La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Una semana de curas de humildad entre Sebas Ramírez y Ramón Tamames


Hace unos días, un grupo de alumnos del instituto Alfonso VIII de Cuenca se acercó en la sobremesa a conocer la gran joya gótica de Villaescusa de Haro: la capilla de la Asunción del obispo Diego Ramírez. En numerosas ocasiones he guiado a turistas curiosos a través de los detalles de este monumento, pero esta vez se ofreció una profesora de Historia del Arte que tutorizaba la excursión. En mi silencio altanero pensé escuchar su explicación prejuzgando que después tendría que complementarla con información más prolija, porque no va a venir alguien de fuera a conocer nuestros secretos mejor que nosotros mismos.

A la postre, la joven profesora demostró un conocimiento profundo no solo de la iconografía del retablo sino también del linaje villaescusero de los Ramírez, de su contexto histórico y de la simbología católica asociada. Disfruté escuchándola al tiempo que recibía una merecida cura de humildad. Su gran mérito consistía en que, tras un profundo estudio, era capaz de ligar con precisión los aspectos histórico, religioso y artístico de este retablo del siglo XVI; porque no es tan importante el dato como la relación y no se puede recordar información sino vinculada a un conocimiento previo, y es que la memoria funciona como una amalgama de correlaciones y no como un catálogo enumerado de datos.

Al terminar le agradecí lo que me había enseñado sobre la capilla y le hablé de otro de los obispos locales, Sebastián Ramírez. Me miró como quien habla de un primo segundo y, con cariño, afirmó que “era un buen hombre”. Jamás se me habría ocurrido definir a este noble villaescusero de hace quinientos años como “un buen hombre”. Y, sin embargo, qué importante detalle, más que conocer su lugar de enterramiento, su año de defunción, sus méritos en Nueva España, su labor en la Chancillería de Valladolid o su arco de Jamete como obispo de Cuenca. Porque Sebastián Ramírez hizo mucho por la libertad y el bienestar de los indios en América y por la paz en aquella tierra extraña. Ser un buen hombre define tu personalidad e impregna tu trabajo, aunque solo tus contemporáneos (o los estudiosos que después vendrán) lo puedan valorar. Segunda cura de humildad.

Mientras tanto, en la televisión nos informaban de la moción de censura a Pedro Sánchez. Ramón Tamames se postulaba como candidato a presidente del Gobierno de España. Muchos han narrado las crónicas de esas jornadas parlamentarias y han exprimido los discursos asociados, pero más allá de sesudos análisis me quedo con esa mirada fresca, a pesar de su edad, que ofrecía Tamames a modo de chascarrillo: que si Baldoví grita mucho pero eso no significa tener la razón, que si Pedro Sánchez aburre por su narcisismo, que si Yolanda Díaz no concreta las líneas de su programa, que si los diputados pierden el tiempo en el Parlamento porque no buscan acuerdos sino promover mítines. Tercera cura de humildad: ha tenido que llegar un nonagenario a bajar a la política actual a la tierra del sentido común.

Estaría bien que estas lecciones de humildad de abrir la mente a lo que no se sabe, al detalle relevante y a la mirada renovada llegasen a los representantes del POSE de Cuenca, tan obcecados en un adanismo y un triunfalismo preocupantes; porque aparentan erigirse en alfa y omega de una provincia a la que pretenden salvar de una ruina a la que, ellos mismos, han conducido. Thomas Merton nos recuerda que el orgullo nos vuelve artificiales y la humildad nos hace reales, y al socialismo conquense le sobra orgullo fatuo.

 

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