La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

No creo que seamos gilipollas


Pretendía abordar, esta semana, los lemas imperantes que ha intentado colocar el socialismo conquense en la actualidad política. El primero, su campaña “Orgullo de ser rural”, pero es tan contundente el artículo "Se vende Cuenca" publicado hoy por AGA en “La Opinión de Cuenca” que poco más se puede añadir. El segundo, la intención de las JJ.SS. de “dar la batalla cultural” para “desmontar la marginación histórica de Cuenca”, pero también resulta demoledora la columna de opinión "Agravio" de Jesús Neira al respecto.

Ante esta perspectiva nos queda, acaso, plasmar impresiones de la realidad de la calle, que suele resultar más reveladora que la parte teórica. Y mira que me gustaría preguntar a muchos socialistas cómo demuestran su “orgullo rural” y cómo defienden que Cuenca “no ha sufrido desagravios históricos”. Se han llevado el tren y cobran dos euros por ir al médico, pero estamos orgullosos de vivir en el pueblo, por recordar lo que nos quieren vender. Nos suelen gustar, claro, los debates en los que nuestra hipocresía queda orillada y nuestra superioridad moral preside redes sociales y foros locales.

Salimos a la calle y sentimos, ahora que comienza el mes electoral a un año vista, que las miradas toman otro color. Y donde había miedo hay respeto, y esperemos transformar ese respeto en confianza. Percibimos miradas que nos transmiten que “son otros los que mueven los hilos y han levantado muros clientelares de tráfico de influencias, pero sois vosotros los que tenéis razón y conciencia de sentido del deber”. Pero la razón no existe más allá de las circunstancias y de la amalgama de valores y acciones que se ponen sobre el tapete.

Sospecho que cada vez hay más gente que no puede defender unas circunstancias económicas tan precarias, una inflación infinita, un depósito de gasoil de más de cien euros, una factura de la luz de medio sueldo, un desequilibrio enorme entre el sector público y el privado, partidos con aspiraciones de demolición del Estado en comisiones de secretos, leyes de educación para parvulitos, políticas en exterior de humillación, pensiones que olvidan pactos intergeneracionales y deuda para los nietos de nuestros nietos. Y que no se zarandeen los cimientos de la convivencia no significa que no se pondere el papel de los medios de comunicación, grupos de influencia o sindicatos, sino que la madurez de la democracia consolidada lo permite. Aunque nada sea eterno.

Sospecho, también, que algunos están deseando escapar a la realidad y ceder la responsabilidad a los que puedan venir, porque es más fácil gobernar en las buenas que en las malas y resulta más gratificante la cosecha de un año bueno que la sobriedad de afrontar un contratiempo severo. Porque algunos alzarán el vuelo casi vírgenes mientras otros sentirán el barro desde el primer día y donde hubo aguinaldos generosos habrá limosnas humildes. Subirán los tipos de interés, la deuda será cara, los servicios se encontrarán en encrucijadas complejas, los grupos de presión activarán la válvula de ebullición. Dentro de un año salpicará la suciedad y será más importante entender la grasa que sentirse de alma inmaculada.

Y no creo que, entonces, la cuestión sea la graduación de nuestro orgullo rural ni la cuantificación del agravio histórico, sino un islote de recursos limitados en un océano de necesidades infinitas en el que no habrá lugar para los vacuos discursos triunfalistas ni para termómetros morales porque el cinismo quedará en bragas. Disculpen la ponderación del pesimismo en perspectiva.

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