejase las ca-balgaduras hasta otro día por la mañana. Todo lo cual, Jerónimo de Liébana hizo por sonsacar a este testigo y a su primo, y hacerles gastar lo que no tenían y traerlos embaucados. Este testigo no quiso decir que las cabalgaduras se es-tarían hasta el día que decía Liébana. Y María Martínez, ama del dicho Diego de Liébana,y su hermano, fueron a casa de este testigo y le dijeron que diese el aposento para meter las mercadurías, que María Martínez se quedaría allí pa-ra guardarlas mientras él y este testigo iban por los carneros. El testigo les dio el aposento para el efecto. Aquel día, Jerónimo de Liébana y María Martínez fueron a casa del testigo. Liébana dijo: “Hoy no podemos ir por los carneros porque hemos reñido mi hermano y yo, y así vuestra merced y su primo vayan al lugar del Villar de Domingo García y en el ganado de Gregorio López halla-rán los seis carneros; y los cuatro que se comieron se los pidan al pastor, que él pagará lo que montasen”. Y viendo estas razones, el testigo y su primo fue-ron al ganado y le hablaron al pastor, diciendo si tenía algunos carneros que venderles, el cual les dijo que sí. Y mirando todos los carneros no hallaron ninguno de los que se buscaban y no se concertaron porque este testigo y el dicho su primo más fueron a buscar sus carneros que a comprar otros. Y vien-do esto se volvieron a esta ciudad y este testigo halló en su casa al dicho Jeró-nimo de Liébana y le dijo que qué embustes y embelecos hacía. Que no habían hallado tales carneros. Que con qué orden habían de pedir lo que no había en el ganado. Y Jerónimo de Liébana tornó a mirar en presencia de este testigo unos papeles que tenía y le dijo que los carneros estaban en el ganado de Gre-gorio López, vecino de Albaráñez. Y viendo este testigo lo que le había pasado, no le quiso dar más crédito, de lo cual este testigo tiene por cierto ser un gran embustero y enredador; porque, además de esto, le dijo a este testigo, por el jubileo de San Pedro Ad Víncula que ahora pasó de este presente mes, que bus-case cabalgaduras, porque él, María Martínez, una persona virgen y este testi-go habían de ir a sacar un tesoro junto a los lavaderos que están extramuros de esta ciudad. Y este testigo y María Martínez fueron con el susodicho, y en llegando junto a los lavaderos, les dijo: “Aguárdenme aquí, y cuando me aso-me por aquel cerrillo, pueden acudir”. Se fue y llevó consigo una niña de hasta cinco años que la dicha María Martínez le había dado, y lo estuvimos aguar-dando hasta las dos de la noche. Y como no venía, se vinieron este testigo y María Martínez a sus casas, viendo la bellaquería que había usado con ellos. Y este testigo, en más de quince días no pudo hallar a Jerónimo de Liébana. Y, además de esto, el domingo pasado que se contaron veinticinco días de este presente mes de agosto, fue a casa de este testigo Jerónimo de Liébana y le dijo que había reñido con su hermano, que le hiciese merced de buscarle unos dine-ros, que él se traería prendas que valían más de sesenta y ocho mil reales, a lo que este testigo le respondió que qué cantidad quería para irlos a buscar. Le dijo que había menester treinta y seis reales. Que llevase las prendas y él se los daría, el cual llevó una cesta cubierta con un pedazo de anjeo y con un letrero que este testigo no sabe cómo en él decía porque no sabe leer; pero le dijo que era oro para enviarlo a un inquisidor de Murcia. Este testigo le respondió: “Mire vuestra merced no sean algunos embelecos, como suele, o algunos can-tos”. Y el dicho Liébana le tornó a decir que le pidiese perdón, que no era él hombre de aquellos tratos. Y viendo el testigo estas razones, dio al dicho Lié-bana los treinta y seis reales. Y le dijo que, por amor de Dios, no tocase la cesta ni llegase al aposento donde tenía sus trastos, porque en llegando a él alguien era todo perdido. Y con esto, Liébana se fue con los dineros. Y viendo el testigo que el susodicho no acudió aquella noche a su casa y temiéndose no fuera al-gún embeleco, determinó abrir un candado que tenía la puerta de su aposento. Lo abrió y descerrajó un arca que tenía, y halló en ella cinco cantos que pesa-rían cinco arrobas. Y viendo esto el testigo, llegó a la cesta que el susodicho le había dejado en prenda y vio que en ella no había sino cantos. Vino este testigo y dio noticia al señor gobernador y le trajo la cesta, la cual que ven. Que el dicho Jerónimo de Liébana es un embustero y lo tiene por tal. Además de lo cual, hay en casa del testigo dos libros y unos envoltorios de papeles y otros trastos que, siendo necesario, llevará al dicho señor gobernador.
Y esto es la verdad, so cargo del juramento que tiene hecho. Y no firmó por no saber. Y dijo ser de edad de veintinueve años.
(Continuará...)
Imagen: La vieja y el muchacho (Murillo)