No siempre es fácil demostrar el agravio, toda vez que sentirse agraviado nace de una posición inevitablemente subjetiva, incompatible por tanto con la necesidad de objetivar el trato discriminatorio o injusto.
La evidencia del escarnio resplandece por el contrario cuando tal se manifiesta.
Para el trato que podría evidenciar agravio o discriminación de Cuenca, en su región y en su nación, siempre se podrá argumentar, y así se hace, que son otros los que reciben porque otros poseen mas población, o mas empresas, o mas infraestructuras o, incluso, mas dinamismo en sus lugareños.
Así se ha justificado el cierre del tren, solo en la provincia de Cuenca: poco uso por poca población, ergo, falta de rentabilidad económica. Para mí es un argumento falaz e insostenible, pero opiniones puede haber que no lo consideren así.
Pero hoy toca hablar del escarnio, y es incuestionable que escarnece a los conquenses afirmar desde instancias oficiales que el tren es un medio de comunicación obsoleto.
Si atendemos al hecho de que el ferrocarril es la “prima dona” en el resto de Castilla-La Mancha, España y Europa, es de rigor afirmar que, además de agravio, en Cuenca hay escarnio.
Cerrar una infraestructura como esta es un grave perjuicio que como tal debe valorarse, y que solo atiende o puede atender a una justificación: no hay recursos para sufragarlo, que los hay, pero ese no es ahora el tema.
El tema ahora es la escarnecedora pretensión de que los conquense acatemos la decisión, la agradezcamos e, incluso, la consideremos la máxima aspiración de modernidad y progreso.