A menudo recuerdo una de las clases de Lengua y Literatura del instituto. La impartía una de esas profesoras que se dedican a enseñar por vocación y que, además, era buena. Trataba sobre José de Cadalso y sus Eruditos a la violeta.
Digo que a menudo la recuerdo porque, desde entonces, identifico constantemente a estos personajes que, por sus afirmaciones contundentes, en el mejor de los casos, suelen demostrar ciertas carencias. En algunas ocasiones me he descubierto siéndolo, así que, con mis disculpas de antemano al ilustre militar, me dispongo a volver a parecerlo dejándole algunas “lecciones” para que usted, lector, con su carga de ironía particular, también pueda serlo. Pero lleve cuidado, porque a poco que le rasquen, se le irá todo el barniz…
Ahí van algunas:
En primer lugar, no escuche; sólo hable. No deje que, al oír las ideas de los demás, alguna se infiltre en su cabeza y cambie su sagrada opinión. Seguro que se ha encontrado con aquellas personas indebidamente educadas en la escucha y en dejar hablar que, tras comprenderle, intentan rebatirle o, peor aún, reconocen que tiene usted razón. Huya de ellas. Limítese a hablar y, si es más alto, para que el otro no pueda ni oírse a sí mismo, mejor.
Asimismo, si quiere ser un erudito a la violeta de los actuales, hable usted de política, pero hágalo de forma categórica. En este punto no puede uno tener una opinión tal que induzca a pensar que no es radical o puro. Diga que los de los partidos de siempre son todos los mismos, que una vez dado el discurso, se van a tomar unas cañas; y, a continuación, y sin cambiar el rictus, sentencie que ahora la política se ha radicalizado, que antaño era más elegante y que los de antes sí que eran hombres de Estado, que sabían dejar a un lado sus diferencias por el bien común. Si lo dice de esa forma, nadie notará que ha dicho una cosa y su contraria.
Por otro lado, debe usted saber de Derecho (y si la pone por escrito, titule esa palabra siempre con mayúscula, porque le aportará más lustre). Para ser un jurista a la violeta necesita usted saber muy pocas cosas, pero claves:
Primero, utilice la Constitución para todo, y póngala también en mayúscula. Se trate del tema que sea, e independientemente de su postura sobre el mismo, seguro que en nuestra Constitución tiene acomodo lo uno o lo otro, así que úsela alegremente.
No obstante, si no le interesa lo que dice nuestra Carta Magna (he aquí un sinónimo que da también mucha importancia a una conversación sobre el tema), despréciela sin miramientos. Diga que está desfasada, que es del siglo pasado y que, como lleva cuarenta años sin reformas, ya no se acomoda a la realidad social. Dígalo sin reparo; probablemente su interlocutor tampoco la haya leído nunca y no sabrá que no es cierto.
Además de lo anterior, debe parecer que conoce la Historia, pero que la ve con mirada crítica. No se pare a estudiarla si no tiene tiempo, con ojear algún vídeo de Youtube sobre algún tema genérico sabrá usted perfectamente defenderse.
Si no le interesa lo que pasó, diga que la Historia la cuentan los vencedores: es una frase que, al ser cierta, dará por bueno cualquier argumento. No se detenga a analizar el contexto y júzguela con su mirada moderna y colmada de Derechos Humanos que le han venido dados por ciencia infusa. Hágalo sin pudor y, como ejemplo, afirme que la Transición fue una componenda o que el descubrimiento de América fue un genocidio; pero ni se le ocurra hablar mal de otros países, porque eso aquí está mal visto y perderá usted toda credibilidad.
Por otro lado, si quiere ser un buen erudito a la violeta de la era moderna, hable usted de la desigualdad, pero no se detenga en dar datos, pues a nadie interesan y aburriría a su público. Sea quien sea, usted debe ser un oprimido por el patriarcado, el matriarcado, las feminazis, los fascistas, los social-comunistas, etc. En cualquier caso, no será usted un contemporáneo si no se siente oprimido en una sociedad desarrollada como la nuestra, así que busque un grupo minoritario al que pertenecer y aparecerá un opresor al que culpar: tiene muchos entre los que elegir (si quiere polémica elija los que mejor coincidan con las ideas de su interlocutor).
Eso nos lleva a la última lección: use el lenguaje a su antojo. Olvídese de aquellos que limpian, fijan y dan esplendor. Si no le gusta el género de las palabras, porque el idioma no está a su altura, invéntelo. Si no le convence que todos signifique todos, cámbiele alguna vocal por otra que suene a lo que usted busca y habrá conseguido su misión. Si hay términos que son neutrales, no los utilice: fuerce el lenguaje para que parezcan masculinos o femeninos a su antojo y según le interese. Diga chicos, chicas y chiques, porque, además de erudito, parecerá usted un avanzado a su tiempo.
Y, para terminar, actúe siempre en público, pues cuanto mayor sea el auditorio, menos posibilidades habrá de que le rebatan y, como ya le he advertido, no debe permitir que le rasquen, o perderá su barniz. Cuanto más y más alto muestre su opinión, aunque crea que no diga nada, mejor erudito a la violeta será, y habrá conseguido ser un perfecto hijo de nuestro tiempo.