La palabra virtud nació en la Roma de los emperadores y las legiones. Significaba fortaleza, esfuerzo. Los romanos, pueblo de conquistas, llamaron virtuosa a la conducta propia del ser humano porque debe ser esforzada, no perezosa y abandonada.
“El arte de vivir se parece más a la lucha que a la danza”, sentenció el emperador Marco Aurelio. Lo escribió en campaña, pero su mensaje es necesario para tiempos de paz, porque nuestro cuerpo es vulnerable siempre; porque nadie nacería sin la fortaleza de la mujer en el parto, nadie comería sin el esfuerzo del que trabaja la tierra o del que arriesga su vida en la mar.
Además, por una misteriosa incoherencia, ninguna persona es como le gustaría ser. Sabemos que los seres humanos traicionan a menudo sus propias convicciones éticas, no hacen el bien ni evitan el mal que deberían. En esa debilidad constitutiva se manifiesta también la necesidad de la fortaleza. Unas veces son los bienes primarios quienes ejercen una presión desmedida: la comida, la bebida, el sexo, la comodidad pueden adquirir un atractivo casi irresistible. En otros casos, el desorden nace del enorme protagonismo que hemos ido concediendo al dinero, al trabajo, a la posición social. Como toda conducta repetida cristaliza en hábito, las concesiones a cualquier desorden cristalizan en hábito desordenado, en un vicio.
Otra manifestación de nuestra debilidad se muestra en que nos proponemos muchas cosas y, sin necesidad de cambiar de opinión, no hacemos lo que nos habíamos propuesto. No es que ya no queramos, es que no queremos a fondo, de verdad. No es falta de libertad, sino falta de fuerzas. Quien fuma cuando no quiere fumar o no respeta el régimen de comidas que había decidido seguir sabe que se contradice libremente.
Ese querer y no querer es una experiencia de incoherencia interna, de debilidad humana, como si algo estuviera estropeado dentro de nosotros.
Todo esto lo explica Marco Aurelio de forma insuperable desde su postura estoica:
"Muchas cosas dependen por entero de ti: la sinceridad, la dignidad, la resistencia al dolor, el rechazo de los placeres, la aceptación del destino, la posibilidad de vivir con poco, la benevolencia, la libertad, la sencillez, la seriedad, la magnanimidad. Observa cuántas cosas puedes conseguir ya sin pretexto de incapacidad natural o ineptitud, aunque por desgracia permaneces por debajo de tus posibilidades voluntariamente. ¿Es que te ves obligado a murmurar, a ser avaro, a adular, a culpar a tu cuerpo, a darle gusto, a ser frívolo y a someter a tu alma a tanta agitación, porque estás defectuosamente formado? ¡No, por los dioses! Hace tiempo que podías haberte apartado de esos defectos”.