La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

A vueltas con el lenguaje ¿inclusivo?


(...)En su conpaña Lx pendones; exien lo uer mugieres e uarones Burgueses e burguesas por las finiestras son
Plorando de los oios, tanto auien el dolor.
De las sus bocas todos dizian una razon:
“Dios que buen vassalo si ouiesse buen Señor” (...)

Aunque este año recién estrenado se abre con temas no resueltos y verdaderamente trascendentes para nuestra cotidiana existencia, me he permitido la licencia de sacar a la palestra un tema también de actualidad, aunque acaso no trascendente; luego se verá la justificación de los versos del Cantar de Mio Cid que reproduzco en castellano antiguo.

Desde que en la década de los setenta del pasado siglo los movimientos feministas aceleraran el proceso de liberación de las mujeres, iniciado mucho antes desde diversos frentes sin así autodenominarse, los avances en tal liberación han sido meteóricos aunque aún queda mucho camino por recorrer. El uso del lenguaje mal llamado inclusivo ha sido un campo de batalla en el que se ha situado parte de la lucha y, otra vez más, ha traído consigo que la sociedad haya quedado hábilmente alineada en dos bandos: el de los buenos feministas que defienden dicho uso para visibilizar a la mujer y denunciar sus derechos pisoteados históricamente, y el de los malvados cavernícolas antifeministas por estar en contra de dicho uso y quieren que se mantenga el estatus quo sin que nada cambie. La polémica ha llegado hasta las más altas esferas ministeriales y políticas que han legislado en tal sentido y numerosos organismos públicos y privados han elaborado guías e impartido cursos para el buen uso de este, a mi modo de ver, mal llamado lenguaje inclusivo; me explico, los defensores de esta nueva arma liberadora se han apropiado de las connotaciones positivas que comporta el adjetivo inclusivo cuando, en realidad, la mayor parte de las propuestas que hacen para esta pretendida inclusión son por principio excluyentes; más aún, podrían tildarse de sexistas al asociar género gramatical y sexo biológico.

Terciando en la polémica, como no podía ser menos, ya hace algunos años que se posicionó la RAE poniendo en su sitio algunos abusos injustificados que según la docta casa proponen estas guías y, desde luego, quienes las siguen a pies juntillas en aras de un uso del lenguaje políticamente correcto “para visibilizar a la mujer en la sociedad y avanzar en pro de su liberación”. Aunque la polémica ya viene de lejos y me atrevería a decir que ha sido ganada en términos de corrección política por quienes apuestan por ese- insisto- mal llamado lenguaje inclusivo, me permito recomendarle al lector la consulta del artículo del académico Ignacio Bosque, “ Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, ponderado en los juicios científicos con los que defiende la postura académica y que es de acceso libre en internet. Resumido hasta el extremo, viene a decir que tal uso del lenguaje con desdoblamientos constantes o acudiendo a sustantivos abstractos para evitar el masculino genérico afecta a algunas estructuras básicas de nuestra lengua que se establecen por sus relaciones de conjunto y, en consecuencia, no solo afectan a lo que entendemos por Norma, que es por principio cambiante, sino al más elemental sentido de la lengua como instrumento para organizar lo que queremos nombrar y comunicarnos con los demás.

Desde el lado de quienes defienden este uso “inclusivo”, se arguye que el uso de la lengua es reflejo de la sociedad y el hecho de no nombrar en femenino cuando entre los referentes haya mujeres contribuye a la vez a mantener estereotipos machistas; ergo, si se cambia la lengua se cambiarán también muchos sesgos machistas; nada existe si no se nombra, repiten. Por tanto, explicitemos en el uso de la lengua los dos sexos biológicos siempre y, como hay personas que no se sienten identificadas con ninguno de ellos, introduzcamos un tercero para que se sientan nombradas; tales argumentos han calado tan profundo en cualquier orador público, incluidos los profesores de Lengua, que uno piensa si será cierto que se ha quedado anclado en las cavernas y no apuesta por los logros reales y necesarios de visibilidad y liberación de las mujeres.

Aun a riesgo de ser políticamente incorrecto, pero de opinión se trata, añadiré dos argumentos a los utilizados por el profesor Bosque y que tal vez no sean del todo novedosos pero que a mí me sirven para justificar un uso de la lengua española de manera siempre inclusiva, si por tal entendemos un uso nunca discriminatorio pero lo más eficaz posible a los efectos comunicativos y conciso en la expresión para que fondo y forma vayan de la mano y que la repetición cansina de los desdoblamientos no dificulte la expresión y comprensión de lo que quiero decir y pretendo que los receptores entiendan, tanto en el lenguaje oral como en la manifestación escrita.

