Sepa usted, querido lector, que este año le toca pagar 667 euros solo de intereses y gastos financieros de la deuda pública estatal, y cruzar los dedos para que los intereses sigan por los suelos porque cualquier variación podría duplicar dicha cantidad. También le corresponde pagar 1.993 euros para amortizar esa misma deuda pública y, como castellano-manchego, otros 1.280 euros para amortizar la correspondiente deuda regional.
Así las cosas, querido lector, este año aportará 3.940 euros de su bolsillo para luchar frente a ese monstruo invisible que se llama “deuda pública” y al que algunos políticos intentan esquivar trufando su discurso de conceptos como el de “políticas diferentes”. Y conste que para el cálculo se han considerado los datos totales de población nacional y regional, por lo que si usted conforma una familia de cuatro miembros, prepare 15.760 lereles para mitigar la insaciable sed de gasto del no durable mando.
Conocer que la deuda pública española ronda los 1,43 billones de euros (122% del PIB) no deja de ser una cifra fría cuyo significado real apenas trasladamos a nuestra cotidianidad. Pero imagine que se están dejando de implantar nuevas políticas públicas que revertirían en su familia por importe de 15.760 euros anuales, ¿a que así resulta terrorífico?
De forma grotesca, el martes 20 de julio, día en que se dio a conocer la nueva cifra de deuda pública, Pedro Sánchez difundió un tuit, a saber si con cruel ironía, que comenzaba: “Hoy España salda una deuda histórica”. Se me caen las teclas del portátil cuando intento juzgar su sarcasmo. Esta semana ha anunciado un cheque cultural de 400 euros para los jóvenes que alcancen la mayoría de edad, y sin entrar a valorar el fondo del asunto, que tantos ríos de tinta ha provocado, me genera una duda: ¿por qué alguien a quién le da absolutamente igual el equilibrio fiscal anuncia 400 euros y no 1.200 o 2.500 o un coche eléctrico y un perrito piloto?
Que sea el Estado el que ponga toda la leña en el asador en tiempos difíciles es esperable, pero ¿alguien ha visto algún contrapeso presupuestario, alguna intención del Gobierno para rebajar el déficit negativo, alguna muestra de conocimiento de la realidad y asunción de que las previsiones presupuestadas no se están cumpliendo, algún gesto de reducción de gasto vía supresión de ministerios o gastos superfluos, alguna intención, en definitiva, de congelar el gasto estructural que ahoga al propio Estado?
Para más inri, vivimos unos tiempos en los que la deuda pública se ha convertido en un tema tabú, como si quisiésemos adormilar al monstruo en la buhardilla bajo mantras keynesianos. Pero está vivo, y colea, y secuestra la soberanía del pueblo, y mutila la libertad de las generaciones venideras, y pone en peligro la sostenibilidad económica del futuro, de las pensiones y de los servicios de lo que llaman Estado del Bienestar.
Pedro Sánchez, en esta obsesión posmoderna por el relato, querrá achacar a la pandemia todos los males económicos de España. Supongo que obviará manifestar que el célebre Plan de Recuperación que vende como el gran maná de miles de millones apenas equivale a la deuda pública que es capaz de generar anualmente. Pero parece que la realidad se impondrá al relato: se inicia una travesía temporal de inflación en la que todo será más caro y, en consecuencia, todos seremos más pobres. El desorbitado precio de la luz no es más que la punta del iceberg. Y Pedro Sánchez al timón del Titanic.