Siempre he sido de la opinión de que en lo local se encuentra lo universal. Así como en una pequeña semilla se halla, con todas sus potencias, el germen de la vida, en el corazón de un hombre habitan todos los misterios de la especie humana. No necesito salir de la Serranía de Cuenca para comprender que todos los incendios que se producen en el resto del mundo comparten las mismas pautas de comportamiento, lo cual, me invita a pensar que, si el efecto es el mismo, también lo será la causa que los produce de esta manera.
Un problema complejo no se resolverá de manera sencilla ni habrá una única solución.
Tampoco se resolverá, como ha hecho estos días el Sr. Presidente del Gobierno, culpando al cambio climático, como si este estuviera dotado de voluntad y no fuera la consecuencia de un proceso natural, probablemente acelerado por el comportamiento humano, durante los últimos siglos. Culpando a un ente abstracto, elude su responsabilidad, impidiendo que se genere una estrategia para luchar contra esta lacra de los incendios forestales. El mundo en manos del destino, sin necesidad de intervención humana, porque, quienes tienen que ocuparse de ello tiran la toalla o se lavan las manos mirando para otro lado. ¡Qué bueno es que haya muchachos para echarles la culpa! Esto lo decía mi abuelo y es lo que me ha venido a la memoria al escuchar las palabras del Presidente.
Como todos los veranos por estas fechas empiezan las campañas de la lucha contra los incendios. Este año vienen prematuros y con mucha fuerza. Desde hace años, los que dicen saber de esto, se dedican a poner etiquetas. Ahora los llaman de sexta generación. No comprendo cómo pueden calificar los incendios por generaciones. Con esta clasificación parece que dicen algo, confunden a la gente y no han añadido nada para solucionar el problema.
A veces, cuando hablan de incendios en otras partes del mundo, miro las imágenes con atención, para ver si alguna luz ilumina mi entendimiento y llego a alguna conclusión. Al instante regreso a la Serranía para comparar, pues uno tiene el centro del entendimiento en lo que mejor conoce. Lo primero que llama la atención es la extrema voracidad de los incendios, que es casi imposible de controlarlos una vez iniciados. Y esto sucede en todo el planeta. Al instante, llego a la conclusión de que en la Serranía el problema no es la falta de vegetación, sino el exceso de ella. Supongo que es así en todas partes. A eso es a lo que llaman sexta generación, a incendios imposible de controlar que se apagan cuando se ha quemado todo y que generan una climatología propia. El infierno en la tierra.
Hoy, para no cansarles, nos quedaremos con esta conclusión: independientemente de la causa que origina estos incendios, lo que es común a todos ellos en todas las partes del mundo, es su extrema voracidad. Ese es el nexo de unión de todos ellos y el punto de partida para nuestra investigación. Me asaltan muchos pensamientos, pero hay que ir poco a poco, pues, si no, corremos el peligro de no aclararnos.
Este exceso de vegetación se debe a muchos factores. Hoy, para empezar, nos centraremos en el que a nuestro juicio es el mayor de todos: la desaparición de la población rural. Sin duda el patrimonio mayor de la Serranía ha sido tradicionalmente su población rural, hoy tan mermada, que es un puro simbolismo, incapaz de ejercer la más mínima influencia medioambiental.
El próximo día les contaré, siempre según mi criterio, el porqué de la desaparición de esta población y la caterva de granujas y bigardos que pretenden ocupar su puesto y otras cosas que allí se dirán...