Por el título, estoy convencido de que muchos lectores pensarán que me gusta el fútbol y que, como dicen aquí en México, “le voy al Real Madrid”. Tranquilos, porque han acertado. Podía haber sido del Atlético, o, más torcidamente -siendo de Cuenca- del Barcelona, pero el Madrid es el equipo al que sigo desde pequeño.
La Sexta copa de Europa se ganó en el 1966. Pasaron unos 32 larguísimos años hasta que llegó la Séptima. Fue el 20 de mayo de 1998 en Ámsterdam. No es que tenga una memoria de elefante, es que mi cumpleaños es el 19 de mayo y nací en 1957. O sea que el Real Madrid, podemos decir, me regaló la Séptima por mi 41 cumpleaños. Un detalle, oiga.
Y ¿a qué viene esto, cuando puede haber lectores del Atlético, del Barcelona o de cualquier otro equipo que se pueden sentir ofendidos?
Mi primer partido en un campo de primera división fue en 1968 cuando yo tenía 10 años en el Bernabéu, viendo una semifinal de la copa de Europa en la que jugaba el Real Madrid contra el Manchester. El Madrid iba ganando 3-1 en el descanso y todos los que estábamos viendo el partido dábamos por hecho que ya jugábamos la final. Era partido de vuelta y en la ida habíamos perdido 1-0 (gol del maravilloso George Best). ¿Hecho con el 3-1? Pues no. El United metió 2 goles en la segunda parte para escarnio de toda la afición. ¡Se me rompió el corazón con 10 años! Nunca se me olvidará. Valga este dolor para regocijo de los atléticos y culés que hace unas líneas estaban doliéndose.
Queda claro que los éxitos no son hasta que han sido.
Después de ese partido estuve yendo al Bernabéu cuando algún amigo abonado tenía a bien invitarme, lo cual no ocurría muy a menudo.
Pero el día 19 de mayo del 98 me encontré un maravilloso regalo de cumpleaños que consistía en una entrada para la final de Ámsterdam y un billete de avión, que mi mujer, Beatriz, consiguió por sorpresa. El día 20 me levanté a las 4 de la mañana para ir a coger el supuesto vuelo chárter que me llevaría a LA FINAL. Cualquiera que asistiese a aquel evento entenderá fácilmente que se convirtió en un enorme desbarajuste de vuelos que se organizó tanto a la ida como a la vuelta.
Durante el partido, la tensión cortaba el aire. La Juventus de Zidane y el Madrid se estaban dando fuerte, pero sin marcar. Hasta que llegó el famoso gol de Mijatovic en el minuto 66 seguido de la defensa del 1-0 con uñas y dientes de los jugadores y con el estómago que se nos salía por la boca. ¡Ganamos! Después los aficionados aguantamos estoicamente la mayor desorganización posible en el traslado al aeropuerto y búsqueda de un asiento en cualquier avión que tuviera plazas libres porque hubo una debacle organizativa. Nos metían en camionetas, después de horas de espera, y nos iban soltando en los aviones según las plazas libres que decía la tripulación de cada uno que tenían. ¡Y tan contentos como cabreados íbamos porque se había ganado la Séptima!
Al cabo de dos años, en 2000, se jugó en París la final entre el Valencia y el Real Madrid. Y por arte de la amistad también pude ir. Aquella fue una fiesta para los madridistas porque el favorito de todos era aquel maravilloso Valencia del 2000, pero ganó el Madrid 3 a 0. Me llevé otra enorme alegría. La Octava.
Y aquí viene el porqué del título de este artículo. Yo había ido a dos finales, se habían ganado las dos y había sido muy feliz de haberlo podido vivir en persona. En el año 2002 el Madrid jugó la final para ganar la Novena. Pude haber ido, pero no quise. Ya “había tenido suficiente” y no quería conocer la derrota en una final, prefiriendo quedarme con dos ganadas vistas en persona.
A la Décima, que fue en Lisboa en 2014, también fui con toda la familia. Tuve mucha suerte de conseguir las 4 entradas porque un amigo mío portugués, el gran Joaquim Paiva Chaves, conocía al consejero delegado del Benfica, a quien pertenece el Estadio de la Luz donde se jugaba el partido. El Madrid jugó la semifinal un martes. Al Atlético le tocaba el miércoles. En cuanto terminó la semifinal del Madrid (contra el Bayern Munich) llamé a Joaquim y le pregunté si conocía a alguien, con el resultado adelantado hace unas líneas. Las entradas costaban un congo y medio, pero…. Lo pasamos genial, eso sí, desde el minuto 93 (perdón a los atléticos) y continué con mi racha de suerte.
Ahí ya tuve suficiente, de verdad.
Tan es así que después ha habido otras 4 posibilidades de haber disfrutado y no he ido porque ya tenía suficiente. Error.
Nunca es suficiente si la dicha es buena. Y es que, en la vida, hay que arriesgarse para poder disfrutar. Ojalá lo hubiera hecho y no me hubiera “rilao”. No se “rilen”, lectores. ¡Corran riesgos para poder disfrutar más! No hagan como un servidor. Sobre todo, si es fútbol, final de Champions (a mí me sigue gustando más Copa de Europa), son fans del Madrid y este la juega.
P.D. Sirva este artículo como homenaje a los amigos que me facilitaron las entradas y al Real Madrid que tan bien representa a España por el mundo y que es patrimonio de todos los españoles.