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Ya no cantan las ranas del Parque de San Julián

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YA NO CANTAN LAS RANAS DEL PARQUE DE SAN JULIÁN
¡Ay!… ¡Cómo me acuerdo de aquellos días que bajaba con mi madre al mercado a comprar! ¡El Mercado! Cuando Cuenca podía sentirse orgullosa de tener un bonito mercado. Recuerdo los puestos entre columnas de hierro hermosamente trabajadas. Esas entradas sencillas, pero, aunque humildes, de bellas arcadas. El trajín de hortelanos en la Plaza de los Carros… Ahora que tanto se habla de la cocina de proximidad… qué cursis y qué ignorantes que somos, pero si no hemos inventado nada. Con qué veneración y admiración veía a mi madre desenvolverse con la mayor soltura y naturalidad que un chiquillo de mi edad podía imaginar. Pero en esos días de mercado, mi mayor alegría venía, cuando tras la compra mi madre me llevaba, primero al bar de Bonilla en Carretería para comprarme un cucurucho de chufas, y segundo al Parque de San Julián para que me lo comiera y, como niño que era, desfogara mis “constriñidos” músculos, actualmente ya constreñidos. 

Ha querido que otro de estos días “aprimaverados” del invierno que hemos tenido… ya llegarán los invernales días de la primavera conquense… mis obligaciones con las administraciones me hayan hecho abandonar el refugio de mi casco antiguo, y como si bien es sabido por autóctonos y foráneos, los relojes en Cuenca marchan más despacio que en el resto, cuanto menos, de España, he tenido tiempo para buscar ese solaz que mis huesos me pedían en el lugar preferido de mi infancia en la parte baja de la ciudad, EL PARQUE. En el Parque jugué como niño, vi jugar como padre y lloro ante el lamentable estado en el que se encuentra y no ver jugar en él como abuelo. 

Sentado en un viejo banco escucho las risas de los niños que me retrotraen a mi infancia. No, aún no he perdido el “oremus”, oigo risas de niños jugando, sí, pero no en el parque, no, es que es la hora del recreo del Grupo Escolar aledaño al mismo. Esas risas te traen melancolía, porque lo que en el Parque se respira es soledad, abandono, desidia, vandalismo… en definitiva, falta de identidad, de voluntad y de proyecto para una ciudad. Cuando te acercas al quiosco de la música, y ves ese mosaico de azulejos restaurado, gracias a la iniciativa anónima y desinteresada de unos 300 vecinos de Cuenca, por un lado, crees ver un rayo de esperanza en la sociedad en la que vives, una sociedad comprometida con su ciudad, una sociedad que coge el toro por los cuernos y da soluciones a lo fácilmente mejorable, una sociedad que quiere una ciudad digna y mejor en la que vivir… pero por otro lado se te cae el alma a los pies. ¿Qué proyecto de ciudad tenemos, que un consistorio no es ni siquiera capaz de restaurar unos azulejos del quiosco del parque y deja que un grupo de vecinos le saque los colores consiguiéndolo en tan sólo unas pocas gestiones? ¿Qué idea de ciudad tienen nuestros gobernantes que en pleno centro de Cuenca tienen un parque en un estado tan vergonzosamente abandonado y tan avergonzantemente descuidado?

Me imagino paseando de la mano de mi nieto, como en su día lo hice de la de mi hija. Lo llevo a lo que en su día fueron coquetas y frondosas plazoletas entre los paseos del parque para enseñarle lo que podría ser un maravilloso museo al aire libre de nuestro más insigne escultor, Don Luis Marco Pérez. ¿Cómo explicarle a un niño semejante panorama? Vegetación descuidada, falta de riego, de poda y de todo cuidado de jardinería necesario. Ausencia total de cualquier proyecto paisajístico racional que se precie. Me encantaría poder contarle a mi nieto la historia de uno de los más importantes mecenas culturales de nuestra ciudad como es Don Lucas Aguirre, pero a cambio le tendría que explicar, primero que vivimos en una sociedad que no respeta el patrimonio y lo agrede obscenamente, y segundo, que tenemos una clase política que gobierna nuestra ciudad que no se preocupa por cuidar, reparar e impedir estos actos vandálicos. Claro, que mucho más complicado lo tendría si me llevara a mi nieto a la plazoleta que se encuentra justo enfrente para enseñarle la excepcional escultura del Hombre de la Sierra, ya que explicar una escultura invisible sobre un pedestal vacío sería más ininteligible que un discurso de la ministra Irene Montero. A todo esto, encomendándome a toda la corte celestial iría, para que la pequeña vejiguilla de mi nieto respetara y no me pidiera visitar el excusado de los caballeretes, ya que al igual que el de las damas permanecen inexplicablemente cerrados a cal y canto… de mi próstata y de la próstata de los de mi edad prefiero no hablar.

En pleno centro de la ciudad de Cuenca, el Parque de San Julián podría ser la seña de identidad de esta zona de la ciudad, y por el contrario es sólo objeto de olvido y, en el peor de los casos, de agresiones con instalaciones desacordes con el enclave que las acoge, que lo único que logran es agravar su deterioro.

EL PARQUE DE SAN JULIÁN QUE CONOCÍ DE NIÑO ERA TAN “FANTÁSTICO” QUE HASTA PODRÍA JURAR HABER OÍDO CANTAR A LAS RANAS DE LA FUENTE DEL MISMO NOMBRE QUE EN ÉL HABÍA.

Texto: La Opinión de Cuenca

Fotos: Imágenes del céntrico Parque de San Julián en Cuenca


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