La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

El OMIE, la DATADIS y el exprimidor de recursos


Hay ayuntamientos que gozan de un caudal de entrada de recursos económicos anormal, como aquellos en los que se ha construido un parque eólico (Belinchón) o una planta fotovoltaica (Olmedilla de Alarcón), o aquellos que reciben indemnizaciones por temas ambientales (Enguídanos), vertederos (Almonacid del Marquesado) o nucleares (Villar de Cañas). Sin embargo, la mayoría de los ayuntamientos de la provincia disponen de unos ingresos ordinarios más bien limitados.

Esta limitación exige un riguroso control del gasto, asumido con seriedad por responsables secretarios y preocupados alcaldes con el objetivo de optimizar los recursos disponibles. Como si de una economía familiar se tratase: ingresos menos gastos. Entendiendo, por supuesto, que las claves macroeconómicas del mercado se mueven en otros parámetros menos inteligibles y sobre los que no hay capacidad de intervención, las economías domésticas de los consistorios municipales orbitan en la cuadratura de un estrecho círculo.

A medida que pasan los años se va contemplando con estupor cómo son cada vez mayores las obligaciones, las exigencias legislativas y las competencias mientras se reducen las inversiones que se reciben de administraciones mayores; por ejemplo, perdimos las subvenciones del Forcol pero tenemos que financiar la ayuda a domicilio. Estos desequilibrios se intentan suplir, si se pretende evitar un incremento de la presión fiscal, con imaginación y racanería.

Para más preocupación, durante los últimos meses, el incremento de gastos de cada ayuntamiento se ha agravado con la subida desorbitada del precio de la electricidad, un concepto que supone un coste relevante para cualquier consistorio. De ahí la obsesión y la necesidad por la eficiencia energética: cambiar el alumbrado público a LED e instalar placas fotovoltaicas en la extracción de agua.

Más allá de esta tipología de inversiones mayores que requieren cierto tiempo, se buscan soluciones a corto plazo para reducir el gasto: algún ayuntamiento ha optado por desconectar farolas del alumbrado público (Villamayor de Calatrava) o por racionar el consumo del “pozo agrícola” (Belmonte). En nuestro caso, hemos logrado cierto ahorro económico mediante el análisis diario del precio horario de la electricidad. Así, nos hemos hecho amigos de la plataforma DATADIS en la que las distribuidoras eléctricas publican los datos de consumo de cada suministro (¡en nuestro ayuntamiento son 15 suministros!) por franjas horarias y de la app del OMIE (Operador del Mercado Ibérico de Energía) que publica el precio de la energía en España para cada hora del día siguiente.

De este modo, a sabiendas de que la bomba de extracción de agua del pozo necesita trabajar durante tres horas al día aproximadamente (dato que nos ofrece DATADIS), se configura el reloj para que lo haga en las tres horas de menor precio de la electricidad (dato que nos ofrece el OMIE). Hay que considerar que algunos días, pocos, la diferencia del precio de la luz entre la hora más barata y la más cara ronda los 200 euros por megavatio. De hecho, llegados a este punto de delirio casi enfada comprobar que algunos días dicho margen resulta extrañamente pequeño a pesar de que luzca el sol y sople el viento; nos hace sospechar de algunos de los argumentos del famoso precio marginalista de la energía que nos venden los expertos.

Por estimar el valor del esfuerzo, se ha logrado un ahorro de 700 euros en la última factura respecto a la anterior, alrededor del 30% de diferencia. Resulta paradójico que pudiese salir rentable contratar a un trabajador a media jornada solo para configurar un reloj; en este limbo de neurosis contable sobrevivimos. Qué triste celebrar que la factura de la luz siga siendo gigante solo porque le has quitado unos gramos de peso, pero la realidad es que, extrapolando los datos, un ahorro de 8.000 euros al año en un suministro eléctrico no parece moco de pavo para un pequeño municipio en el que esa cifra supone un 1,5% del presupuesto anual.

En el fondo, quizá, para eso nos votan los vecinos, para que mostremos un respeto reverencial por el dinero público que nos ofrecen vía imposición fiscal y seamos capaces de exprimir los recursos disponibles. La otra alternativa consistiría en incrementar los bienes corrientes, pero eso más que para otra columna da para una tesis.

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