La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

El retablo de las maravillas


Este es el título de uno de los ocho entremeses que Cervantes dio a la imprenta y cuyo argumento me permito recordarle al amable lector: Una pareja de estafadores, Chirinos y Chanfalla, llegan a un pueblo con su retablo (una pequeña caja de títeres) para hacer una representación, aunque carecen de actores; convencen a las autoridades de los poderes mágicos del retablo y les hacen creer que solo podrán ver las maravillas que suceden en el escenario aquellos espectadores que sean cristianos viejos- que no sean conversos- y que no sean hijos bastardos; eso sí, previo pago de los honorarios. En la ficticia representación, el narrador va contando cómo aparecen en escena Sansón, un toro, ratones, leones y hasta un oso colmenero, provocando todo ello un gran revuelo entre el público pues nadie se atreve a desmentir que allí no está sucediendo nada por miedo a ser tachado de converso o bastardo. La farsa termina cuando llega al pueblo un batallón que pide alojamiento para los soldados y las autoridades, enfrascadas en el engaño, se lo deniegan acusando al oficial Furier de converso por no ver las maravillas que están sucediendo, con la consiguiente trifulca entre todos para terminar la función con un alborotado fin de fiesta como era usual en todas las representaciones.

La historia tiene origen oriental y había sido recogida en El conde Lucanor en el cuento XXXII y sería recreada casi literalmente por Christian Andersen en El traje nuevo del emperador. En ambos casos la trama coincide con un rey como protagonista, que está obsesionado por su indumentaria y a quien unos tejedores se encargan de engañar abusando de esta obsesión real; Don Juan Manuel pone como condición para aceptar el engaño que los espectadores sean hijos legítimos y Andersen que sean honestos y eficaces funcionarios. La trama, por lo demás, está documentada en varias culturas y literaturas con estructura similar: unos estafadores montan un relato que no se compagina con la realidad para sacar provecho de esa mentira apelando a lo que en cada momento y cultura se considera políticamente correcto, al qué dirán y a lo conveniente- o inconveniente- de sumarse a la opinión de la mayoría. “El rey desnudo” es el título con el que mayoritariamente se conoce la anécdota, recogiendo el grito de un niño que así lo delata.

Pero la sección no está pensada para florituras filológicas ni análisis culturalistas sino para traer miradas clásicas a temas de actualidad. Desde luego, si Cervantes reviviera no le faltarían motivos de inspiración para escribir un nuevo Retablo de las maravillas, y no solo porque el Rey emérito le pudiera servir de inspiración más inmediata. Seguro que encontraría otros múltiples motivos para componer su retablo: delincuentes que pasan por hombres de estado, presupuestos maravillosos propios de un Reino de Jauja en el que será posible vivir sin trabajar, una recuperación que no dejará a nadie atrás, una conquista de la igualdad con índices cada vez más acentuados de desigualdad... o en el terreno más próximo: unas autovías y obras diversas que se piensan ejecutar sin partida presupuestaria, unas inauguraciones llevadas a cabo tres y cuatro veces sin que en el horizonte más inmediato estén en funcionamiento, etc., por no agotar la lista “ de maravillas” que el lector puede completar sin mucha dificultad. Pero ahora no sería condición para ver esa “no realidad” presentarse como cristiano viejo o hijo legítimo sino considerarse y ser considerado como progresista, feminista y ecologista a la vez para no ver que el rey está desnudo en realidad; los que no lo vean vestido que se den por proscritos y pasarán a engrosar las filas de los fachas. Claro que siempre habría otro Cervantes que escribiera un argumento distinto para que veamos una “España, grande y libre de moros y gente de mal vivir” que han ensuciado las Autonomías y Europa; para ver la “no realidad” de este retablillo habría que ser español auténtico, de pelo en pecho, y no valen las medias tintas para ello si no se quiere ser tildado de comunista, melifluo y traidor a la Patria.

Triste panorama, como en la España de Cervantes, donde importan más las apariencias que la esencia de las cosas y donde el que no está conmigo está contra mí por no ver lo que yo veo. Todo vale con aparentar un espléndido vestido de seda, aunque no llegue a tapar la desnudez como le sucedía al Emperador; lo importante es que los demás así lo crean y difundan esa ficción mientras no haya un niño o cualquier otro ser no contaminado que se atreva a afirmar que “ El Emperador anda desnudo”; y lo que es peor, que no sea solo el Emperador quien anda en cueros sino los propios espectadores que asistimos a la función a quienes se nos quiere encubrir el engaño apelando a lo maravillosos que somos, pero que no se enteren nuestros amigos. Permítanme que acabe la colaboración de esta semana con la misma sentencia que Patronio le diera al Conde Lucanor cuando este le pidió consejo para qué hacer con un amigo que le recomendaba guardar secreto de un asunto importantísimo, incluso a sus más allegados:

A quien te aconseja encubrir de tus amigos más

le gusta engañarte que los higos


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