Doy por sentado el androcentrismo que ha regido y rige nuestra sociedad, que por suerte se va superando día a día con usos y leyes que así lo van logrando; doy por sentado también la pervivencia de determinados usos de la lengua con sesgos machistas y que hay que eliminar; en definitiva, la igualdad de derecho y de hecho entre hombres y mujeres- por supuesto también de quienes no se consideran concernidos en esta clasificación binaria- debe ser una preocupación constante que nos atañe a todos para lograrla lo antes posible, incluido desde luego el uso del lenguaje. Pero, a mi modo de ver, es más que discutible que a tal empeño colectivo contribuya de manera eficaz este mal llamado lenguaje inclusivo pues escuchar y leer discursos construidos con estos prejuicios resulta verdaderamente tedioso y dificulta la comprensión de lo que se quiere decir, a no ser que eso no importe demasiado- por vacuo- y solo interese lo engolado de la forma. Arguyen los partidarios de esta verdadera neolengua que ya en el Cantar de Mio Cid se hace este desdoblamiento, aunque ocultan con no buenas intenciones que dos versos más abajo se retoma el genérico “todos”; vamos, como se ha venido haciendo y se hace con respeto en el repetido saludo de “ Señoras y Señores” de cualquier discurso que así lo requiera; un recurso muy simple y consolidado en nuestra lengua: utilizamos el género gramatical desdoblado para referirnos a destinatarios de ambos sexos, lo seguimos desdoblando si hiciera falta y hacemos uso del llamado masculino gramatical genérico para evitar repeticiones tediosas; eso es al menos lo que hacen los usuarios de la lengua no contaminados por estas consignas sin que eso suponga un plus de más o menos feminismo.

En cuanto al otro argumento de base aparentemente científica y lingüística que sostiene que “ no existe lo que no se nombra” es también una verdad a medias, que ya se sabe que es la peor de las mentiras. Efectivamente, ya los clásicos griegos debatieron en torno a la diferencia entre noúmeno y fenómeno para revindicar el poder demiúrgico del lenguaje, pero ha sido Wittgenstein quien en los tiempos modernos reivindicó para el lenguaje su enorme poder, aunque referido siempre a los recursos léxicos y a determinados pactos entre los usuarios que nunca han der ser por imposición individual sino social. En este sentido, todas las lenguas han ido incorporando a su léxico los neologismos que la evolución de la sociedad ha creído útiles para sus necesidades de pensar y comunicar; en algunos casos con sesgos claramente machistas que la evolución de la sociedad ha ido y va corrigiendo tanto en los usos léxicos como pragmáticos. Algo más complicado e inútil será trasladar esta pretendida actualización de los usos lingüísticos a los recursos morfológicos, que son muy limitados y consolidados desde el origen de la lengua; su cambio de estatus, como toda estructura, supondría un cambio de Lengua como se atreven a vaticinar los usuarios tal y como, dicen ellos, sucedió con las lenguas romances. Lo que en sí mismo no sería ni bueno ni malo si no fuera porque son pocas alforjas para el viaje que se requiere para dar origen a una nueva lengua que acaso debiéramos llamar femillano. Para ir terminando, quiero recordar con todo el respeto humano que ya los clásicos dieron nombre a una realidad biológica que entonces atribuyeron a un personaje mitológico, Hermafrodita, hija de Hermes y Afrodita, y que ha pasado a la cultura de Occidente unas veces con género gramatical femenino y otras como masculino; así lo corrobora también el vocabulario utilizado por los cuidadores de especies de animales en las que algún individuo tiene tal manifestación sexual. La reivindicación del morfonema -e para expresar gramaticalmente este pretendido tercer género creo que es la mayor bufonada que se ha elaborado en pro de la visibilidad y liberación de la mujer. A mi modo de ver, poco contribuyen estas estupideces- incluido el desdoblamiento de género gramatical indiscriminado- a la verdadera causa feminista, a no ser que queramos superar el machismo dominante histórico con un hembrismo dominador para el futuro. Y no creo que esa sea la mejor solución. Entre tanto, buen año 2022 para todos, señoras y señores.

 

Quienes somos:

  • Dirección y coordinación Alicia García Alhambra
  • Redes Sociales y Contenido Audiovisual: José Manuel Salas
  • Colaboradores: Pepe Monreal, Jesús Neira, Enrique Escandón, Martín Muelas, Cayetano Solana, Manuel Amores, Antonio Gómez, Julián Recuenco, Ana Martínez, Carmen María Dimas, Amparo Ruiz Luján, Alejandro Pernías Ábalos, Javier López Salmerón, Cristina Guijarro, Ángel Huélamo, Javier Rupérez Rubio, María Jesús Cañamares, Juan Carlos Álvarez, Grisele Parera, José María Rodríguez, Miguel Antonio Olivares, Vicente Pérez Hontecillas, Javier Cuesta Nuin, Vicente Caja, Jesús Fuero, José María Rodríguez, Catalina Poveda, José Julián Villalbilla, Mario Cava.
  • Consejo editorial: Francisco Javier Pulido, Carlota Méndez, José Manuel Salas, Daniel Pérez Osma, Paloma García, Justo Carrasco, Francisco Javier Doménech, José Luis Muñoz, José Fernando Peñalver.

Síguenos: