La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

El decente


La decencia, querido lector, es la mejor de las virtudes que considero que pueden adornar a una persona. Cuando uno es decente, no necesita pensar mucho si debe actuar de una forma u otra, simplemente sabe cómo debe hacerlo. En ocasiones, sabe que puede comportarse de forma distinta, pero aquel que es decente, siempre elige el camino adecuado para poner en práctica sus valores.

Otros, por el contrario, carecen de toda decencia. Utilizan problemas creados por sí mismos en su propio beneficio sin escrúpulos y, cuando pueden elegir entre el camino decente y el camino directo, siempre eligen el segundo, a pesar de todo. No les importa el daño que puedan causar a otros al actuar con indecencia; sólo buscan su objetivo perverso.

A menudo, encontramos ejemplos de ambos tipos de personas, pues la distinción entre unos y otros es evidente. Sin embargo, hay personajillos siniestros que consiguen engañar ocultando su maldad. Ellos se envuelven en capas de toda clase y condición, y consiguen hacer creer a sus incautos oyentes una cambiante -y falaz- versión de los hechos. 

Sin embargo, cuando la realidad -tozuda ella- se impone a su peregrina versión, no crea que se quedan callados, al contrario, la tergiversan hasta hacer creer a su cautivo acólito que es esa verdad la que ellos defendían desde el principio; y que han vencido. A estos personajes indecentes les importa poco la realidad de las cosas, sólo buscan que parezca que, al fin, han salido victoriosos.

Y es que la indecencia se muestra, sobre todo, en aquellos sujetos carentes de capacidades reales. Buscan suplir lo que no tienen a través de artimañas. Hacen ruido porque en el silencio temen que los pensamientos de quienes han conseguido engañar descubran su artificio. 

Pero el indecente no es sólo un charlatán; de hecho, a este último se le identifica sin mucho esfuerzo. Por el contrario, el indecente es astuto. Sabe -o teme- que es incapaz de conseguir nada por sí mismo y sin engaños; pues se considera carente de otras virtudes en la soledad de sus pensamientos. Por ello, busca salir victorioso siempre a través de la indecencia; pues la derrota no existe en su desdibujado mundo de narcisismo vacuo.

Al contrario, quien es decente, no teme a los demás. Actúa guiado por el bien y, cuando se equivoca, lo asume y rectifica hasta conseguir lo más adecuado. No tiene miedo a la realidad, porque lidia con ella de forma constante con honestidad y sinceridad. No engaña, no aparenta y no tiene que suplir la ausencia de capacidades con artificios. Sencillamente, se comporta con decencia y procura elegir el camino correcto, aun a costa de su propio beneficio.

Usted, querido lector, sabe bien distinguir a unos sujetos de otros. No le explicaré más, pues no es necesario. Observe entre la muchedumbre y encontrará, sin esfuerzo, al indecente. Pero, sobre todo, busque al decente, pues es quien merece ser encontrado. 

 

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