La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Ab ipso ferro


Me piden los promotores de La Opinión de Cuenca (LOC) una colaboración para comentar y opinar sobre temas de actualidad que tengan que ver con esta tan querida y sufrida tierra; por supuesto que no me he podido negar y me siento muy honrado, les agradezco su amable invitación y empiezo esta primera salida a la palestra justificando el título de esta ventana que me abren desde la que quiero asomarme al mundo clásico, con el ánimo de recuperar su vigencia y sintetizar en una sentencia, una frase hecha, una cita, etc. mi punto de vista sobre alguno de los temas de nuestro entorno actual que puedan resultar de interés y, por supuesto, opinables; con respeto siempre y admitiendo de antemano que el mío acaso sea un punto de vista equivocado, como todo lo que afecta al libre ejercicio de cualquier opinión. Sentado este principio, me ha parecido oportuna esta recuperación de los clásicos como homenaje a ese mundo tan olvidado como necesario en esta coyuntura de inmediatez pragmática insustancial que con frecuencia nos rodea por doquier. Y es que pienso que tal vez alguna de esas sentencias clásicas pueda servirnos para explicar y comprender mejor las cuitas múltiples que ahora nos ocupan, no tan diferentes a las que tuvieron que enfrentarse nuestros antepasados y que, a falta de técnica y avances científicos, supieron afrontar con la sabiduría de un pensamiento crítico que después se ha ido trasmitiendo a lo largo de los siglos; de ahí la consideración de clásicos.

Ab ipso ferro es la primera de estas sentencias que quiero glosar; es el lema del ex libris del belmonteño más universal, tanto como desconocido para la inmensa mayoría de los jóvenes. Fray Luis de León la tomó prestada de Horacio (Oda IV) e hizo bandera de ella, cuya traducción literal podría ser la siguiente: “ Desde el mismo hierro”, inserta en estos versos que me permito ofrecérselos traducidos y como recordatorio de que en este año se cumplen 430 años de su muerte:

Como la encina, podada por las duras hachas,
de negra fronda, en el fértil Álgido,
a pesar de daños y cortes, del mismo
hierro toma fuerzas y vigor.

Él la hizo suya para denunciar el injusto proceso inquisitorial que tuvo que sufrir en prisión durante cuatro años por las disputas intelectuales y dogmáticas que mantenía con sus “compañeros” dominicos de la universidad salmantina a propósito de la legitimidad o no de traducir La Biblia a la entonces considerada lengua vulgar castellana; si bien es verdad que en esta denuncia tuvo más que ver la envidia e inquina que estos últimos le profesaban, siendo como eran patronos de la Inquisición. No es necesario mucho esfuerzo interpretativo para comprender que el agustino de Belmonte no aceptaría como válida la equiparación de tal sentencia con la expresión tan estoica del “ea” moderno con el que no sin razón autocalificamos nuestra alma social conquense, si es que tal entelequia abstracta existiera; acaso porque la sangre hebraica que corría por sus venas tenía interiorizada la significación de ánimo y acicate que en dicha cultura tiene la expresión: “Ea, judíos, a enfardelar/que mandan los Reyes que paséis la mar…” ; así reza una canción sefardí cuyos versos son los únicos conservados; ánimo, hermanos, vamos adelante, recojamos nuestras cosas y esperemos mejor ventura”.

Pero no es esta la intención que tengo para acomodar a la actualidad el lema de Fray Luis. El lector avezado habrá intuido que guarda estrecha relación con este otro puesto en circulación hace unos meses: “ saldremos más fuertes”; esta arenga se escuchaba por doquier en esa caja de resonancia propagandística en que se han convertido las televisiones, dejando caer que tal reforzamiento vendría dado por una fuerza exterior sabiamente manejada por la mano experta y vivificadora del gobierno. A mi modo de ver, no es este el significado del lema luisiano. Desde luego, quiere reflejar el espíritu de superación que debe adoptarse en las circunstancias personales desfavorables que nos pueden asediar. Pero eso solo será posible, como en la poda de la encina, si la labor renovadora del hacha, del hierro, elimina las ramas secas que la envejecían y le permite tomar fuerzas para que broten nuevas ramas y, en definitiva, que sea una nueva encina. De nada servirá una actitud pasiva dejando pasar el tiempo y que se alejen las dificultades pues la vieja encina podrá mostrar nuevos brotes pero siempre lo harán sobre un cuerpo envejecido y decrépito. La nueva encina, la nueva normalidad, solo ha de brotar si se cortan algunos prejuicios añosos con apariencia de modernidad que acaso en otros tiempos pudieron dar sus frutos pero que ahora son ramas secas que infectan el tronco del cuerpo social. Eso corresponde ciertamente a los responsables de regir la vida en comunidad pero corresponde sobre todo a esa savia que fluye por cada uno de los individuos que conformamos el todo y que, juntos, hemos de formar esa nueva encina de ramas fuertes y vigorosas de una nueva sociedad. Como así ha ido sucediendo en el trascurso de los siglos en un devenir de progreso que no siempre ha sido lineal pero que siempre ha surgido de la fuerza que sale de la renovación individual hecha las más de las veces a base de renuncias. Solo así, como Fray Luis, podremos tomar más fuerzas para seguir adelante después de sufrir los efectos perniciosos de este largo encarcelamiento en el que todavía estamos sumidos.

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