A medida que avanza el siglo 21, vemos como la orientación de la economía local va cambiando, hoy, frente a lugares bulliciosos con ofertas infinitas, se va imponiendo el turismo de cultura y paisajes del silencio. Dia a día se observa como el Patrimonio Histórico se está convirtiendo en el valor que permite competir a muchos municipios del interior con pueblos especializados en la acogida de masas. Es más, son los edificios, monumentos, calles y plazas los que proporcionan la fisonomía específica de cada sitio, son retratos urbanos únicos, cuyo principal valor es su personalidad específica. Y es precisamente la diferencia, la singularidad y la autenticidad lo que constituye la esencia del patrimonio histórico.
Pero si se observa la realidad política, en los programas electorales, sorprende que casi ningún partido o candidato, marcan como prioridad la restauración del patrimonio y la formación en los oficios y en la cadena de valor que posibilita la pervivencia del patrimonio. Cuando es precisamente esa riqueza histórica, esas ruinas, yacimientos, murallas, castillos y casas la principal riqueza para abordar el futuro y dinamizar la economía local. Una riqueza que no viaja, no se deslocaliza, no desaparece y permanece quieta junto a su gente esperando que alguien se acuerde de ella.
Es más, casi todos los gobiernos ven el “Turismo” como la lámpara mágica por Europa, en “Planes y Estrategias Turísticas Sostenibles”. En estas Estrategias de Turismo se repite una y mil veces, que una prioridad debe ser mejorar y preparar los “Lugares de Destino”. Lógico, es preciso adecuar y embellecer los recorridos, los sitios y edificios. Sin embargo, los presupuestos de turismo no incluyen los costes de adaptación del patrimonio o de los conjuntos que han de ser visitados. Por un lado, funcionan los sueños o estrategias turísticas, perfectamente encuadernadas, que se presentan a los medios con toda solemnidad y por otro languidecen las iglesias con los tejados hundidos, las calles con desconchones por doquier y las maderas rotas y retostadas del sol y el viento. Mientras los alcaldes y concejales hacen cola para convencer al consejero de turno que financie el tejado de la iglesia.
Por eso, es preciso recordar la ambicioso programa de restauración que hizo la Diputación de Cuenca en las legislaturas 2011-2019. Inversiones en patrimonio que devolvieron la confianza a muchos pueblos, al descubrir que se podía frenar el deterioro y creer en el futuro. Entre otros cabe citar Noheda, Valeria, Horcajo, Priego, San Clemente, Villaescusa de Haro, Huete, Uclés, Villanueva de la Jara, Saelices y otras villas, gracias a esas intervenciones, han dispuesto de arquitecturas, equipamientos, espacios de uso público y una visión monumental de su pasado.
Pero, entre todas las iniciativas de aquellos años, habría que destacar dos proyectos: La reconstrucción de Moya, y el proyecto “Serranía en Vía" que marcan la diferencia entre políticas públicas ambiciosas, innovadoras, atrevidas, con visión a largo plazo, que benefician a tantos y tantos, y las políticas de reparto y acomodo, con horizonte bajo, sin perfil y amorfas. Además de inteligencia, personalidad y generosidad, los políticos deben de tener lo que hay que tener.
Cristina Gutiérrez-Cortines es Catedrática Historia del Arte Universidad de Murcia