Gobernadores he visto por ahí –dijo Sancho- que a mi parecer, no llegan a la suela de mi zapato, y, con todo eso los llaman “señoría”, y se sirven con plata. (II-cap. III), El Quijote.
Crispación, polarización, juego al cortoplacismo, se ventilan la intimidad y el secreto.… No se conoce la prudencia. Se cosifica y brutaliza al contrario. Los extremos se combaten con la gestión de los centros moderados, que deben responsabilizarse de la democracia con grandeza de miras, con una conversación constante, contrastando opiniones y tomando decisiones de consenso. Y así frenar la semilla del odio. Sabemos que no es fácil alcanzar la mayoría de edad política para reflexionar de forma razonada sin caer en el sentimiento o resentimiento con impulsos inmediatos. Por suerte tenemos el paraguas y la mirada de Europa. Y me vienen las palabras de Mario Draghi: a ver si triunfa la inteligencia sobre la estupidez.
Vivimos en momentos de abdicación de la política, la cual pierde terreno en todo el mundo, en la que parece que la gente ya no cree en ella, un clima de desconfianza nos invade, y es peligroso. Aristóteles nos dice: Si no quieres estar en política, en el ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si los bandidos te gobiernan. Y nos encontramos con la figura clásica y hoy vigente del idiotes aristotélico. Sin participación no hay democracia. Idiota, del griego idiotes, significaba en la Grecia clásica aquel que se desentiende de los asuntos de la comunidad, porque no participa de la política y solo vela por sus propios intereses. La comunidad nos constituye, somos comunidad. El hombre por naturaleza es un animal social… y tiene palabra para manifestar lo justo y lo injusto … y la participación comunitaria de esas cosas constituye la casa y la ciudad, (Aristóteles, La Política). Y nos encontramos con la comunicación, el compartir y tomar decisiones, la concordia, la amistad,… Y en la Ética a Nicómaco leemos: He aquí lo que se produce cuando se convive y se intercambian palabras y pensamientos, porque así podría definirse la sociedad humana, y no, como la del ganado, por el hecho de pacer en el mismo prado. Construir todos juntos un modelo de sociedad, de comunidad, de ciudad –polis. Me resisto a aceptar que el hombre es un lobo para el hombre.
Y aunque triunfen el regionalismo, el localismo, el nacionalismo… se vuelva al villorrio, que nos lleva a la “visión de campanario”… Aunque se radicalicen las posturas, se hable de “empoderamientos” de unos contra otros: grupos por edades, trabajo, sexo, ideologías, creencias, color de la piel, riqueza económica. Aunque parezca que hay un prestigio social del fracaso; y haya un estancamiento de la Cultura, que se mida su nivel por la cantidad de lectores, de los asistentes a grandes exposiciones, del número de libros publicados esperando a un lector, se comercialice la cultura…, en que todo vale, del tópico a lo banal…y más que la calidad se valore la cantidad… Y mientras el ritmo de la ciencia es imparable… No podemos dejarnos llevar por el desánimo. Tenemos a los clásicos.
Avanzo por el Camino de las aliagas, y releo unos textos de G. Steiner: Para mí, el símbolo del avance imparable de las ciencias es Stephen Hawking. Apenas mueve la esquina de una de sus cejas, pero su mente nos ha llevado al extremo del universo…. Cada lunes la ciencia nos descubre algo nuevo que no sabíamos el lunes pasado. En cambio, el instinto me dice que no tendremos un nuevo Shakespeare ni un Mozart ni un Beethoven ni un Miguel Ángel ni un Dante ni un Cervantes el día de mañana. Pero sé que tendremos nuevos Newton, Einstein, Darwin… sin duda. Esto me asusta, porque una cultura sin grandes creaciones estéticas es una cultura empobrecida. Echamos mucho de menos a los titanes del pasado. ¡Ojalá me equivoque y el próximo Proust o el próximo Joyce estén naciendo en la casa de enfrente!
