La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

19 de Marzo, Día del Seminario


“Decíase que había entrado en el seminario para hacerse cura, con el fin de atender a los hijos de una su hermana suya recién viuda, de servirles de padre; (...) y que había rechazado ofertas de brillante carrera eclesiástica porque él no quería ser sino de su Valverde de Lucena (...)".

No se asusten ustedes, porque no utilizaré este fragmento de la novela de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir, para inmiscuirme en asuntos clericales ni para hacer proselitismo en favor de las vocaciones sacerdotales que, al parecer, andan tan escasas. A la vez que aprovecho la ocasión para felicitar a los jóvenes que con ese fin se están formando, así como a sus preceptores, quiero tan solo compartir con ustedes unas breves reflexiones sobre la tarea evangelizadora y liberadora en lo social que los seminarios han venido ejerciendo desde su fundación hasta que las instituciones públicas universalizaron la enseñanza básica obligatoria ya en los últimos años del siglo XX. No evocaré una imagen idílica de los seminarios históricos, pues algunos aspectos manifiestamente mejorables están en la mente de todos, pero sí quiero reivindicar esa función civilizadora y liberadora antes apuntada que ejerció sobre miles de jóvenes, por lo general de extracción humilde, el Seminario de Uclés. Para ello, me acompañaré tan solo de Nemosine, esa amiga tan traidora que es la memoria pero que nos permite reconstruir el pasado con la objetividad que da de sí nuestra subjetividad.

Para referirnos a los límites de la que otrora fuera diócesis de Cuenca, cada curso de la década de los sesenta-setenta del pasado siglo éramos alrededor de un centenar de jovenzuelos quienes iniciábamos los estudios en el monasterio de Uclés para compartir vida, aventuras y emociones durante seis años y, a partir de ahí, andar caminos diversos según la suerte y algunas decisiones propias nos fueran deparando. No sería muy arriesgado sostener, por tanto, que entre 1940 y 1980 pudimos ser más de tres mil los seminaristas que “montar quisimos a pelo una quimera”- o nos montaron en ella- durante algún tiempo, aunque después “cada cual el rumbo siguió de su locura”. Cifra más que notable si se tiene en cuenta además que buena parte de nosotros no teníamos otra oportunidad material para hacer los entonces llamados estudios medios que los ofertados en el Seminario Menor a un precio soportable para muchas familias y con becas que los propios curas se encargaban de gestionar. Para hacer concesión a la ola feminista, y aunque también existían centros de este tipo destinados a las chicas, lo cierto es que no existían en la provincia de Cuenca y ese dato supuso un sesgo discriminatorio negativo para las jóvenes de procedencia rural que tuvieron más difícil el acceso a las enseñanzas medias y, en su caso, acceder a la Universidad. Esta circunstancia no es baladí y bien merecería la pena que desde los departamentos universitarios de Historia de la Educación dedicaran alguna tesis a estudiar la incidencia que estos datos que apunto pudieron tener en la conformación de nuestra estructura social, aunque a priori pueda parecer un tema que huela a incienso y cera.

No es mi intención, Dios me libre, de hacer un panegírico acrítico de esta institución liberadora en lo social, repito, que nos dio acogida a centenares de jóvenes con recursos materiales escasos; algunos de ellos tuvieron acaso vivencias no siempre gratificantes. Como diría Sem Tob, “ por nacer en el espino non val la rosa menos ”. Aceptada esta salvedad, quiero destacar algunos aspectos positivos que, a mi modo de ver, tuvo para muchos de nosotros este régimen de aprendizaje cuasi espartano: la formación en principios cristianos, la cultura del esfuerzo, la integración en un plan global del estudio, la oración y el deporte, la construcción de un espíritu crítico a partir de lecturas bien seleccionadas, la perspectiva globalizadora con los referentes misioneros, el sentido del respeto hacia la auctoritas cuando era ejercida como tal y el desprecio al autoritarismo cuando se ejercía de manera desmesurada y sin ningún fundamente... la preparación, en fin, hacia un ejercicio responsable de la libertad que, con la perspectiva de los años, es sin ninguna duda el mejor legado que nos dejaron quienes tuvieron como tarea adecentar el pelo de la dehesa que muchos llevábamos consigo; como toda obra humana, seguro que fue imperfecta pero su intento bien mereció la pena y el resultado son esos cientos de ciudadanos que todavía añoramos ese tiempo pasado que de vez en cuando queremos recuperar, como Proust.

El espacio limitado de esta ventana abierta al infinito recomienda sensatez para no abundar en más argumentos. A quienes tuvieron la suerte de participar en esta aventura formativa tan apasionante les cabe la posibilidad de completar estos trazos que yo he esbozado. Si quieren focalizar la mirada hacia aspectos negativos, encontrarán anécdotas más que suficientes; si, como yo, quieren dirigir su mirada hacia todo lo positivo que esa secuencia vital tuvo para muchos de nosotros, podrán añadir argumentos más sólidos a los apuntados aquí para sentirse orgullosos de nuestro paso por el Seminario Menor de Uclés. Como en todo, seguro que en el medio de esos dos extremos está la aproximación a la verdad. Yo, por mi parte, aprovecho la ocasión para expresar mi más profundo agradecimiento a quienes me ofrecieron esta oportunidad de liberación personal y social así como reivindicar para la institución que nos dio cobijo el protagonismo que por derecho propio le corresponde en la formación de cientos de jóvenes de nuestro entorno que, de no existir como tal institución, hubiéramos tenido como horizonte vital límites más estrechos. Felicidades de nuevo con motivo del Día del Seminario a quienes en pasado, presente o futuro se sientan aludidos con tal celebración y que esa fe que nos une sea el acicate para luchar por un mundo mejor desde el lugar que cada uno hemos elegido, o se nos ha ido asignando según las vueltas de la mudable Fortuna. Para todos, un abrazo fraternal cristiano con esta fecha como pretexto para desear esa paz ecuménica de la que ahora estamos tan necesitados.

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