En “El hombre en busca de sentido”, el psiquiatra judío Viktor Frankl narra su angustiada existencia en un campo de concentración nazi. Por deformación profesional, intenta analizar el comportamiento humano, que busca un resquicio para conmoverse por un paisaje bello rodeado de cadáveres y que ansía entender el sufrimiento como un sacrificio que da sentido a la miserable existencia. Insiste, Frankl, en que tenían los días contados aquellos prisioneros que abandonaban la dignidad de lavarse, la ilusión por la sopa aguada y la necesidad de despiojarse al acostarse. La apatía y la indiferencia son la antesala de la muerte.
Salvando, con todos los respetos, las diferencias, los acontecimientos políticos de los últimos tiempos nos llevan a reflexionar sobre ese estado de “insensibilidad social”. De un lado, las redes sociales arden y se rasgan las vestiduras ante lo que interpretan como ataques a nuestro sistema constitucional y a la separación de poderes por parte de Pedro Sánchez, pocos escrúpulos y alto olfato. Pero, de otro lado, la calle comenta los partidos del Mundial y llora la subida de precios de la cesta de la compra. Un columnista lo ha resumido esta semana en primera persona: “yo mantengo un cansado cabreo estable, ante el panorama crudo, y ya no me crispa, pero me aburre”. El cansancio y el aburrimiento como antesala de la mortal apatía.
Entre esos dos extremos, el histrionismo y la abulia, caben muchas incógnitas acerca de la gravedad de las más recientes decisiones de Sánchez al respecto de los nombramientos judiciales y modificaciones del código penal. Me cuesta entenderlo, según dicen algunos, como un “golpe de Estado progresivo y encubierto”, pero nombrar a tus ministros de Justicia como fiscal general del Estado y como magistrado del Tribunal Constitucional y modificar uno de los delitos elementales de la gestión política como la malversación parecen signos inequívocos de autoritarismo. A Sánchez, en el fondo, la separación de poderes no le quita el sueño, solo las encuestas. Ojalá saber cuántos conquenses, como Sahuquillo y Chana, apoyan con malabarismo esto de la sedición y la malversación a la carta.
No resulta extraña la llamada “insensibilidad social” ante la dificultad de calibración de la realidad actual. Sin ir más lejos, Otegi declara en público que “se da la paradoja de que existe gobierno de España gracias a los partidos que quieren romper España”. A Sánchez le molesta una Constitución a la que ha prometido fidelidad “por su conciencia y honor”. Junqueras manifiesta que, gracias a la mutilación de la malversación, “será posible limitar la capacidad represiva del Estado y, al mismo tiempo, avanzar en el camino de la construcción de una república catalana”. Montero culpa a los jueces de analfabetismo en perspectiva de género mientras algunas compañeras reconocen el error de la nueva ley y, entonces, abogan por una linda reinserción de los violadores. Yolanda Díaz celebró la victoria de Pedro Castillo en Perú como “una brizna de esperanza” y “una oportunidad para la democracia” solo por sectaria perspectiva ideológica, y ahora se lamenta del patético golpe de Estado del peruano. A García-Page le molestan tanto los indultos, la sedición y la malversación que se enfurruña delante de un micrófono todas las semanas, pero luego pelillos a la mar porque Sánchez es mi pastor y nada me falta. Zapatero viaja a Argentina a apoyar a Cristina Fernández de Kirchner después de ser condenada a inhabilitación perpetua por administración fraudulenta porque, claro, la izquierda española tiene que apoyar la delincuencia ratificada por los tribunales. Y Marlaska pide el VAR para demostrar que esos cadáveres estaban en el limbo, los negros de Schroedinger. Con esta actualidad cualquiera termina abocado a la indiferencia despistada, enterrados bajo toneladas de información contradictoria, y ya no sabemos si creerle a usted o a nuestros propios ojos. Esta claudicación también abona la fértil tierra de la peligrosa desidia.
Viktor Frankl sobrevivió a tres años de cautiverio infernal en diversos campos de exterminio. Leyendo su obra, y la racionalización de esa macabra existencia, uno cree que podría haber aguantado más de una década. Porque lo relevante no es el dolor, sino el sentido del mismo, y por eso su voluntad no quebraba. En nuestra sociedad podríamos percibir lo contrario, la falta de sentido y de voluntad, de ahí el peligro que acecha a nuestra libertad, a nuestra frágil prosperidad y a nuestra convivencia democrática.