La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

In memoriam


El pasado 29 de abril se cumplió el primer aniversario de la muerte del escritor, periodista y poeta Enrique Domínguez Millán. Un conquense que siempre tuvo a flor de labios el nombre de nuestra ciudad. 

Una ciudad olvidadiza y, a veces cicatera, con quienes supieron plasmar en su obra las muchas virtudes que atesora esta tierra. Justo sería, pues, que la Cuenca que tanto amó y a la que dedicó innumerables escritos y poemas, reconociera la figura de un personaje irrepetible como fue Domínguez Millán.

Se marchó sin apenas hacer ruido, en silencio, con la satisfacción del deber cumplido, en paz con el mundo y consigo mismo. Se fue apurando el último sorbo de primavera temprana, acunado por la luz del crepúsculo atrapada en la hoz del Huécar, a la que tantas veces cantó en sus poemas y describió en sus crónicas de viajero impenitente.

Sirvan estas líneas de merecido reconocimiento y admiración hacia una persona que derrochó bonhomía, que supo hacer (y conservar) amigos a lo largo de su fructífera vida.

ETERNO VIAJERO

La palabra justa. El recuerdo preciso. La mirada firme. La voz cálida. El verso siempre a flor de labios.

Enrique escribe desde que tiene uso de razón y razona lo que escribe porque lo hace desde corazón; como si cada línea fuera la última que sale de su pluma de viajero impenitente, buscador de amaneceres y coleccionistas de atardeceres mágicos en cualquier lugar de las hoces: en el misterioso Egipto; en la Grecia lejana, en el foro de la Roma imperial o en el marasmo del tráfico, bajo la luz centelleante de un semáforo de Nueva York; la ciudad que nunca duerme.

Enrique sueña, y lo hace despierto, conocedor de que el sueño en exceso enturbia la mente y diluye el sentimiento. Escribe, una y otra vez, con verso limpio; breve, escueto, sin adornos que distraigan su pureza. Escribe al instante, con la espontaneidad del riachuelo que surge de entre las rocas derrochando frescura y vida.

Juega con el verbo y lo convierte en cómplice de mil y una aventuras vividas por esos mundos de Dios, de los que siempre volvía con las maletas llenas de vivencias y el alma deseosa de emprender caminos inexplorados.

Enrique es hombre de mirada alta –que no es lo mismo que altiva– desde la que se recrea en el paisaje que ante él se abre; o cuando no, es capaz de inventar una Arcadia feliz y soñar con un mundo perfecto, sin penas ni olvidos; sin dolor ni reproches.

Habla con las estrellas y les cuenta sus pesares, haciéndolas cómplices de su soledad. Mira al infinito y cansado de no encontrar lo que busca, entorna los ojos y deja volar la imaginación, seguro de que ese instante será germen de un nuevo poema que pronto echará firmes raíces en la tierra fértil del huerto íntimo que guarda celosamente, a salvo de miradas indiscretas o lisonjas pasajeras.

Bebe, a sorbos apresurados, el último trago de su vida. El más amargo; el menos placentero. Y lo hace desde el Mirador de la Hoz; desde ese gran balcón volcado sobre el abismo desde el que ve pasar los días río abajo, recordando las palabras de Heráclito: Todo fluye, nada permanece...

Cansado de otear el horizonte, vuelve sin cesar a la fuente de su inspiración: a su Cuenca eterna; a su Barrio Alto; a su Viernes Santo; a su Dolor; a su Paisaje; a sus Interrogantes; a Federico; al Invierno de su vida. Deshoja la margarita del tiempo sin reparar en el resultado.

Va y viene, sin cesar, de la alegría a la añoranza; del murmullo de una oración, al silencio de una lágrima furtiva que pugna por salir, rodar por su mejilla y recorrer los mismos mundos que Enrique conoció.

Cae la tarde, y el sol de primavera se oculta tras la muralla de roca infinita. Apurando los últimos rayos, el viejo marinero de tierra adentro recoge la diminuta vela de su barca de deseos y, a duro golpe de remo, pone rumbo hacia la seguridad del puerto al que siempre arriba. Y allí, sin temor a tempestades ni zozobras, teje un nuevo canto de amor con el hilo mágico de su palabra exquisita: Aquí estoy ante ti, barco varado/ Casi inerte en un éxtasis constante/ Aquí estoy, Con mi muda interrogante/. Clavada en el perfil de tu costado. Acacia por siempre...


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