La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Fin de trayecto


Han pasado ya 17 años desde la primera vez que escribí sobre el ferrocarril convencional. Fue al redactar una moción que Antonio Melero defendió en el pleno del Ayuntamiento de Cuenca.

Y en estas mismas páginas, no hace más de dos semanas, volví a escribir en defensa de la línea Madrid-Cuenca-Valencia. Tinta que se ha unido a ríos de tinta en estos años.

Pero la historia había empezado mucho antes, tanto como el año 1979, en que se decidió electrificar el trayecto por Albacete en perjuicio de Cuenca.

Más de treinta años de abandono (desinversión), que a pesar de los ríos de tinta, no presagiaban un final feliz, pero no era fácil  imaginar que el cierre de la línea se nos comunicaría a los conquenses en forma de serpiente de verano y en la voz de los representantes de los empresarios.

Palabras no, amigo Sancho, hechos. Y decisiones como esta, vacían de sentido los discursos oficiales a favor de la España vaciada.

Cuando menos en Cuenca, porque en Teruel la decisión ha sido la contraria: inversiones millonarias para su línea de ferrocarril.

Cabe pensar que en los despachos oficiales el destino de Cuenca está escrito, como mal menor, mal necesario o mal inevitable. Un desierto demográfico, útil para plantar molinos de viento, plantas fotovoltaicas, macrogranjas, basureros (con o sin reciclaje) y, por supuesto, las tuberías del trasvase.

Y, o los conquenses nos movemos y espabilamos, o no nos queda otra que rubricar con nuestro silencio ese futuro quizá ya escrito. 

El cierre de la línea de ferrocarril, la decisión de que la A3 no pase por la capital de la provincia, que la autovía Cuenca-Albacete sea palabra vacía, son decisiones que nos expulsan del eje de prosperidad que une Madrid y Valencia.

Decisiones que se toman en despachos oficiales como aquella, aún más lejana, que decidió el trasvase, este sí, que recorre, y con estupenda salud, esa tierra conquense que pronto dejará de ver el paso del tren.

Si atendemos a los hechos, que no a las palabras, en esto que llaman plan de recuperación y resiliencia, a Cuenca, hoy como ayer, le toca resiliencia.


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