La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

De los improperios y deyecciones anónimas en las redes sociales


Cura que en la vecindad
vive con desenvoltura
¿Para qué llamarle cura
si es la misma enfermedad?
 
El anonimato- o más apropiadamente el uso del seudónimo- para expresarse en las redes sociales, siendo un ejercicio que se acoge al sacrosanto derecho de la libertad de expresión, supone en no pocas ocasiones la vulneración de otro derecho no menos fundamental como es el derecho al honor personal y, casi siempre, es un atentado al buen gusto. No sería arriesgado aventurar que la cobardía o la mala fe son las causas casi únicas que estos personajes sin nombre real utilizan la máscara del seudónimo para vituperar al rival político o al vecino de enfrente que no le cae bien porque algún día dijo algo que no fue de su agrado; los etólogos tal vez puedan achacar estos comportamientos encubiertos a quienes se sienten enfadados o frustrados en su vida personal y no encuentran mejor manera de liberarse y realizarse que ocupando su tiempo en estos entretenimientos cutres; cada cual sabrá sus razones si es que no hay detrás algún lobby desconocido que los mantiene.
Además de mis escasas habilidades técnicas, esta es una de las razones por las que no soy usuario de las inevitables redes sociales así llamadas porque en ellas puedes quedar atrapado, si bien no estoy ajeno a sus dimes y diretes. En cambio, sí soy lector diario del digital Voces de Cuenca, ventana a través de la cual procuro mantenerme informado de esta ciudad nuestra cuyo nombre está siendo vilipendiado y tomado como propio en vano por tantos y tantos que la pobre no da más de sí para atenderlos y que de buena gana gritaría que la dejen en paz y se ocupen de resolver sus problemas estructurales en lugar de tanta apropiación nominal; me consta igualmente que son muchos los transterrados jóvenes que también se despiertan abriendo esa ventana por la que les llega una mínima brizna del aire de las hoces que añoran desde la lejanía aunque saben que fueron abandonados a su suerte, entre otras razones, por la indolencia de unos dirigentes que se portaron con ellos como una madrastra poco reivindicativa.
Pues bien, he traído a la sección una de las clásicas pullas que se dedicaron Góngora y Lope, esta lo es del primero, para denunciar las groserías y el mal gusto que con demasiada frecuencia se vienen dedicando en Voces algunos personajes cuya única obsesión pareciera que es la de ofender al otro con lindezas y calificativos que no se atreverían a decir en público pues las del alcalde de Villar de Cañas a su lado pudieran parecer un eufemismo. Sería soportable si tuvieran la altura de Góngora o Lope pero para groserías de esta baja estopa cada uno tenemos nuestro excusado. Es cierto que son casi siempre los mismos- o las mismas- según dicen algunos-o algunas- y que están esperando cualquier motivo para enmierdar el terreno y desacreditarse con burradas que van subiendo en intensidad y mal gusto; siempre hay alguna excepción, es cierto, que pone su nombre y dos apellidos, como debe ser, para expresar lo que piensa. A ver si los demás aprenden y no tienen inconveniente en dar la cara.
Sin el anonimato de por medio, estoy seguro de que muchos de estos sin nombre son los que abogan por una educación inclusiva y de respeto en valores olvidando que también desde los medios se hace educación, buena o mala, y no solo en las escuelas, salvo que pretendan llevar a ese terreno sagrado los demonios que cada uno tiene como adulto. Como este ruego acaso sea pedirle peras al olmo, me permito sugerirles a los responsables de la publicación citada que exijan una identificación fidedigna a quien participe en los comentarios o sencillamente que no le den entrada. Evitando tales groserías, creo que todos ganaríamos en higiene social y estas deyecciones verbales dejarlas para alguna cancha que podría reservarse a tal efecto y en la que los contendientes, o defecadores, se las pudieran soltar cara a cara o, si prefieren, de espaldas. Si así se hiciera, estaríamos contribuyendo también a una convivencia menos crispada y más respetuosa con quien opina diferente, o es menos guapo que nosotros según nuestra estética, o le gustan las carreras de caracoles o afeitar bombillas… Todos, en definitiva, la tribu, que diría el clásico, somos responsables de la educación social que debe regir en una sociedad libre donde los derechos no pueden ser un concepto abstracto sino algo tangible que empiezan por el más elemental derecho al respeto al diferente y a comprender que la libertad de expresión no tiene por qué invadir la dignidad del otro; mucho menos si se hace desde la careta cobarde del anonimato. Esto es también un ejercicio de violencia, aunque verbal, que debiera estar condenado, como de hecho lo está, denuncia mediante.
 

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  • Redes Sociales y Contenido Audiovisual: José Manuel Salas
  • Colaboradores: Pepe Monreal, Jesús Neira, Enrique Escandón, Martín Muelas, Cayetano Solana, Manuel Amores, Antonio Gómez, Julián Recuenco, Ana Martínez, Carmen María Dimas, Amparo Ruiz Luján, Alejandro Pernías Ábalos, Javier López Salmerón, Cristina Guijarro, Ángel Huélamo, Javier Rupérez Rubio, María Jesús Cañamares, Juan Carlos Álvarez, Grisele Parera, José María Rodríguez, Miguel Antonio Olivares, Vicente Pérez Hontecillas, Javier Cuesta Nuin, Vicente Caja, Jesús Fuero, José María Rodríguez, Catalina Poveda, José Julián Villalbilla, Mario Cava.
  • Consejo editorial: Francisco Javier Pulido, Carlota Méndez, José Manuel Salas, Daniel Pérez Osma, Paloma García, Justo Carrasco, Francisco Javier Doménech, José Luis Muñoz, José Fernando Peñalver.

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