Camino a Cuenca atravieso el acueducto del trasvase Tajo-Segura a la altura de Belmontejo. Suele bajar agua, pero estos días casi rebosa el maná transparente que brilla limpio en su camino hacia el sureste español. La gestión del agua siempre ha sido caballo de batalla político durante estos años, por fundadas razones que requieren profundo análisis, si bien se constata que, en el entretanto, algunos municipios ribereños siguen padeciendo problemas de abastecimiento y los agricultores manchegos ven cada vez más limitado el necesario riego para sus cultivos. El agua atraviesa intacta la provincia de norte a sur en un claro ejemplo de solidaridad conquense con las regiones vecinas.
La vía férrea cruza la provincia del noroeste al sureste para comunicar Madrid con Valencia. Los rieles penetran en el territorio dividiéndolo en dos y salpicando el paisaje de puentes, túneles y estaciones ya ruinosas. Queda una infraestructura en desuso de toneladas de hierro y madera y una alternativa de alta velocidad que apenas frena en la Fernando Zóbel. La infraestructura se ancla a esta tierra pero los trenes pasan de largo en su trasvase de ciudadanos en otro claro de ejemplo de solidaridad conquense con las grandes ciudades.
Proliferan en estos tiempos megaparques eólicos y fotovoltaicos que ocupan vastas extensiones de territorio para cosechar kilovatios donde antaño se sembraba cereal. Estos parques generan golosos ingresos para las arcas municipales vía impuesto de construcciones y permiten crear multitud de puestos de trabajo durante su instalación; no obstante, tal y como reseña Luis Antonio Sáez, en estos últimos quince años se ha demostrado su dificultad para fijar población porque la gestión y la monitorización se operan en remoto. La provincia se convierte en una notable exportadora de electricidad en otro claro ejemplo de solidaridad conquense con el ingente suministro que requieren urbes y polígonos industriales.
Se abren las entrañas de las proximidades del parque arqueológico de Segóbriga para albergar residuos industriales que llegan, como su nombre indica, desde ese más allá en el que existe la industria hasta el vertedero manchego. Decenas y decenas de camiones diarios machacan una carretera ya maltrecha para vomitar sus residuos en las gigantescas balsas de Almonacid del Marquesado. Y en esas celdas quedará enterrada también la hipocresía de los que venden la economía circular como la panacea del desarrollo mientras ponen la etiqueta de “complejo medioambiental” a un vertedero colosal. Y así damos cobijo a un basurero de más de veinte millones de metros cúbicos de residuos en otro claro ejemplo, a nuestro pesar, de solidaridad conquense.
Y, por ir acotando, Cuenca demuestra su camaradería ofreciéndose como pulmón en forma de monte y pinar para la sana respiración nacional y como despensa de multitud de productos agroalimentarios como el ajo, el cereal, el vino, el aceite, el champiñón, la miel, la almendra o el azafrán. En la semana en la que se conmemora el Día Mundial de la Madre Tierra, nótese cómo todos los ejemplos expuestos desde el principio están aferrados a la tierra que pisamos.
Conste la convicción personal de que debe siempre huirse como del coronavirus así del victimismo como del triunfalismo, pero cómo no sospechar de una suerte de caridad rural al reflexionar sobre lo anterior. Ni se trata de rasgarse las vestiduras como víctimas de un contexto difícil ni de remitir, a cambio, a la enumeración del recibí; a la postre, todo argumento queda supeditado a la certera estadística. Pero si algo queda meridianamente claro es que, en España, el cumplimiento de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) marcado en la Agenda 2030 de la ONU pasa por el balance positivo que compensa el mundo rural. Esa partida sí querrán que la juguemos en equipo.