La última vez que los niños corretearon por el colegio de mi pueblo fue un triste, pero inolvidable, 23 de junio de 2017. En ese momento, se disolvió el CRA (centro rural agrupado) cuya cabecera se mantenía en Villaescusa de Haro y se jubiló don Pedro, tan usado que incluso había sido mi profesor en primaria, o más bien en la EGB; don Pedro sería lo que en fútbol moderno se llama “one club man”.
En aquel momento, publiqué una melancólica esquela en redes sociales que comenzaba con el siguiente párrafo: Hace unos días, Sergio del Molino, escritor que ha acuñado el concepto de España vacía para referirse a la desvertebración española provocada por la polarización de la población en un puñado de ciudades y regiones geográficas, lanzó en la radio una sentencia certera: "todo pueblo que queda sin bar y sin escuela es un pueblo condenado a la desaparición".
Pues lo siento, Sergio, pero tengo el orgullo de pregonar que nuestra condena ha sido anulada o, al menos, aplazada. Porque ahora, cinco años después, resucitamos nuestra esperanza en la próxima apertura del centro escolar rural de cara al curso académico 2022/23. Además, con una perspectiva de futuro ilusionante ante la continuidad de niños en las generaciones venideras. Por cierto, el tema del bar nos preocupa menos, si cabe, porque mantenemos dos en invierno más el centro social, a los que se suma el de la piscina en verano.
Y recordamos que nuestro compromiso con el mundo rural se mantiene incólume e insobornable. Estamos bastante cansados de la hipocresía de todos aquellos que planifican estrategias contra la despoblación desde las grandes ciudades y de los que se manifiestan defensores de la educación pública mientras matriculan a sus hijos en colegios elitistas, como Isabel Celaá, anterior ministra de Educación, o tantos otros quizá menos significativos, pero igualmente impostores.
Porque somos muchos los que, desde la España vacía, hemos estudiado en centros escolares rurales y hemos podido avanzar en nuestro periplo educativo -y vital- sin ningún tipo de complejo ni perjuicio, plenamente conscientes y agradecidos de nuestro paso por un colegio rural, un pequeño instituto cercano o una universidad de ciudad de provincias. Podría enumerar profesores determinantes en cada una de mis etapas educativas que arañaron mi inquietud y con los que siempre estaré en deuda.
Y así me gustaría homenajear con un recuerdo cariñoso a toda esa generación que ahora ronda la jubilación y que ha proporcionado a España su época reciente de mayor esplendor, riqueza y vida gracias a su mucho esfuerzo y sacrificio, esa generación disciplinada que en gran medida fue catapultada a las urbes desde aquellas escuelas rurales segregadas y precarias en las que se forjó su idiosincrasia y su fortaleza. Del mismo modo que ellos supieron germinar altas cotas de bienestar común, y en un mundo actual muy diferente, esperamos que nuestros niños sean capaces de demostrar que el mundo rural no está reñido con una perspectiva de felicidad e ilusión.