El cuento de la cigarra y la lechera se circunscribe al ámbito del socialismo conquense, esa historia en la que una se tumba a la bartola a tocar la guitarra mientras la otra le narra sus ambiciosos planes de futuro para transformar una ciudad y una provincia. Y así pasan los tiempos, una cantando y otra soñando, sin más preocupación que transmitir a los demás que ese es el sendero válido de la vida y de la historia: cantar y soñar.
Quedan siete meses para las elecciones y la lechera ya ha pregonado la atractiva imagen de nuestra capital para el próximo mayo de 2023, una ciudad que al fin contará con un nuevo y flamante hospital en funcionamiento, con sus accesos dignos y, al lado, un gran complejo deportivo de alto rendimiento en El Terminillo, que presumirá de un bosque de acero remodelado y atractivo, con uso cultural continuado; barrios “unidos” gracias a la urbanización de los terrenos ferroviarios, con rotondas, aparcamientos por doquier, zonas verdes, instalaciones deportivas y centros culturales en lo que hasta ahora son viejas naves abandonadas; se abrirán nuevos accesos mecánicos al casco histórico de la ciudad tras la ejecución de un proyecto de repercusión internacional, y flamantes accesos rápidos también a la lejana estación Fernando Zóbel; un nuevo centro de convenciones tanta veces anunciado y prometido tanto esta como otras legislaturas que ya brillará el próximo mayo e incluso un parque auxiliar de bomberos que confesaron que pondrían en marcha y suponemos que abrirá, sin dilación, sus puertas, de la misma manera que la esperada comisaría de policía. La lechera, prima de Page, Guijarro, Chana y Dolz, nos pinta una Cuenca de ensueño para los próximos meses.
En los alrededores de la capital, cientos de puestos de trabajo al Norte gracias a ToroVerde y cientos al Sur gracias al parque tecnológico de economía circular. Todos soñamos que los deseos se hagan realidad, y nos alegraríamos de ello, pero sospechamos que debe primar la prudencia al anuncio rimbombante: que hablen los resultados y no las expectativas. La mochila de la esperanza de los conquenses está tan cargada de fracasos e incumplimientos que resulta imposible avistar cualquier proyecto sin escepticismo.
No cabe duda de que las inversiones se ejecutarán, tanto la privada como la pública, pero lo importante será que funcionen, y ojalá así sea, aunque no parezca baladí hoy en día. Porque hasta la fecha, casi cuatro años después, el parque tecnológico solo es un erial a los pies de la Serranía y un camión de burocracia y promesas. La Diputación ha gastado cientos de miles de euros, con servilismo, para hacer un favor a ministerios mejor dotados económicamente. Y, de momento, solo se anticipa el proyecto de una planta de generación de biogás que Chana no confiesa que se alimentará de purines. Ignoramos los motivos.
Y cerca del fantasmagórico parque científico se ubica el célebre puente de la Melgosa, ejecutado al principio de la legislatura. Prometieron que resolverían el desaguisado cometido, pero sigue intacto con el paso de los meses, ejemplo perfecto de dejadez. Y por allí, también, la vía del tren convencional, ya abandonada, víctima de la naturaleza viva, a la que han prometido un futuro de desarrollo. Qué bochornoso resulta que Chana y su banda se muestren preocupados por el uso que dar a una vía ferroviaria, como si no se les hubiese ocurrido poner un tren para transportar vecinos o mercancías o turistas. Ignoramos por qué el adanismo tiene tan buena prensa en estos tiempos.
Le invito, querido lector, a evaluar cuánto ha cambiado Cuenca desde que se inició la legislatura hace casi tres años y medio. Si en este largo periodo solo se percibe la clausura del tren, podríamos extrapolar qué grandes ambiciones nos abre la lechera de cara a los próximos siete meses. Con la cigarra cantando de fondo.