En los ámbitos de poder, tanto intelectual como económico y político, dominan la vanidad, el narcisismo, la censura civil que impone lo políticamente correcto – sin saber de dónde viene-, y que lleva a personas de gran valía al ostracismo, quedando sus obras en la sombra. La razón se oscurece por la emoción inmediata. La posverdad, la distorsión deliberada de la realidad, la desconfianza, no saber diferenciar la verdad de la mentira… Y la palabra mentira la oímos pronunciar con una normalidad y una asiduidad pasmosas… De niña me enseñaron que “la verdad os hará libre”; Unamuno tenía como uno de sus principios “Antes la verdad que la paz”, y leo en El Quijote que la historia es como una cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad, está Dios en cuanto a verdad…Y añade cómo debería ser castigaba la falsedad y cómo ironiza diciendo que algunos que así componen arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos… (II-cap. III). Es el Día del libro…. Decía el propio Cervantes que la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.
Sigo con Steiner, maestro que dedicó su vida a leer, pensar y enseñar a lo grande, a explorar la cultura europea; que con su memoria y erudición nos descubre las proezas y el tronco espiritual común. Su vocación intelectual se compara con los constructores de catedrales que reunían con pericia y razón la técnica y la belleza y las ponían al servicio de una experiencia mística. Con sus libros nos lleva por todo el espacio de la cultura europea, la clásica tanto como la moderna, y nos hace participar en una especie de rito iniciático permanente. De su obra parece desprenderse una culta melancolía para reivindicar la necesidad de una nuevapaideiafrente a lo que considera la mayor amenaza de la técnica: la educación como mero adiestramiento. Paideia, entendida como la transmisión de valores y saberes técnicos inherentes a la sociedad, centrada en los elementos de la formación que harían del individuo una persona apta para ejercer sus deberes cívicos. Y pienso en Ortega cuando dice que si no tenemos o perdemos la educación y las formas rebuznamos… Y me resuenan los enfrentamientos en los debates de estos días en los medios de comunicación, la falta de respeto… La sobreinformación contradictoria, los bulos, la incertidumbre y la utilización de pandemia…
Escucho con mucha frecuencia que hay que divertirse, pasar el tiempo, matar el tiempo, distraerse, entretenerse… Pienso en Shakespeare viviendo en el principio del siglo XVII de pestes y guerras, en que los monarcas acumulan más poder, reinaba el absolutismo, y durante el confinamiento por la pandemia escribe El rey Lear, lección de política y de moral. La obra nos presenta el lado oscuro del poder, la desmesura, los comportamientos megalómanos, el dejarse llevar por los impulsos sin respetar las normas morales ni sociales. Es el síndrome de hybris. Tiempo de empoderamiento en el que parece que la hybris ha encontrado su reino. Y agradezco a Shakespeare que nos recuerde que ningún legado es tan rico como la honestidad. Tiempo en el que se nos muestra un divertimiento que anestesia. Comparto con Baudelaire que me divierto más trabajando que divirtiéndome…
Como Steiner hoy reivindico el valor y el saber de los clásicos. Leemos a los clásicos y los clásicos nos leen. Y en cada nueva lectura nos reencontramos con lo que sabíamos y con algo nuevo; los clásicos siempre son modernos y actuales, porque sus problemas son los nuestros; y en momentos de crisis es cuando más debemos volver a mirarnos en ellos. Invocamos a la tradición clásica, nutrirnos de los clásicos porque son autores que han constituido nuestra propia condición humana, nos reenvía constantemente al sueño de una Europa y a reconsiderar nuestro futuro.El veintidós de abril se celebró el Día de la Tierra.
Esta es la tierra donde creció el olvido.
La conocemos surco a surco y su dolor nos duele en
La raíz del alma.
Esta es la tierra que sembramos en días de humildad.
Escuchad su latido: es una tierra antigua como el silencio.
Es más amarga que el esparto.
En sus entrañas fermentan miradas verdecidas.
Julio Llamazares, La lentitud de los bueyes, 1979.
Los hombres de esta tierra estamos apegados a la Tierra y al Paisaje…Por el Camino de las aliagas he llegado a la sombra de las encinas: frondosas, lozanas, fuertes, firmes, orgullosas, sagradas, acogedoras… Sombra para el descanso y la voz de La Sibila.
Débora, la nodriza de Rebeca, murió y fue sepultada en las inmediaciones de Betel, debajo de una encina; y la llamó la Encina del Llanto. (Génesis, 38, 8)