La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

El arte de la mentira política


Este es el título de un librito aparecido en 1712 firmado por J. Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, aunque después se supo que su verdadero autor era John Arbuthnot, amigo de Swift y profesor de Matemáticas. Como siempre en esta colaboración, intentaré relacionar sus ideas con algún tema de actualidad, que en este caso viene como anillo al dedo tal relación.

El autor parte de la siguiente premisa:  "Mentir para atraer al público, edulcorar la realidad, plantear fines particulares que se presentan como objetivos colectivos son prácticas tan antiguas en la vida política y social que sería difícil hacer una selección de sus practicantes más brillantes". Y continúa: “La mentira política es el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables” porque este tiene necesidad de creer y, por tanto, hay que alimentar sus creencias. El político, prosigue, no debe esforzarse en convencer con argumentaciones complejas que intenten explicar una realidad también compleja; debe ofrecer un discurso sencillo y comprensible, “una mentira saludable”. Vamos, como diría Lope para las comedias: “Pues las paga el vulgo, es justo hablar en necio para darle gusto”. En consecuencia,” No hay ninguna obligación a la verdad en política, pues el pueblo está hecho para confiar y sería una equivocación desear su instrucción pues la aceptación popular es el parámetro de lo que se tiene por verdadero o no, solo basta con que sea verosímil”. Eso sí, continúa diciendo, la difusión de esos mensajes corresponde a individuos que se los crean y que actúen de propagandistas de manera sincrónica y en diferentes lugares; una categoría muy especial de las mentiras políticas la constituyen las promesas, pues son difíciles de contradecir y contrastar. Y concluye: “Considerando la propensión del político a mentir y de las muchedumbres a creer, confieso no saber cómo lidiar con esa máxima tan mentada que asegura que la verdad acaba imponiéndose”. De alguna manera, y en tono sarcástico, Swift nos estaba dando las claves de la importancia que conceden los diferentes gobiernos a la legislación educativa para establecer cada uno su verdad o, lo que es peor, vender su mentira.

Pero el tratamiento de la mentira política en esta obrita del XVIII no hacía sino continuar en la línea teórica de Platón o Maquiavelo, aunque no sería hasta el S. XX cuando Goebbels, Stalin, Hanna Harendt, Owen, entre otros, por vía práctica los primeros y teórica y literaturizada los segundos cuando se comprendió que la mejor arma para la mentira política y para la consecución de los fines de tal mentira no era otra que la manipulación del lenguaje. El desarrollo de la Sicolingüística y la Neurolingüística pusieron en evidencia que el lenguaje, hábilmente manipulado, provoca entre los oyentes tales efectos de adhesión o de rechazo que se ha convertido en el arma pacífica más poderosa puesta al servicio de una causa. Frente a la teoría estructuralista que le atribuye al lenguaje una capacidad descriptiva para organizar la realidad circundante o abstracta, esas nuevas orientaciones de la Lingüística, junto con la Pragmática y el Análisis Crítico del Discurso (ACD), han puesto de manifiesto cómo se pueden construir discursos en los que la selección de determinados significantes permitan crear en el oyente/lector unos referentes no siempre coincidentes con la realidad más tangible pero acordes con lo que el receptor quiere oír/leer y acomodar las emociones que le produce ese discurso con sus convicciones propias. Es evidente que el emisor/político que sea capaz de construir un discurso que provoque emociones positivas en el receptor/votante tendrá más posibilidades de éxito, pues en política no importa tanto la realidad factual cuanto la que se puede llamar realidad emocional, aunque fuera mentira en términos empíricos.

