Tengo un periquito. Como no canta demasiado le he puesto por nombre, con muy mala leche, Farinelli. Por eso, y porque cuando llegó a casa, al intentar meterlo en la jaula, se quedó sin cola…
Normalmente está callado, como digo; pero a veces, cuando ve los informativos, se pone a parlotear. Hace tanto ruido que tengo que cambiar de canal y entonces sí, sorprendentemente, se calla.
Creo que no le gusta lo que ve y, rompiendo su voto de silencio, se pone a discutir con la tele.
Este Farinelli es un exquisito, porque a mí la actualidad informativa ya me parece de lo más cotidiana. Creo que el pobre no entiende que, en nuestra sociedad moderna y avanzada, hay que hacer ruido, mucho ruido. Si no, es imposible llamar la atención y que tu mensaje, sobre todo si no tienes ninguno, llegue al mayor número posible de personas.
No es capaz de comprender, este periquito mío tan anticuado, que se ha convertido en normal lo histriónico, la sobreactuación o los golpes rápidos de efecto que desaparecen al día siguiente, pero que hacen un ruido atronador.
Él cree, iluso, que hay que ser más tranquilo. De hecho, está ahí en su palito, mirando por la ventana y vigilándome de reojo.
Por eso no soporta las noticias. En cambio, cuando pongo alguna serie, se calma, se hace un ovillo y se queda tan pancho. Es un periquito de la vieja escuela, anclado en el pasado, en la tranquilidad; experto en huir del conflicto innecesario. Menos mal que no le pongo “Sálvame”, porque le daría una embolia.
Fíjese usted qué panorama tengo, con un periquito tranquilón al que no le gustan los informativos en un mundo que tiende al caos para autodestruirse, y que necesita el telediario para retroalimentarse.
Y es que no entiende que para nosotros es normal que, cuando nos dicen que algo ya no está prohibido, salgamos en tromba a hacerlo, como si la ausencia de prohibición fuera una obligación.
Él no comprende que consideremos razonable criticar unas normas en un territorio y defenderlas en otro en función de quién las dicte; o que, en esta sociedad nuestra, los negocios sigan abiertos a pesar de una imprevisible inseguridad jurídica impuesta por unos gestores que dejan para el último día (cuando no para la última noche) sus obligadas tareas normativas:
La falta de previsión de quienes tienen que tomar decisiones o el cambio descarado de criterio; anuncios de subidas fiscales o de imposición de peajes en carreteras que se conocen de forma subrepticia y como el que comete una errata en un documento; reformas, reformas y más reformas que no llegan o que, cuando lo hacen, ya es tarde; planes de recuperación millonarios o ansiados fondos europeos vistos como el bálsamo de Fierabrás que curará todos nuestros males, etc.
A mi pobre periquito todo eso le pone muy nervioso, así que ha dejado de ver el telediario: en la ignorancia vive más tranquilo. Sin embargo, ahora le han dado una buena noticia. A pesar del ruido, algunas cosas (pocas) siguen avanzando, y por fin se ha retomado la reforma del Código Civil y de otras normas para dejar de considerar a los animales de compañía como “cosas muebles” y para tratarlos legalmente como seres dotados de sensibilidad.
Aunque aún no se ha aprobado, y vamos con retraso en ese tema (Portugal ya lo aprobó en 2017, por ejemplo), es una buena noticia para Farinelli. Protege a los animales algo más e, incluso, se podrá adjudicar su custodia en caso de divorcio. Ríase usted de esto último, pero es un grave problema que se da muy a menudo y que, hasta que se apruebe la reforma, no tenía solución.
En cualquier caso, me temo que a mi pobre y estresado periquito esta reforma no le va a ser suficiente. Bastante tiene él con intentar comprender esta actualidad informativa tan ordinaria como estrafalaria en la que las buenas noticias son la excepción y la decadencia de nuestra sociedad la regla.
Así que yo le digo a Farinelli que no sea tan pesimista y que, si no le gusta lo que ve en el telediario, haga su parte para alterarlo. Le pido, muy serio, que tenga valentía para cambiar su vida si lo necesita y que salga de esa jaula para darse un garbeo por la otra realidad. Si no lo consigue, al menos lo habrá intentado. Aunque no estoy convencido de que me vaya a hacer caso, así que tendré que dejar de ver los informativos.
Aunque creo que él piensa lo mismo de mí, porque siempre que se lo digo se queda callado mirándome como si la cosa mueble, en realidad, fuera yo.