Después de la decisión de dejar el buen trabajo que tenía en Indonesia para estudiar en Fontainebleau (Francia) referida en el anterior artículo y una vez terminado el máster tuve la suerte de pasar tres años trabajando en McKinsey and Company, una de las consultoras estratégicas más importantes del mundo. Aprendí muchísimo sobre cómo enfocar los problemas y las oportunidades empresariales, la búsqueda de soluciones o programas de acción y la realización de análisis y toma de decisiones basados en realidades y no en suposiciones. Esto que me ha servido toda la vida.
Después de esos tres años, decidí lanzar una empresa desde cero con la colaboración de algunos amigos. Era 1989 y la actividad central era el diseño gráfico, tratamiento y separación de color para impresión gráfica y la realización de presentaciones efectivas con los famosos primeros ordenadores de Apple que tenían una pantallita en blanco y negro de 9 pulgadas. Se trataba de aprovechar un cambio tecnológico rupturista que permitía hacer muchísimo más rápido, mejor, más barato y más flexible lo que se venía haciendo a mano y en laboratorios que utilizaban filtros y donde los ajustes de galeradas (columnas de texto) e imágenes se hacían por personal muy especializado para después poder hacer las planchas para impresión offset.
¡Vaya experiencia! Era una tecnología que empezó en Estados Unidos y que tuvo un enorme y rápido crecimiento allí, empezando en California. Nadie me creyó cuando empecé a contar lo que podíamos hacer. Me enfrentaba con un muro. Ni los diseñadores, ni las agencias de publicidad, ni las imprentas que necesitaban las planchas, ni las editoriales, ni las empresas que hacían esos trabajos tal como he descrito en el párrafo anterior.
Habíamos invertido todos nuestros ahorros en ese proyecto (Microprint Ibérica). Lo lanzamos en mayo de 1989 y en noviembre nos estábamos quedando sin dinero. Era dificilísimo vender porque no nos creían los clientes potenciales. Éramos ya 8 personas y nos dedicábamos más a hacer pruebas para convencer a potenciales clientes que a hacer trabajos que cobráramos. En un momento dado, tomé la decisión de que, si en enero no conseguíamos equilibrar el consumo de dinero, deberíamos abandonar. No había más fondos ni posibilidad de aumentar la financiación.
Sabíamos que el producto era mucho mejor que lo que se hacía en el sector. Nunca dejamos de empujar, de demostrar y de intentar convencer a incrédulos eventuales clientes.
Y el trabajo tuvo finalmente su recompensa. Cuando ya estábamos un poco desesperados, uno de los clientes que había probado el servicio se convenció y nos encargó un trabajo muy grande que hicimos cumpliendo las más altas expectativas de calidad, tiempo y costo. Quedaron encantados. Eran una empresa editorial muy conocida y el resultado corrió como la pólvora. Los anteriormente incrédulos vinieron rápidamente a encargar nuestros servicios. En tres meses estábamos trabajando 7 días a la semana, 24 horas al día y éramos 14 personas. ¡Menos mal!
El esfuerzo fue recompensado. Creamos escuela y crecimos mucho. Éramos los primeros y eso siempre es importante. Nos costó, pero salimos adelante. Los que hacían a mano las cosas y se “reían” de nosotros al principio cerraron, todos los que no se adaptaron. Se quedaron en su zona de confort y no evolucionaron. A nosotros nos copiaron algunos, pero siempre éramos la referencia y estábamos un poco más adelantados.
Durante los siguientes años pasamos buenos, malos y regulares momentos. Fue una experiencia buenísima desde el punto de vista empresarial y humano.
Una actividad que necesitó decisión, determinación, perseverancia en un objetivo y estar muy atento a los cambios tecnológicos en sectores que llevan mucho tiempo sin cambiar su modus operandi.
De esta experiencia aprendí muchas cosas sobre el camino para definir y conseguir unos objetivos. No todo sale como esperas y normalmente conseguir los objetivos cuesta más de lo que preveamos. No todo se puede controlar ya que hay circunstancias no previstas que unas veces nos ayudan y otras son impedimentos. Hay que ser ágil, pero estar preparado para pensar cómo vamos a afrontar un problema inesperado y no precipitarnos en la solución. Cuando vienen mal dadas, hay que aguantar y tener mucha paciencia y resistencia. Cuando el viento sopla a favor hay que disfrutarlo y compartir los éxitos con el equipo.
Lo anterior creo que es una buena base para todos los ámbitos de la vida.
En aquella actividad pasé 7 años, superando la crisis del 92 -que fue durísima- y manteniéndome posteriormente como socio de referencia y haciendo un seguimiento de la empresa desde fuera (una experiencia a comentar en otro artículo, pues también eso tiene sus lecciones).
De aquella atención a los cambios tecnológicos, perseverancia y determinación, ayudamos a introducir en España una gran mejora de calidad y productividad en la realización de trabajos de preimpresión gráfica, diseño gráfico y editorial, realización de presentaciones multimedia, preparación de planchas de grabado digitales y otras mejoras técnicas. Pero, más importante, contribuimos como empresarios a la creación de más de 30 puestos de trabajo directos, la formación de jóvenes que empezaban su desarrollo profesional y que crecieron en nuestra empresa.
Una experiencia dura, a veces dulce y a veces amarga, casi siempre con la caja vacía, pero que mereció la pena. El esfuerzo, la determinación, la perseverancia y la innovación siempre valen la pena. Animo a todos a experimentarlo.