Son varios los recursos retóricos de los que dispone el emisor(político) para construir discursos con este fin y ganar adeptos para su causa, pero solo me referiré muy brevemente a dos de ellos: el eufemismo y el disfemismo, cuya definición escolar les recuerdo “Modo de decir con suavidad o decoro ideas cuya recta y franca expresión sería dura y malsonante”, el primero, y “Nombrar una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría”, el segundo. No hará falta insistir demasiado en que el discurso político procurará siempre apropiarse de los eufemismos para ganarse adeptos a su mensaje, pues estos provocarán emociones positivas en los receptores, y reservará los disfemismos para asociarlos al rival, con el fin de que provoquen emociones negativas y de rechazo. Y tanto unos como otros son utilizados por todos los políticos según estén en el gobierno o en la oposición, aunque con distinto grado de aceptación o rechazo entre los receptores en virtud de su acierto o no en la elección por parte del emisor. Este abusará de los eufemismos cuando está en el gobierno y cargará las tintas con disfemismos cuando esté en la oposición; estos últimos, a los que César Vidal denomina” palabras mordaza”, van encaminados a desacreditar al rival con connotaciones negativas: machista, homófobo, austericida, liberticida, corrupto, comunista, rojo… -aunque estas últimas hayan perdido parte de su connotación negativa por estar vinculadas a momentos pasados- y casi siempre son referencias personales.

Durante la crisis anterior, los dos partidos mayoritarios se empeñaron en eufemismos económicos: desaceleración, crecimiento negativo, brotes verdes, reforma laboral, reajustes fiscales, despido en diferido, flexibilización de plantilla…y cada uno de ustedes podrá completar la lista interminable de eufemismos con los que unos y otros trataban de mitigar las connotaciones negativas de una realidad verdaderamente en crisis con un lenguaje más amable, para edulcorarla y ganar adeptos a su causa.

A mi modo de ver, los eufemismos en la actual coyuntura son de otro tipo y suponen de alguna manera un nuevo paradigma social que, entre otras cosas, también tienen por objeto obviar la realidad pandémica que nos agobia y la no menos realidad económica y social que comporta; de alguna manera, el propio nombre de pandemia es ya eufemismo de peste pero también lo son “Saldremos más fuertes, hemos vencido al virus, nueva normalidad, focos aislados, desescalada, etc. que a la postre han dejado de ser tales eufemismos para confirmarse como simples mentiras.

Como les decía, hay otros eufemismos consolidados en la actual coyuntura y que gozan de aceptación positiva universal: oasis de libertad, feminismo, ecologismo, progresismo, economía circular, economía verde, sostenibilidad, mesa de diálogo, luchadores por la libertad, etc. etc. etc. Por supuesto, la sonrisa permanente, las apariencias positivas, la propia indumentaria ha de formar parte también de ese lenguaje no verbal que contribuya también al eufemismo, al pensamiento Alicia, que diría Bueno.

Da la sensación de que algunos de estos son los mandamientos de una nueva religión y que se han de cumplir en los términos indicados por el pensamiento oficial, so pena de ser declarado anatema por fascista y neocon; por supuesto, la derrota y retirada occidental de Afganistán no puede ser tal, será un “repliegue estratégico”. Les sugiero que dediquen unos momentos a inventariar la abundantísima nómina de eufemismos y disfemismos que están ahora en el mercado, con la certeza de que la adscripción ideológica de cada uno puede llevarlos a uno u otro grupo en virtud precisamente de las ideas previas con las que los escuchamos.

En definitiva, el arte de la mentira política, como tal arte, ha puesto en el mercado verdaderos artistas gracias a su habilísima manipulación del lenguaje, según mi modesta opinión. Como en las artes plásticas, la estética realista o hiperrealista en política no goza de especial predicamento, pues de una u otra manera los humanos, por naturaleza, necesitamos una realidad edulcorada. Si esto fuera así, acaso tendríamos que poner en cuarentena aquella máxima socrática, evangélica y cervantina que sostenía que “La verdad os hará libres”. Y una de dos, o cambiamos el concepto de verdad o no es tan evidente que queramos ser libres, porque el pensamiento crítico y su ejercicio casi siempre provoca incomodidades ajenas y propias.

 

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